Desde la
sencillez, ¡gracias, Señor!
Muchos
se empeñan en leer la Biblia como el que hace un análisis de textos. Quiere darle
todo el sentido a cada palabra y a cada frase y a cada giro. Y la toman como un
dictado de Dios al oído del escritor sagrado (algo así como pretenden los
mormones que les fue dictada en la Cueva a Mormón cada palabra y cada expresión). Es
tomar la Biblia como un relato de una historia detallada de lo que ocurre en un
determinado momento, de una determinada forma, a un determinado individuo. Y
desconocen el modo en que fue escrita, la mentalidad de un tiempo, un lugar, un
espacio histórico y cultural.
Por
eso –ya lo dirá el Señor en el evangelio de hoy-quienes entienden son las gentes sencillas. Por decirlo así,
quienes saben leer la biblia en diagonal,
atravesando los relatos desde una luz mucho más profunda que sabe saltar
detalles para quedarse en el hilo conductor. Y el hilo conductor de la Biblia
es LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN, los caminos de Dios a través, y a pesar, de muchos
acontecimientos y personas y situaciones, para irlas convirtiendo todas en un
entramado nuevo y diferente que es el
paso de Dios por la vida de la humanidad, para conducirla a la salvación.
Entonces
no interfieren los relatos “bonitos o
feos”. Todos se convierten en providencial acto de Dios para acabar
liberando a la humanidad, y llevarla a Él. Incluso aunque alguno quede en el
camino porque se encerró tanto en sí mismo que no pudo abrir las puertas para
que entrara la Gracia de Dios. Todo es posible. Y necio sería negarlo, porque
equivaldría a pensar que el ser humano puede jugar con Dios, hacerle trampas y
ganarle con un as escondido en la manga. No. No se puede jugar con Dios, más
allá de la oportunidad que Dios deja siempre, con plena amplitud, para que el
juego humano acabe en beneficio del “jugador”…, pero sin burlar las reglas del
juego, por las que DIOS ES DIOS.
Esta
introducción viene a razón de estas lecturas difíciles que venimos teniendo en
Isaías. Hoy en 10. 5-7, 13-16. El profeta relata hechos, que expresan la soberbia
humana, los engaños en los que uno se
enreda para pensar que hace bien lo que en realidad es un mal. “… él no pensaba”, “él decía”… “Él” era
Asur. Él era el que entraba a saco y despojaba al pueblo. Él era el que
pretendía aniquilar y exterminar. Él era quien se jactaba del poder de su
brazo, de la fuerza de su poder para cambiar las fronteras de las naciones, el
que se apoderaba de los pueblos como un niño roba un nido de pajarillos… Aunque
luego el sentido bíblico parezca hacer a Dios el que está esperando a la vuelta
de la esquina para meterle una enfermedad bajo el hígado y una fiebre para
reventar. Leamos “en diagonal”…, seamos la
gente sencilla a quien el Padre quiere revelar a Jesús, y acabemos
aprendiendo a leer la PALABRA DE DIOS como tan Palabra de Dios, el que –por ser
Dios- JAMÁS actúa con las venganzas humanas,
con la mísera manera en que los humanos resolvemos los conflictos.
Yo
no sé si los judíos y palestinos de hoy tienen una fe verdadera en el Dios verdadero.
Lo que sé es que unos y otros andan a la gresca matando y muriendo, provocando
unos, actuando brutalmente los otros… Estoy seguro que unos y otros estarán en
sus oraciones (¿?) invocando la fuerza de Jehová para ver cómo aplastan al
contrincante. ¡Ese pueblo expresó las
gestas bíblicas!, aunque sin saber que detrás de sus relatos, Dios “redactaba”
otra muy diferente historia de salvación. Ni cóleras, ni iras, ni venganzas, ni
leyes del talión… CONSTRUÍA, no demolía. Actuaba contra el MAL; no contra los
hombres malos…, porque para ellos siempre había un espacio en el que poder
descubrir la verdadera revelación de
Dios.
Y
así llegamos al Evangelio de hoy –Mt 11, 25-27- cuando Jesús ha sido ganado por
la sencillez de una mujer del pueblo, frente a la falsa “teología” de los
fariseos. Y exclama Jesús, con el alma que le rebosa: “Te doy gracias, Señor del Cielo
y de la tierra, porque estas cosas las has revelado a la gente sencilla y las
has escondido a los sabios y entendidos”. Y como un acento todavía más
fuerte, dice: Sí, Padre; así te ha
parecido mejor. Con las consecuencias impresionantes para nosotros de que nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie
conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.
¡Precisamente a la gente sencilla! A los de corazón humilde, simple, sin
repliegues, sin reticencias, sin pretender “saber” con el saber humano. Porque es como el niño que pretendiera leer
sin haber aprendido…, o como el occidental que pretendiera escribir los signos
japoneses.
¿Por
qué nos complicamos tanto pretendiendo aplicar el “análisis de textos” a lo que
sólo podemos acceder desde ese “revelar del Hijo en nosotros”…: ¡desde la fe!
Cuando
San Ignacio da las “reglas” para “sentir” con la Iglesia, escribe cosas cuyo
fondo expresa ese corazón que se ha dejado ganar por el “distinto lenguaje y ciencia
de la fe” y la sencillez. Dice: “Debemos
siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es
negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina, creyendo que entre Cristo
nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo Espíritu que nos
gobierna y rige para salud de nuestras almas”.
FELICIDADES a
quienes celebran hoy su onomástica, y las gentes del mar, en su día grande.
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