¿Semilla de mostaza que crece?
o ¿Rana cocida
a fuego lento?
Hoy
es un día de parábolas. Las principales –esenciales-, del Evangelio. Alguna –no
evangélica- que se cuela por ahí para explicarnos mejor.
Comenzando
con la orientación litúrgica, una breve 1ª lectura del libro de la sabiduría,
12, 13 a 19, nos afirma que Dios está al tanto de todo para que no gane la
maldad. El poder de Dios mes HACER LO BUENO. Su fuerza, reprimir la audacia, y
tener misericordia con el que cae. Enseña así que el justo debe ser humano,
y también que en el pecado cabe el arrepentimiento.
Desde
ahí pasamos al Evangelio con su conjunto de parábolas: Mandando como llamada
importante, LA CIZAÑA. [Mt 13, 14-43]. Se trata de declarar una “normal
anomalía”. Cristo siembra siempre semilla limpia y buena, de día, a la luz.
Jesús enseña lo que tiene que enseñar, a las claras. Por la noche un enemigo malo sobresiembra cizaña.
[Unas “malas piezas” que tienen sus cátedras, sus medios de comunicación perniciosos
y torticeros, unos maestros de engaño, unos compañeros envenenados…]. Ellos con
rostro, boca, ojos y cizaña en ristre, van dejando caer la cizaña sobre el
campo limpio que había recibido la buena semilla. No cabe ya pensar en la
batalla directa contra la cizaña mala; sólo queda un momento final en el que
los ángeles de Dios, con “instintos” suficiente para distinguir una cosa de
otra, siguen la cizaña y la envíen al fuego, y sieguen el trigo bueno para
almacenarlo en los silos del Cielo.
Pero
Entre parábola y explicación ha entremezclado Jesús dos parábolas más, que no
van al margen ni son de menor importancia. Porque una y otra tienen mucho que
ver con la primera. La de la LEVADURA es poner ante los ojos que en medio de
una masa, sea cual fuere, la levadura hace un efecto: esponja la masa, la hace crecer,
la convierte en comestible. Una pizca de levadura hace fermentar todo. Si lo
aplicamos al mal, tenemos la parábola de la cizaña en los efectos perniciosos y
malos. Y está a la vista, aunque no se ven las manos negras “que actúan con
alevosía”. Pero la levadura buena sirve para levantar la masa en una línea creativa,
que hace expandirse el Reino de Dios. Es a lo que Jesús se refiere y a lo que
nos llama. Y lo que nos cuestiona tremendamente, porque nos hemos repantingado
en nuestras “bondades adquiridas” y la levadura no funciona. Y si la levadura
buena no funciona, ¿a quién nos quejamos cuando los sembradores de cizaña campan por sus respetos?
Se
me ha venido a la mente aquella poesía…, cuando el niño que está viendo la
procesión de semana santa, no puede ya contenerse más viendo al sayón que maltrata
la imagen del Cristo, y agarra su honda y pega una pedrada que hace rodar la
cabeza del muñeco. Y cuando la gente se arremolina sobre él y le pregunta por
qué lo ha hecho, el chiquillo responde enfurecido: “porque sí; porque le pegan”. Y entonces se pregunta el poeta: “¿Somos
los hombres de hoy, aquellos niños de ayer?”. La parábola de la levadura
no se queda para saberla o leerla o meditarla… Cuestiona si hay tal levadura…
Luego
sigue Jesús mostrando otra dimensión: la de la mínima semilla de la MOSTAZA,
cuya fuerza acaba creando un arbusto tal que hasta los pájaros de mil colores
vienen a anidar en sus ramas. Así ve Jesús el Reino de Dios: cuando un solo cristiano,
sin nombre, sin aparente influencia, se “siembra” y empieza a tener expansión e
influencia, y hasta atractivo para que se le vengan a él gentes de mil clases.
Es la vocación de la fe cristiana: a expandirse. Y ahí es donde Jesús está
llevando este “plato combinado” de parábolas.
Con
esa peligrosa contraposición del cristiano que va cediendo poco a poco. Como la
famosa ranita que es metida en una olla y puesta fuego lento, y hasta
se “siente bien” porque es mejor que el agua fría de la charca. Luego aumentan
el fuego y, aunque algo molesta, la verdad es que crea un ambiente muy relajado
para la ranita…, que se puede adormecer gustosamente. Naturalmente pierde
energías con aquel calorcito enervante. Y cuando le meten el fuego que quema,
la rana ya no tiene energías para saltar…
Si
ese fuego fuerte se lo hubieran metido al principio, la rana salta violentamente.
No lo hubiera admitido. El arte fue irla enervando. Como la misma vida. No se
cuecen las “cizañas” de pronto ni de frente. Los cristianos saltaríamos. Pero
cocidos poquito a poco, cediendo poquito a poco…, ahí estamos como la rana que
ya le da todo igual, entregada a “bien morir” en la caldera de Pedro Botero. ¿Nosotros, a nuestra edad, en nuestras
circunstancias…, qué podemos ya hacer?... Y los sembradores de cizaña, campan a sus
anchas.
Los
padres ¿ya qué van a poder hacer? ¡Han condescendido con “sus ranitas” y ahora ellas se los comen por sopa! ¿Y queremos seguir
así? ¿Nos hemos ya adaptado a ser “ranitas enervadas” por la TV, la butaca, lo
que dicen las últimas informaciones manipuladas o el último macutazo que nos
llega a los oídos?
La
2ª lectura –Rom 8, 26-27- nos dice que el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda…, intercede
por nosotros con gemidos inefables; escudriña los corazones, y nos dice cuál es
su deseo. La buena semilla está ahí. Lo que hace falta es ser campo
preparado para recibirla.
Hace
falta ir a la Eucaristía con una decisión muy clara de que sea un botón de
fuego en nuestro corazón para que levadura y mostaza tengan su lugar y su
expansión en cada cual. La elección es bien sencilla: o trigo bueno de
Eucaristía, o ranita enervada por la templanza del fuego tonto.
San
Ignacio dice: Vale más un acto intenso
que mil remisos.
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