Domingo 14 A,
T.O.
Se
inicia hoy la pedagogía litúrgica y el alimento de la Palabra con un breve
texto del profeta Zacarías: 9. 9-10- Presenta la llegada del Mesías-Rey, justo,
victorioso y modesto. Algún autor piensa que ese llegar cabalgando sobre el
asno –un pollino de borrica- es lo que da ese matiz de “modesto”. Posiblemente
no es tan así, ya que el asno solía ser la cabalgadura de reyes. Es modesto
porque lo es, y es victorioso porque lo es. Y sus victorias las expresa a
continuación con actuaciones dominantes que extenderán su reinado de parte a parte
de la tierra.
Bien
se ve que ningún rey humano llegó a tener tales dominios, pese a los grandes
imperios que han existido. Sin embargo, el Evangelio [Mt 11. 25-30] contiene una llamada universal:
Venid a mí TODOS… Con preferencia los que estáis cansados y agobiados… (¿Y
quién no, Señor? ¿No es un hecho que la
vida es lucha sobre la tierra?) Y Jesús, el verdadero Mesías no se expresa
en términos de dominador sino de consolador para todos los que estáis
cansados y agobiados. De suyo, la vida es permanente lucha, y unas veces más, y
otras menos, siempre estamos necesitados: cansados, abrumados, angustiados.
Alrededor nuestro no nos es fácil encontrar el apoyo, porque a donde recurramos,
esa tal persona va a estar “todavía más agobiada”…, y por supuesto, pensando que
lo suyo es más angustioso que lo del otro. Y en cuanto le digamos la primera
palabra de desahogo, nos va decir: “Yo, más”.
Aparece
Jesús. Y su “dominio” es de consuelo, de corazón
humilde y lleno de mansedumbre…, olvidado de sí para darse al que llega.
Con el arte de elevar nuestra mirada para poder superar esa situación que
llevamos encima, que algunas veces nos aplasta con un peso que parece superior
a nuestra capacidad. Y entonces nos dice: tomad
mi yugo sobre vosotros y se os hará la carga más ligera, [El “yugo” es ese
palo que pone el judío sobre sus hombros para colgar los pesos de sus dos
extremos, aliviando así una carga que –sobre un solo hombro- resultaría
excesiva]. Jesús se ofrece de balancín…,
de “yugo” que hace que el peso se lleve entre dos y no cargue en una sola
parte. Por eso, mi yugo es suave y mi
carga es ligera (o “se aligera”).
Todo
es efecto de un gran corazón, que es bondadoso, caritativo, atento, capaz de
compartir las cargas. Hoy el mundo está angustiado. A derecha e izquierda
tienen que aparecer los psicólogos. En definitiva, unos profesionales que enseñen
a los agobiados pacientes a “dividir sus cargas”. Y, en definitiva también,
unos humanos que intentan motivar a lo humano- para que se atemperen las
angustias. Bien se nota que el mundo de hoy se ha soltado de la mano de Dios…,
del Corazón misericordioso que ofrecía su
“medicina” que suaviza y hace superarse. Bien se ve que el ser humano ha
dejado que una nube mundana le corte la trama con la que tenía a Dios como
referente…, y en Dios un horizonte que ensancha y no agobia; que amplía el
horizonte y no angustia; que da sentido a la vida real y no deja que se
convierta en “enemigo”. Porque el procedimiento de Dios no es eliminar las
cargas, hacer que la vida se facilite automáticamente, que todo se reduzca a
placer y comodidades, con el engaño que eso supondría de presentar la vida al
revés de cómo es. El procedimiento de Dios es ayudar al agobiado, ofrecerle el yugo que suaviza y comparte cargas…
San Pablo –en la
2ª lectura, Rom 8, 9. 11-13- pone el secreto
último para quienes vivimos ahora: vivid según el Espíritu…; el que tiene el Espíritu
de Cristo, es de Cristo. O como lo expresa San Pablo: el que no tiene el Espíritu de Cristo, no es
de Cristo. Y no lo es quien vive “en la carne” (en la comodidad, en la mera
apetencia, en el rechazo de todo y de todos lo que no sea un estímulo de placer…,
de pretender hacer de la vida una Jauja ficticia y engañosa). Pero El
Espíritu de Cristo vive en vosotros. Y por tanto, si bien es verdad que
no os quita la contrariedad, sí que la sobrepasa y vivificará vuestra vida, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
Ya no hace falta ese psicólogo. Es Jesús, y su verdad y su vida, quien nos
planta en la realidad. Lo que se está necesitando a gritos es aceptar la
realidad…, tener un referente en quien
hallar esa VERDAD que está ahí, que
no se puede eliminar, pero que se puede sobrellevar cuando ha encontrado uno
quien ofrece su hombro para hacer que su
yugo haga más ligeras las cargas (y no se niega que hay cargas, no se
engaña a nadie; no se le deja a los jóvenes la idea de un paraíso terrenal). Lo
que se ofrece es otro hombro para que cada cual tenga la capacidad de arrostrar
su peso…, su peso posible de llevar.
San
Ignacio nos ha dado una fórmula maravillosa para experimentar esos efectos
aliviadores de nuestros cansancios: conocer internamente a Jesús, el Señor,
porque así, conociéndole, se va a producir necesariamente una cercanía
amistosa, una experiencia nueva, un amor que atrae hasta el seguimiento.
Y en el momento que se ha encontrado esta vía, un nuevo espíritu mueve a la
persona: UN ESPÍRITU que no es el que repta los polvos de la tierra sino el que
hace levantar la mirada y descubrir que hay OTROS MUNDOS que no son “el mundo”
ni los placeres mundanos. Y en ese momento, la
carga se hace ligera. Una nueva “psicología” ha entrado a ser el gran apoyo
del que se hallaba agobiado en su vida
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