Silencio caritativo
salvador
Un
elemento central en aquella semana de Pascua, entre el domingo de resurrección
y el siguiente, fue el SILENCIO. Y lo digo a propósito de la fiesta de hoy, día de Santo Tomás, apóstol. El
evangelio (Jn 20) nos relata el momento en que regresa Tomás esa tarde –se había
salido del grupo, seguramente por ese carácter suyo tan exaltado, que no pudo
aguantar las noticias que iban y venían, pero sin haber visto los apóstoles al
Señor-. Y al regresar, los compañeros le salieron con los ojos brillando de
alegría “porque hemos visto al Señor”. Lo que pasara por el sentir de
aquel hombre es muy difícil de catalogar. Pero como todo el que no tiene la
razón de su parte, reaccionó malamente. Y el caso es que no sólo era una
reacción fuera de lugar hacia los compañeros, sino falta del menor respeto al
propio Jesús: si yo no meto mis dedos en
los agujeros de sus clavos y no meto mi mano en su costado, NO CREO.
En
verdad era una puñalada en el alma de aquellos Diez, que habían salido llenos
de ilusión a comunicarle la buena noticia. Cualquiera hubiéramos pensado que se
merecía una respuesta fuerte, y hasta fuera de tono (porque él se había situado
“fuera de tono”). Pero nada de eso ocurrió. No en vano los Diez acababan de
recibir el Espíritu Santo. Y con ese Espíritu Santo dentro, la reacción
caritativa y prudente fue callarse; fue EL SILENCIO. Así, ni ellos decían lo
que no debían decir (¡aunque ganas no les faltaban!), ni Tomás se exaltaba más,
si le hacían frente. Se fueron metiendo dentro de la estancia, dejaron que
Tomás –si quería- tomara la iniciativa…, y aquella noche acabaron por irse
situando cada uno en su lugar para dormir (si es que podían…; y si es que Tomás
podía dormir, después de sus exabruptos tan absurdos como faltos de educación).
El
día siguiente procuraron los Diez la normalidad de sus actos, sus oraciones, su
desenvolvimiento…, salvo lo muy difícil de no poder hablar de lo que más
llevaban dentro: la aparición de Jesús triunfante, de la que eran testigos
directos. Pero sacar esa conversación era hincar más el clavo en Tomás. Y un
SILENCIO PRUDENTE aconsejó eludir el tema. Y un sentido de respeto (el que
Tomás no había tenido). Y dejar pasar el turbión que el díscolo debía llevar
dentro.
Alguno,
más afín a Tomás, más cercano en aquellos años, supo hacerse presente a Tomás,
aunque sin sacarle ese tema. Debía ser Tomás quien iniciara en su momento y
oportunidad. Y seguramente llegó ese momento, porque Tomás sufría por dentro y
tenía que desaguar su propia imprudencia. Un brazo por encima del hombro de Tomás
sellaba ya la paz, y le aseguraba que el Maestro volvería. Que tendría Tomás
ocasión de verlo nuevamente, porque –conociendo al Maestro- Él no iba a dejar
las cosas así.
Quiero
hacer hincapié en EL SILENCIO PRUDENTE, en el valor de SABER ESTAR CALLADOS, en
el descanso para el alma, en la plataforma que es el silencio para dejar venir
a Dios. En la oportunidad para escuchar a Dios. En la caridad para los demás.
En el “espacio” privilegiado para reposar el espíritu. En la gran ocasión para
no decir lo que no se debe decir. En el ámbito de respeto que supone hacia los
otros. En el “lugar” en que se asienta la VIDA INTERIOR.
Por
eso suelo decir que quien mucho habla
suena a hueco. El hablar hace de caja de resonancia de muchas repeticiones,
de muchas estupideces y de muchos cansancios de quien escucha. Y es una valla
muy fuerte que impide escuchar a Dios.
Cuando
San Ignacio inventa aquella fragua de espíritu que es el Mes de Ejercicios
Espirituales, dice que el ejercitante debe cambiar de estancia para situarse en
un ámbito que le favorezca el aislamiento del mundo exterior. Aunque no escriba
la palabra “silencio” está implícita. Si se quiere escuchar a Dios, hay que
sumergirse en el silencio, abrir compuertas a Dios y sintonizar su onda, sin
que haya interferencias. Se trata de hallar
a Dios, y Dios ESTÁ EN EL SILENCIO.
Trasladado
al ámbito humano, Tomás se salvó de su imprudente orgullo, gracias al silencio
prudente de sus compañeros. Sus compañeros supieron callar porque el Espíritu
Santo actuaba. Y Tomás recapacitó, se tragó su soberbia, y se puso en tesitura
de ver a Jesús porque también se mantuvo callado y rumió sus insensatas bravatas.
Y
vino Jesús… Y Tomás se corrió de vergüenza. ¡Si el pudiera ahora borrar lo que
dijo..! Pero las palabras dichas ya no se borran. Jesús recogió el guante y se
vino a Tomás y le hizo hacer…: Trae tu
dedo y mételo en mis manos… Tomás ardía de fiebre interna. Le dolía su
propia imprudencia anterior. Trae tu mano
y métela en mi costado… Y Jesús mismo le fue dirigiendo aquella mano…: Si
Tomás no queda ahora mudo es porque rompió en el acto de fue más profundo que
podía hacerse. Ya no ve ni siquiera al “Maestro”; ahora ha caído de rodillas
sollozando, y reconoce al SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO. ¡Mucho más
allá de lo que tocaba y veía!
Jesús
abrió el abanico a favor nuestro y dijo: Tomás:
porque me has visto has creído. Dichosos
los que creen sin ver. Lo que nuevamente incide en el tema básico: Dichosos los que saben callar y descubren a
Dios en su silencio. Y practican la caridad fraternal callando cuando hay que
callar (que dicho sea de paso, es la mayoría de las veces).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!