2 octubre. “Ángeles de la guarda”
Una
celebración litúrgica de arraigo popular. El “Ángel de la guarda” es un
encargado de Dios para ayudar nuestros pasos por el camino del bien. Y eso nos
hace tanta falta –cuando aún se conservan valores- que se mantiene esa devoción
y esa confianza en el pueblo sencillo.
San Lucas 9, 57-62 presenta un relato
que es impactante. Leído de corrida, puede no decir más que lo que dice a
primera vista. Pero detenerse en ese relato puede dar mucho de sí. Hay una vocación directa o llamada de Jesús,
y dos ofrecimientos libres y –al parecer- decididos, para irse con Jesús. La gran duda que me queda es que no se dan
nombres. Que son tres anónimos y que se quedan en anónimos. Y eso, bíblicamente
es muy mala recomendación.
El
nombre es básico. Cuando Dios envía a Moisés, lo primero que hace Moisés es
preguntarle a Dios “su nombre”. Moisés no puede ir con el “mandato de un
anónimo”. Aunque Dios mantiene el misterio, da una clave tan importante que queda
como NOMBRE DE DIOS: El que soy. Jesús nos enseña a decir: santificado sea tu NOMBRE. Y bien claro
que un nombre en sí ni es santo ni deja de serlo. Pero es que ese NOMBRE
identifica a la Persona, y lo que pedimos es que Dios sea bendecido como Santo
y de su santidad participemos todos.
Por
tanto de tener nombre a no tenerlo va una diferencia abismal en el “retrato”
bíblico, en el proyecto divino.
Pues
resulta que vino aquel a ofrecerse incondicionalmente a Jesús: Te seguiré adonde vayas”. Jesús le expone honradamente la realidad
suya: no tiene si casa fija. El Hijo del hombre está a expensas de lo que Dios
mismo va determinando sobre la marcha. No promete Jesús nada concreto, y quien
lo siga debe saber que va a la escucha misma de Dios. El evangelio no nos dice
nada más. ¿Siguió aquel voluntario? ¿No siguió?
Solamente podemos decir que quedó en el anonimato. Y eso ya es mala
señal. Los apóstoles –todos- tienen cada uno su nombre (y a veces hasta
sobrenombre). Este “anónimo” es nadie
en el argot bíblico.
Un
segundo personaje es directamente llamado con la expresión clásica de Jesús: “Sígueme”. La misma que oyeron Simón,
Andrés, Santiago, Juan, Mateo… Y ellos lo dejaron todo y lo siguieron. El
personaje de ahora no se niega pero explica una razón que le impide ahora
mismo: ha quedado al cuidado de su padre, una vez que se casaron sus hermanos.
Y debe hacerle compañía mientras viva…: así son las pre4scripciones
establecidas en la sociedad judía… Casi
un “yo quisiera…, PERO…” Ya he dicho muchas veces que a Jesús le
gustan esas respuestas rasgantes que impacten en la persona. Y responde con una
expresión que nos puede sonar mal a nosotros, pero que simplemente dice: “Pues
esta vez le toca a tus hermanos ocuparse de tu padre; tú vete a anunciar el Reino de
Dios. Es una decidida respuesta; una evidente llamada absoluta.
¿Qué
pasó? No lo especifica el evangelio.
Otra vez topamos con la vergüenza bíblica del “ser sin nombre”…, que sería como
“no ser”. Y si uno se mete en esos entresijos, la verdad es que un cierto
temblor produce ese nuevo anonimato.
El
nuevo sujeto que viene ahora voluntario, lo hace con un error de inicio: Te seguiré, PERO… Eso ya es mala recomendación, porque los “peros”
que condicionan a Jesús no suelen ser aceptados por Él. Y su respuesta es
franca: Quien pone la mano en el arado
[“te seguiré, Señor”] y vuelve la cabeza
atrás [“pero primero permíteme ir…”], no
sirve para el Reino de Dios. ¡Que ya
es una advertencia muy seria para cualquiera! No se trata de quien no vale, no
puede, no sirve… Se trata de quien vale,
puede y sirve, PERO… Y esos “peros” que vienen a justificar
posturas personalistas y muchas veces de falsa justificación, son las que dejan
al margen de ese Reino de Dios. Por
tanto: ¿siguió?, ¿no siguió? Sólo podemos
decir: no sabemos cómo se llama. En el
evangelio es “otro”…
El
tema del NOMBRE es un tema que me subyuga. “El NOMBRE DE DIOS” es Dios mismo.
Dios cambia nombres y pone nuevos cuando cuenta con alguien para una gran obra.
Dios CONOCE A CADA UNO POR SU NOMBRE (que no es el de pila necesariamente).
Dios va poniendo nombres. El día de la concepción de un ser, ya empieza a
llamarse… El día que nace. En el uso de
razón va apareciendo una nueva letra. En su vida, en sus etapas, nuevas letras
van componiendo ese misterioso nombre que Dios va diseñando. Casado o soltero,
consagrado o sacerdote, sano o enfermo…, no son situaciones anónimas a los ojos
de Dios. Una letra se va desprendiendo desde el Corazón de Dios…, que va
componiendo el NOMBRE hasta el momento de la muerte.
Tan
importante es que cuando los demonios pretendían ganar por la fuerza a Jesús,
LO NOMBRABAN… Jesús les ganaba la partida haciéndoles decir su nombre. Los humanos “dominamos” por el nombre cuando
llamamos a alguien (y según el tono) o a un animal de compañía. Y habremos
llegado a buen fin cuando nuestro nombre responda a esas letras que Dios fue
enviándonos durante la vida, para que compusiéramos el glorioso puzle de
LLAMARNOS CON UN NOMBRE PROPIO.
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