21 oct.: Lo
que no es de Dios…
Estaba
Jesús hablando a las gentes. Su cercanía, su estar metido en las necesidades de
ellas –que hacía tan suyas- debió mover a aquel a salir del círculo que
escuchaba, para venirse hasta Jesús y pedirle que intervenga ante su hermano
para que reparta con él la herencia de su padre.
Es
interesante observar esta escena. Y digo que aleccionadora. Es verdad que el
hombre está sufriendo la situación. Pero Jesús le responde que Él no está para entrar en esos problemas;
son problemas de juez y eso hay que llevarlo al juez. Como hay otros muchos
asuntos que no son objeto de la acción de Jesús, aunque cada uno quisiéramos
que “Él nos lo resuelva”. De hecho
nos sería más cómoda la varita mágica de un Dios o una Religión que nos va
solucionando problemas, y nos evitara tener que afrontarlos nosotros.
Sin
embargo son de ámbitos muy ajenos a la misión de Jesús y de la Religión, que no
son para buscar soluciones en el terreno religioso. Aquel quiere que sea Jesús
el que solucione. Y ¡cuántas veces lo plantean quienes no se acordaron para
nada de Jesús en el resto de sus días! Y que no es que venir a Jesús es para
plantear una realidad que deba uno afrontar personalmente, sino que se ha
recurrido a Jesús para que le resuelva el caso.
Y como Jesús
quiere siempre iluminar con un foco de alta distancia, lleva el caso a la
“codicia” en general. Yo diría: cada uno
pretendemos arrimar el ascua a nuestra sardina: esa es también “codicia”. E
inventa Jesús el cuentecillo del codicioso que sólo piensa en sí y en lo suyo.
Aquí es la cosecha riquísima que ha obtenido uno y ya sólo piensa en cómo
almacenar tanta cantidad…, y cómo vivir después sin preocuparse de más…, porque
tiene ya almacenado lo que no va a gastar en su vida. Ya está satisfecho
consigo, y no quiere ya más complicaciones.
Jesús lleva
entonces “la codicia” al extremo del fracaso: a ese que no ha pensado más que
en sí, le va a llegar la muerte ese día que él creía ser ya el de su ocio
total… ¿Para qué le ha valido todo ese
egoísmo?
Y cabría
ampliar el círculo de “la codicia” porque se puede ser codicioso en muchos
campos, allí donde cada cual defiende “lo suyo” como gato panza arriba, sin dejar
que nadie se pueda aprovechar de “sus graneros”. Y conste que a veces son
graneros ridículos porque se aferra uno a un cargo, a una función, a un encargo
que se le hizo…, y se apega a él como una lapa, y es incapaz de tener la
grandeza de alma de “abrir el granero” para que otro participen de él como la
cosa más normal y lógica en uno que va escuchando a Jesús…, o vive en su ámbito
eclesial.
Algunas veces
uno quisiera contar también “cuentecillos” cuando alguien va a pedir soluciones
de temas ajenos a la conciencia…, mientras que de eso principal…, de la propia
actitud…, de las propias carencias o defectos…, ni se ha ocupado. ¡Ni le interesa que se le entre por ahí! En realidad el “cuentecillo” que se podría
contar podría asemejarse al que se inventó Natán ante David, cuando David
quería resolver por la brava el problema “material” de “otro”, pero ni olía que
el profeta le estaba poniendo delante su propio caso…, su propia conciencia
endurecida, engañosa, y con “cosas gordas” a sus espaldas…
Por eso “me
toca” esta actitud de Jesús que responde al de la herencia: ¿Quién me ha constituido juez o árbitro
entre vosotros? Distinto es si aquel hombre le pidiera un consejo para sí,
para ver cómo actuar. Vale buscar a
Jesús porque se necesita al consejero honrado e imparcial que le iluminase un
modo de proceder, acorde con los principios mesiánicos. Vale, sobre todo,
cuando no es “la codicia” de lo mío sino la mirada a un bien más general.
La tentación
que llevamos todos dentro de nosotros es que, una vez que hemos hallado “la
cosecha” resuelta, nos encerremos dentro de nosotros mismos…, busquemos ampliar
los “graneros”…, y dejemos de pensar que más allá, o incluso a la vuelta de la
esquina, hay quienes pueden estar necesitando. Y no hablo de necesidades
materiales. A veces basta saberse echar a un lado para que otro se sienta
acogido. Y hasta –simplemente- para dejar claro que “yo no poseo” el cargo o la
función que estoy sirviendo. Se trata de
romper el círculo de “lo mío”, “mis apetencias”, “mis conveniencias”… Incluso
-¡tantas veces tratado ya!- el mundo de las propias ideas en las que lo cómodo
es no dejar entrar a otros, encerrado ya en “la seguridad” del “propio granero
saturado” en el que es tan fácil instalarse.
Jesús estaba
anunciando el reino; su misión estaba en ese anuncio ancho como el Corazón de
Dios…, ¡el Evangelio que salva!
Estaba queriendo abrir las mentes y las conciencias a un mundo tan ancho y
grande como las Bienaventuranzas y el campo tan sutil que hay detrás de cada
formulación antigua de los “Mandamientos”. Jesús había venido para que la
humanidad viera que hay un mundo mucho mayor que el material, o que el
“microcosmos” del YO… Y cuando ahora se
le quiere “utilizar” para el reparto de una herencia, advierte claramente que
Él no ha venido para eso.
Por eso, a
medida que la persona va entrando en una mayor profundidad de su vida, en una
finura de su espíritu, empieza a “voltear” los temas que son marginales (esos
tienen su propio ámbito), y va encontrando que Jesús le libera de muchas
preocupaciones. No es que no vaya a atender la persona sus necesidades
humanas; Dios nos dejó este mundo para
mejorarlo, adornarlo…, y “podarlo”. Pero siempre hay más allá el ámbito realmente
importante en el que cada uno nos encontramos y debemos encontrarnos con ese
“mañana” que está ahí oculto a la atención: que los “graneros llenos de trigo”
se pueden perder en una noche.
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