16 oct. “Bonitos”
y “feos”
Podría
ser el título de un sainete, pero va más allá: es la división que se hace de
textos evangélicos. Y empiezo por ahí porque hoy toca uno “feo”. ¡Vamos!: una Palabra de Dios “fea”. Naturalmente
no comparto esa división que se hace desde la concepción “dulce” de la fe. Es
decir, de algo que no es precisamente la fe, porque creer en Cristo es creer todo entero en el Cristo entero. Podremos decir –eso sí- que hay evangelios “fáciles”,
cuyo desarrollo sale casi solo, y evangelios “difíciles”. Y hoy nos toca uno.
Pero, ¡ojo!, que no está separado del de ayer y de los días anteriores. Es toda
una secuencia que proviene de ese punto y hora en que –por tal de no aceptar a
Jesús- se le ha puesto en un brete, atribuyendo la expulsión que hizo de un
demonio a que Él actuara con el poder del demonio. Y cuando en esta misma
secuencia un fariseo lo invita a comer –en ademán de amistad- está juzgando –ya
de entrada- a Jesús porque no ha limpiado el plato y la copa antes de comer. Que Jesús rompa ya su silencio y haga la
advertencia seria al mundo farisaico, no es “feo”…: es el enfrentamiento contra
la falsía, la mentira, la apariencia. ¡Lo más contrario a Jesús!
Empieza
Jesús –[Lc 11, 42-46]- por su expresión de queja y pena por ese mundo hipócrita
que se cuida muy mucho de la minucia del diezmo de unas especies aromáticas,
mientras carece de la misericordia y la rectitud. Me vais a permitir un salto a
la primera lectura, porque nos pone sobre la tierra firme: advierte Pablo a los
que se erigen en jueces y “dan sentencia”
contra otro, y lo condenan, mientras ellos mismos están cayendo en el mismo
defecto. Ahora el salto lo doy hacia
nosotros… Con lo que ha dicho San Pablo, ya está bien explicado. Sólo nos falta
preguntarnos: ¿Acaso soy yo?
Porque el
lamento de Jesús puede ser que siga resonando allí donde las palabras van por
un sitio y las realidades personales por otro. Repito: ahora estoy hablando de
nosotros, muy capaces de “poner puntos sobre las íes” cuando se trata del “otro”,
y estar haciendo exactamente lo mismo que se juzga. Y no es que veamos “bueno”
lo que no lo es. Se trata de que ¿quién
eres tú que juzgas a tu hermano? Dice
hoy San Pablo que Dios podría juzgar porque ve la totalidad y con objetividad
(que no deja de tener en cuenta la situación de la persona), y Dios puede dar
sentencia. Y aun así la dará con bondad, tolerancia y paciencia… Pero ¿y yo? Ni conozco toda la realidad, ni
sé la situación de la otra persona, ni me dirige la bondad, tolerancia y
paciencia… Desde luego carezco de la
objetividad necesaria. Y Dios, dice hoy San Pablo, hace juicios de salvación.
Luego habrá quienes “porfiados, se rebelan
contra la verdad y ceden a la injusticia”. A ellos van esos lamentos de Jesús
en el Evangelio de hoy: no es que no se haga lo pequeño; lo inadmisible es
engañarse con eso y descuidar lo verdaderamente necesario de la misericordia con
el otro, y el amor a Dios.
Toca Jesús un
aspecto tan típico en los fariseos de las apariencias externas…: buscar los
primeros puestos en las sinagogas y las reverencias por la calle. Seremos capaces de reírnos de esas niñerías
farisaicas… Pero ¿y si lo cambiamos por otras realidades actuales de quienes
buscan ser siempre el centro, ocupar siempre la cresta de la ola…, o como se
dice vulgarmente, “ser Manolita la
primera”? Y si no, ya no sirve la baraja
que se tenía en la mano. ¿Tan lejos estaríamos
de esa pena que siente Jesús cuando ve a los religiosos fariseos, perdidos en
ridículos intentos de sacar siempre “su” cabeza? Porque el mundo “religioso” es proclive a
ello. Salen a relucir “derechos adquiridos”, “méritos personales”…, con la
oculta pretensión de “primeros puestos”. Explícito o tácito. De frente o
dismulado. ¿Sería digno de pensárselo?
Y como Lucas
tiene esa originalidad propia, no ha sacado a cuento lo de sepulcros encalados sino de sepulcros
sin señal…, porque en el fondo lo que está queriendo es hacer ver lo vacío
de esas posturas de apariencias, y acaba hablando de sepulturas que han quedado
perdidas a los ojos, y que la gente pasa por encima sin saber ni que están
allí. Eso es lo vacuo del querer aparentar, estar encima, tener los primeros
puestos… A la vuelta de la esquina, no
queda ni señal. [Siempre me acuerdo de
la sepultura en tierra de un familiar, al que visité así varias veces…, hasta
que un día no se pudo ni dar con él, ni había siquiera registro en el
Cementerio]. Jesús no hablaba de
corrida. Sabía lo que se decía y estaba poniendo el dedo en la llaga.
No es ya sólo
que queda en apariencias vacías, sino que encima de todo imponen a otros las cargas que ellos ni rozan con un dedo. ¡Qué maravilla son las descripciones de
Jesús! Lo malo es que las tenemos ya tan
metidas bajo la piel que acaban por sonarnos a “frase”. Y sin embargo Jesús
está diciendo cosas que, si hoy viniera entre nosotros, las diría –al menos-
exactamente igual. O con más dolor y más
énfasis, porque nosotros estamos enrolados en la doctrina suya, en su
PERSONA misma… Y por eso, con muchas más fuerza querría sacudir nuestras
conciencias para que viviéramos en verdad.
¿No es esa la
labor que está intentando el Papa? ¿No es ese ir superando etapas para ir a
desembocar en una autenticidad más honesta de nuestra fe?
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