23 oct.: “Segunda
hipótesis”
Jesucristo
es un gran pedagogo. Sabe que caza más una gota de miel que un tarro de hiel. Y
ha echado por delante –ayer lo veíamos- a esos criados fieles en velar y
aguardar y recibir a su amo, a la hora que llegue. Y el amo no entra en si
antes fueron mejores o peores, sino en esa vela que está aguardando para abrir
apenas llegue y llame. Y el amo compensa a los siervos haciéndolos sentar a la
mesa y sirviéndoles él. [“El hijo del
hombre no ha venido a ser servido sino a servir”].
Hoy
sigue avanzando en la idea, en la misma idea, pero poniéndose en la “segunda
hipótesis”. Lc. 12, 39-48: Analicemos: entre los criados alguno es un
irresponsable. Y “como tarda su señor” se arroga el libertinaje de pegarle a
los otros siervos, y beber y comer y emborracharse. Cuando llega el amo, se
encuentra con ese panorama: ni ha aguardado, ni ha abierto, ni ha sido fiel en
mantener un orden normal. Ese tal merece
azotes. Pero Jesús aquilata quién y cómo es ese tal. Y lo define
como el
criado que SABE lo que quiere el amo Y NO ESTÁ DISPUESTO a ponerlo por obra.
Jesús ha definido muy bien al individuo que merece los azotes: “sabe” y “no
quiere”. Puede hacerlo bien, y se lo echa a las espaldas conscientemente, con
evidente desprecio a su amo, y a los criados de su amo.
No
ha descrito Jesús –en las dos parábolas- a unos siervos inmaculados.
Sencillamente ha descrito ACTITUDES, que son las que definen a la persona. Por
supuesto de defectos, los tendrán a mansalva. Pero el problema no es el
descuido, la indolencia del momento, la “guardia baja”, los baches de la vida.
[Esos pueden merecer “pocos azotes”].
El gran problema es la actitud del saber y no querer. Podríamos decir: eso existe, pero eso no es
lo que se da entre quienes luchan las mil batallas de la vida, por más que
salgamos heridos en ellas. Se le había
confiado mucho a aquel criado y se le pedía el “mucho” de vigilar y esperar y
mantener una dignidad ante los consiervos.
Y
eso lo dice Jesús para las gentes, para Pedro –que ha preguntado- y los
apóstoles… Para todo el mundo, como criterio esencial. No es malo sino el que
se empeña en serlo; no se condena sino el que rechaza la mano tendida de la
misericordia de Dios. No es que “somos buenos”; es que DIOS ES DIOS. Y lo que
no podemos nunca es achicar la infinita y gratuita salvación que nos ha
obtenido Jesucristo, a costa de su Sangre.
Por eso –casualmente en estos días- nos está acompañando la carta de
Pablo a los fieles de Roma, en la que su empeño es mostrarles que la redención
es puro regalo, y regalo sobreabundante, que no podemos minimizar porque
nosotros seamos “mínimos”.
Ayer
se esforzó por poner blanco sobre negro, porque siempre sobrepasa Dios con su
bondad infinita, su DON GRATUITO, no dependiente de los “méritos” del hombre. [La
“gracia” “ganada” por el hombre es la herejía pelagiana].
Hoy
sigue en su discurso y exhorta a que pongan su vida al servicio de Dios, siendo
instrumentos del bien. Y concluye (Rom
6, 12-18) con la afirmación de un buen maestro que acentúa lo positivo para
estimular al alumno: “Pero, gracias a
Dios, vosotros –que erais esclavos- habéis obedecido de corazón a aquel modelo
al que fuisteis entregados” (Jesucris-to). ¿Supone que eran fieles
inmaculados? Evidentemente no. Le basta
que caminan con la buena fe de agradar a Dios, cayendo y levantándose, muy a
sabiendas que son sinceros en su caminar…, y en su caer. Pero con actitud definida de querer, velar, esperar… La mirada puesta
en Jesucristo que es el ÚNICO SALVADOR; no esos fieles…; ellos son pobres
heridos del camino de Jericó, dependientes totalmente del paso del Buen
Samaritano –Jesús- que les cure, les limpie, les monte en su cabalgadura y dé
el precio por ellos. No son ellos los que pueden hacer nada por sí mismos.
Ésta
es la gran belleza que tiene un gesto en la liturgia de la Misa, que yo intento
que los fieles lo observen y comprendan. El sacerdote pone vino en el cáliz.
Será la materia de la Consagración. Pero hete aquí que añade una mínima gotita,
sin valor, de insípida agua. Cae la gota
de agua en el cáliz…, y desaparece en el vino, aunque evidentemente allí está.
Y cuando se consagre el vino, se consagra también la gotita de agua. Dice
mientras el sacerdote una oración: que
así participemos de la divinidad… Pongamos ahora “sujeto” a esa gota: eres
tú y soy yo; son tus obras y las mías; incluso tus pecados y los míos. ¿Qué
queda ahora de todo eso? Queda el vino
que se consagra…, queda lo mínimo mío
que también queda consagrado (perdonado, elevado, santificado, instrumento de
redención junto a Cristo…) Yo no me he redimido. La redención la hizo
Jesucristo. A mí se me pide aguardar,
mantener compostura, saber, querer,
estar dispuesto a hacer lo que a Dios agrada.
Y
acabo como acabé ayer: ¿existen majaderos que se empeñan en lo contrario? -
¡Existen! ¿Existe quien ni quiere ni está dispuesto? – Existe. Pero de ahí no
se sigue que todos vayamos en el mismo saco, si hay quienes luchan las batallas
de la vida con el corazón sano…, y sus debilidades a cuestas; quienes no
llegan, pero no renuncian a llegar; quienes –con sus defectos y caídas- vuelven
a levantarse. Y quienes no son nada hipócritas porque se reconozcan a la vez pecadores, pero admirados y agradecidos a la
Gracia y misericordia de Dios en ellos…, y ¡con el mazo dando!
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