30 oct.:
Puerta estrecha
Lc
13, 22-30 nos pone ante una realidad, que muy fácilmente podemos sentirla “aquí
y ahora”. Una pregunta “del millón” es la que alguno de hizo a Jesús, mientras
recorría aquellos caminos, aldeas, cortijos y ciudades: ¿Serán muchos los que se salven? La respuesta de Jesús, en su estilo habitual,
no es la de dejar resuelto y cerrado un tema. Jesús, con esa visión larga de
las personas y de los tiempos, no responde a una curiosidad como aquella que,
la verdad, poco aprovechaba. Lo que hace Jesús es irse mucho más allá del “pocos”
o “muchos” y dejar dicho cómo son los caminos que llevan a un punto o a
otro. Porque la vida no se resuelve –a los
ojos de Jesús- con un número o un cumplir una condición.
Jesús
responde descorriendo la cortina y enseñando que el camino que conduce a la
plenitud [“salvación” equivale a la vida del Reino, a seguir el Evangelio],
tiene una puerta estrecha. Entrar por ella es posible, y de hecho se
entra. Y lo mismo hay que decir: no entrar, no poder entrar, es otra
posibilidad. Los hay que pasan porque su vida fue una vida enjuta en sí misma,
sacrificada, fiel al principio básico de negarse
a sí mismo, tomar la cruz e ir detrás de las huellas de Cristo. Es tan posible
que, de hecho, muchos entran.
Otros
están en el intento, pero inflados de sí mismos, pretendiendo hacer las cosas a
su modo, orillando tanto el evangelio de Jesús que llegan a no tocarlo. Y
cuando no caben por esa puerta –aunque lo intentan- se ponen ante el “portero”
a presentar sus “méritos”: “hemos comido y bebido contigo, tú has enseñado en
nuestras plazas, te hemos portado a hombros, hemos tenido muchas devociones,
llevamos colgada tu medalla, somos “de los tuyos” en cofradías, asociaciones,
grupos, ONG’s…” Y replicará el dueño: “No
os conozco; no sé quiénes sois”.
¿Muchos?
¿Pocos? El tema no está ahí. No es la “cantidad”
sino la “calidad”. La respuesta de Jesús
nos lleva a una urgencia de sinceridad. No vale ni el titulillo de “haber comido
y bebido juntos”, ni esos encuentros “en las plazas”. La puerta estrecha no es un
modo de “hacer” sino una manera de “ser” y de estar. Y esa manera es la que
Jesús nos va desmenuzando a través de sus hechos y sus dichos.
Estoy
muy acostumbrado a encontrarme con personas que dejaron hace tiempo su vida
sacramental…, su oxígeno vital para su fe. Que viven su fe tan a su manera, que
sólo hay un barniz, o hasta yo diría que un poso en lo más recóndito y casi
dormido de sus entretelas. E intentan “entrar por la puerta estrecha”. El intento es posible…, pero tienen que dejar
a la entrada ese bagaje de pertrechos humanos, cómodos, de religiosidades
exteriores que a nada comprometen (nada exigen, nada dan)…, y desinflarse de sí
mismos y de esas suficiencias con las que se pretende hoy estar descubriendo el
mundo por primera vez.
Puedo
decir también –y no hago sino repetir lo del Papa- hay muchas apariencias de
entrada por la puerta estrecha…, pero en el fondo, no se traspasa el umbral
porque la persona viene con sus capas de cebolla envueltas sobre su verdadera realidad,
y ocultándola. “Somos pecadores”…, y todos en el mismo saco…: ¿qué sentimiento
personal de entrar uno por la puerta estrecha?
“Somos humanos”…; “me confieso de mis pecados de pensamiento, palabra,
obra u omisión”… “He cometido tal pecado
pero la culpa fue de”… “He fallado en
tal cosa, aunque la razón fue”… “Estoy
sufriendo mucho, soy un desgraciado, y que Dios me perdone”… Todos “han comido
y bebido con el amo…; Jesús ha predicado en su plazas”…, pero la cuestión es: ¿cuál
es tu vida, tu realidad concreta, tus fallos determinados, tus actitudes para
adelante, tus concreciones en un propósito? Porque se puede entrar por la puerta
estrecha, y está siempre abierta. Pero para entrar hay que disponerse realmente
a entrar.
En
el lenguaje bíblico “conocer” no es
sólo un hecho exterior, de saber quién es alguien. “Conocer” equivale de tal
manera a AMAR que el “marido conoce
a su mujer en la unión íntima total”. El conocimiento que Jesús tiene de
nosotros no es si anduvimos por las plazas y nos cruzamos con Él, sino si nos dejamos CONOCER desde esa esencia
del amor que es la salida del propio yo para ir hacia el tú… Si dejamos tantas
caretas de carnaval “de buenas personas” para mostrar nuestro rostro que hace lo que agrada a la persona amada,
aunque suponga tener que ceder de lo propio…, sacrificar las comodidades, las
ambigüedades, el hedonismo que sólo entiende del placer inmediato…
Jesús,
pues, no cuantifica si muchos o pocos, porque esto es cuestión variable.
Depende de nosotros y de nuestra sinceridad ante la puerta estrecha. Esa es la que hay. No caben inventos ni
sordinas. Cabe la honrada sinceridad de esa reflexión propia para ir despojándose
de falsas vestiduras y afrontar con la humildad de la persona honrada, cuál es
realmente su postura.
De
hecho, hasta puede ser que vengan de
fuera y lo hagan mejor…, que todas esas maneras ya adquiridas y que parecen
inalterables.
El Espíritu acude en ayuda de nuestra
debilidad, dice San Pablo; intercede por
nosotros ese Espíritu con gemidos inefables… Son esos empujones profundos con lo que
quiere hacernos caminar por la senda de seguimiento de Jesús…: entrar por la puerta estrecha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!