DOMINGO 30 C.-Los
“POBRES”
Al
Evangelio se le ha llamado “el evangelio
de los pobres”; a la Iglesia se le ha descrito como “Iglesia de los pobres”. El término puede
resultarnos equívoco cuando sólo le aplicamos la connotación del dinero. El término
“pobre” en la Sagrada Escritura
lleva dentro mucho más que la carencia material. Por eso no entran –por sí
mismos- en el rango de pobres todo el que carece, el pedigüeño, el “pobre
social”. También hay que decir que
cuando esos son verdaderos necesitados,
tienen la facilidad de entrar en ese baremo bíblico de POBRES.
La
1ª lectura nos pone ya un marco inequívoco del pobre al que hemos de
hacer mención: es una persona sencilla, confiada, humilde, que no tiene odios
interiores ni afán de lucha contra nadie. Pero tienen puesta toda su confianza
en el Señor. A ellos, el Señor les escucha sus súplicas, no desoye sus gritos
(que no son gritos de rebeldía sino de expresión extrema de su necesidad); el
pobre se queja porque todo su ser es una queja de dolor…, de esa pena que sube
hasta el Corazón de Dios, traspasando las nubes… Es el POBRE de la
Bienaventuranzas, el que vive la situación suya con la paz en su alma y sin
levantar su brazo contra nadie. El pobre que se siente feliz porque se ha
echado en el Corazón de Dios y hasta siente la alegría de su pobreza por poder
tener ese lugar donde reclinar su cabeza y ese Dios de quien todo lo espera, en
el que se confía totalmente. Porque sabe que Dios –que es el inmensamente
bondadoso…, y esa es su gran JUSTICIA, le va a atender.
En
el Evangelio hace Jesús el dibujo magistral de cómo es el rico y cómo el pobre
de los que Él habla tantas veces. El “rico” es –de entrada- uno que se valora tanto
a si mismo que entra de lleno en el desprecio a los demás, E inventa Jesús la parábola. El fariseo –buen exponente del personaje que
se ve como el dios de su vida- “ora” erguido.
No viene en actitud de humilde que viene a suplicar a Dios. Viene a pecho
abierto para que aparezcan sus méritos: ¡O
Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres. [Queda claro que –a sus ojos- el mundo está
dividido en dos grupos: él, y los demás. El, que es el que ayuda dos veces por semana
y paga el diezmo. ¡Ya ha cumplido el hombre! Ya ha sacado pecho. Y explicita
sus “no fallos”: no soy como los otros:
ladrones, injustos, adúlteros… Y mirando de reojo, el desprecio hacia ese publicano… No soy como ese… [Dijo
ayer el Papa que esta forma de expresarse muchos es corriente cuando la persona
no va por derecho en la confesión, y busca más ponerse a cubierto, camuflando,
justificando…, mientras que los niños lo dicen todo con una simplicidad total,
y muy en concreto].
Al fondo, sin levantar los ojos, el publicano
decía: Ten compasión Señor, de este pecador. Cualquiera puede ya pensar que “ese pecador”
no sería tan absolutamente “pecador”; que tendría también sus aspectos buenos y
dignos de merito. Pero lo que sí está apareciendo es el POBRE REAL, el pobre
que tiene tanto en su carencia real que no se pone a presumir de nada. Lo que
sí pide, claramente, es la compasión de Dios. Pues ese que no se apoya en sí mismo
ni en propios méritos, sino que todo se queda colgado de Dios…, que ha hecho A
DIOS SU REY, ese es el que verdaderamente ha llegado al Corazón de Dios.
Y si importante
es percatarse de los rasgos que ha dibujado Jesús, lo que tiene un valor
definitivo es el juicio de Jesús: e vuelve
a la gente y les dice: el fariseo se fue de allí tal como entró. No
había orado. No había ni rozado el Corazón de Dios. Él se iba “consigo mismo”…,
y se bastaba. En cambio, el publicano regresa a su casa confortado, escuchado,
perdonado… Se presentó con su pobreza en el rostro, pero todo se ha quedado
allí a los pies de su Dios de Israel.
San
Pablo –que espera su corona por la vida vivida y el mensaje predicado- no es el
“fariseo” que viene publicando sus batallas y triunfos, sino el apóstol agradecido
a tanto como Dios le dio. “Si el afligido
invoca al Señor, Él le escucha”, es la gran síntesis de este domingo.
Ahora
somos nosotros quienes venimos al Templo.
No definiremos como pobres que no ponemos la seguridad en nosotros mismos,
pero que tenemos apoyada toda nuestra confianza en el Señor. Que comulgamos y
nos unimos a Jesús, a conciencia de que
no somos dignos de que entre en nosotros. Pero con la suficiente humildad
del POBRE, le pedimos que Él diga esa
palabra suya que nos transforme, y sane nuestra alma. No renunciamos a
recibirlo, que venga. Pero lo vivimos y lo tenemos que vivir en la vida real
como POBRES que suplican, como honrados POBRES que van con su verdad por
delante, sin disimularla. Con el alma en sus manos, sin pretender aparentar lo contrario
de la verdad.
Sinceramente
hemos de poner en parangón nuestra forma de vida actual y la que el Papa va desgranando…;
nuestra vida ya “hecha”, cuadriculada en nuestra forma personal, y ese ir
lanzado hacia una nueva realidad –tan antigua como el propio evangelio- pero
tomándolo en serio, y en toda su verdad.
Nuestros conceptos se reducen a veces demasiado, y podemos identificar la pobreza/necesidad con lo económico. La realidad bíblica es mucho más ancha, porque POBRE puede serlo quien tiene sobrados medios de vida, pero vive una dolorosa soledad. Pobre puede ser una madre o un padre a quienes se les deja aparcados en un "aparte" porque los hijos "tienen muchas cosas importantes que hacer" y no les queda tiempo ni para visitarlos. POBRE es el enfermo que no tiene una fundada esperanza de vida. POBRE es ese hijo de familia que preferiría ser "ordenador" para que su padre le prestara atención. O la pobre criatura que tanto necesita del calor de unos brazos maternales, pero "la ley" obliga a compartir tutela, destrozando la psicología del menor. POBRE es todo ese al que que se va desposeyendo de valores y puntos de apoyo para poder luego manejarlo como a un objeto por los sistemas sociales o políticos, a quienes no les interesa tener personas sino "borregos". POBRE es el que no sabe salir de su vida alejada de Dios, con su conciencia sucia y sin disponerse a limpiarla. Y más POBRE, pero "pobre" pobre porque ni siquiera siente esa su honda pobreza.
ResponderEliminarYa se ve que aquí cada uno puede seguir añadiendo "POBREZAS"... Y uno encontrará en sí unas carencias penosas,, Y hasta puede ser que su "pobreza" sea precisamente su falta de verdadera humildad y aceptación de la realidad. ¡Vaya Vd. a saber!
¿Quién no es pobre? - solamente aquel que una vez cumplido su paso por la vida es recibido por Dios como bienaventurado.
ResponderEliminarNo hay peor pobreza que la riqueza de "sí mismo". Cuando apartamos al Señor de nuestra vida y nuestra autosuficiencia radica en nuestro ego, en nuestros "bienes", es cuando realmente somos más débiles.
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