6 octubre:
Domingo 27-C
Creo
que no forma parte del tema la parábola que incluye el Evangelio en su “segunda
parte”. El tema que se quiere desarrollar este domingo esta ya delimitado desde
la 1ª lectura. El profeta se queja a Dios: “¿Hasta
cuándo…”?, lo que repite dos veces. Pienso que habría que saber qué tono
usó Habacuc, porque puede hacerse la pregunta a Dios en tono de oración, y eso
es válido porque en definitiva se está dirigiendo a Dios. Más que protesta
puede indicar un echase en la confianza de los brazos que acogen… Y la
pregunta: “hasta cuando” se convierte
más bien en otra: “¿Qué quieres decirme
con esto? Es precisamente una
postura interior de fe, en la que el alma angustiada se desahoga con su Dios,
en el que cree. En el este caso hay
humildad…, la humidad del que cree.
Pero puede
ocurrir que se hagan a Dios esas preguntas “a mano alzada”, protestando contra
Dios, pidiéndole cuentas. [No dejaría de ser fe, porque si protesto a alguien
es porque –bien o mal- cuento con ese alguien]. Evidentemente podemos pasar así
de la fe confiada y abandonada a la altanería de quien se atreve a pedir
cuentas a Dios. En este segundo caso tenemos la soberbia de quien escupe al
Cielo.
La respuesta
de Dios sitúa los “espacios” de la fe: Dios
espera su momento…; se acerca su tiempo, y no fallará. Y no es que Dios se retrasa. Lo que pasa es
que Él sigue sus ritmos, aunque no coincidan con nuestras prisas. “Para Dios mil años son como un día”. Y esa es la maravilla del DON de la fe: que
el creyente espera y no desespera.
Sabe muy bien que está en las manos de un Dios
Bueno, BUENO por todas partes, sin brizna
posible de mal alguno. Ante un Dios BUENO, siempre bueno, por todas partes
BUENO, la fe se vive a pie juntillas, sin poderse dudar. Luego –en lenguaje humano-
habrá quien piense que tiene “poca fe”.
Aquellos apóstoles que se presentaron a Jesús, le pidieron: Auméntanos la fe. La respuesta de Jesús fue muy clara: para
que la fe sea fe, no hace falta que sea “grande”, porque bastaría la fe como
del tamaño diminuto de un grano de mostaza, para que ya hicierais milagros. [Recordemos que Jesús explicó en otro momento
que esa semilla, aun siendo tan pequeña, crece por su natural hasta hacerse un
arbolito, al que vienen a cobijarse y anidar las aves].
Así es la fe:
de hecho –cuando es fe- se retroalimenta a sí misma y, dentro de su pequeñez va sacando vigor, y es capaz de hacer
milagros. Lo que necesita es ser verdadera fe y no mera “devoción” o “credulidad”
(que son cascarones sin consistencia que no están fundamentados sobre la
absoluta BONDAD y MISERICORDIA DE DIOS y, por tanto, en el confiado abandono en
Él).
Cuando la FE
es verdadera, aunque sea “poca”, es bastante y es suficiente para caminar en
esperanza y seguridad. ¡Ya puede hacer milagros!
Y uno de esos
milagros es vivir la alegría de la fe,
ocurra lo que ocurra. Es esa plenitud que no es “tocada” y atacada ni por el
sufrimiento, ni por el dolor, ni por los momentos malos de la vida, las
contrariedades, los fracasos… La fe vive en otra región de nuestra persona, y
lejos de sentirse “herida” por la negatividad de la vida, se crece con esas
dificultades, porque más se aferra a Dios…, más comprende que –cuando todo lo
humano falle, Dios sigue estando ahí, sigue siendo BUENO POR TODAS PARTES, y
bien puede uno agarrarse a Él, confiar y saber que nunca fallará.
En la 2ª
lectura ha exhortado Pablo a su discípulo Timoteo a “tomar parte en los duros trabajos del Evangelio”. A primera vista
esa frase dice lo que dice, ¡y ya es bastante! Pero en su hondura del Nuevo
Testamento está referido a LA CRUZ. Lo que
Pablo dice a Timoteo es que su fe ha de arrostrar la cruz, el sacrificio, la
persecución… Y que –en definitiva- la fe está contando con ese paso de la cruz. Y la cruz no va a dejar de serlo, ni va a
dejar de estar ahí…, cada uno con la suya.
Hay que tomar parte en esos “trabajos”
y no desfallecer. Y esa fuerza es la que viene de la fe auténtica.
En la MISA anunciamos la muerte de Cristo, y
anunciamos nuestra “muerte”, nuestro diario sacrificio. Lo que nos añade la fe
es que en ese mismo instante de la muerte de Jesús, y en fuerza de ella, anunciamos ya su triunfo de Resucitado, y
con él, nuestra resurrección. ¿Quiere decir que lo que padecemos ya no lo
padecemos…, que los sufrimientos dejaron de serlo? No.
La cruz está ahí, queramos a no, la abracemos o la tiremos a la cuneta…
SEGUIRÁ AHÍ. Pero la FE la supera, la traspasa.
Más aún:
nuestra fe puede ser “poca” y que pidamos a Jesús: “Auméntanos la fe”.
Precisamente la Eucaristía, por lo que tiene de Sacramento, no sólo es el punto
culminante de nuestra fe expresada, sino
la fuente permanente que mana en
nosotros y sigue produciendo fe. Pequeña o grande esa fe, siempre está
invitando a saber ceder en beneficio
de otros…, a hacer algo más que trasladar una morera de sitio…. Y que, al modo
que Cristo cedió su vida para darnos
vida, nosotros –cediendo- estamos llevando vida a otros con los que estamos
viviendo. Y eso, o se hace en razón de
una fe, o no tendrá más consistencia que la de un momento de emoción afectiva.
Por eso el creyente, desde su fe, vive lo que puede vivir cualquiera…, pero lo
vive con el apoyo y fuerza de su fe en
Dios, a cuyas manos se ha entregado, en cuyo Corazón se ha abandonado con plena
y profunda seguridad.
"Dios es BUENO... Por todas parte BUENO"...
ResponderEliminar¡Feliz expresión! Sencilla y muy significativa...
Nuestra gratitud y cariño para usted, querido P. Cantero, en este Día del Señor en que se nos invita a contemplar cómo andamos de FE.