Liturgia:
Llegamos al 2º domingo de
adviento en el ciclo C y aparece la
figura de Juan Bautista, el precursor del Mesías, el que viene a preparar los
caminos por donde entre el Salvador. Tanto en la 1ª lectura (Baruk 5,1-9) como
en el evangelio (Lc.3,1-6) aparece la consigna típica del adviento: enderezar los caminos para la llegada
del Señor. Es voz que grita en el desierto y que se hace acuciante en aquellos
momentos de Juan Bautista: preparad el
camino del Señor, allanad sus senderos. Elévense los valles, desciendan los
montes y colinas, y que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale,
con ese sentido figurado que está expresando una realidad de la vida de un
pueblo y de cada persona en particular, que tienen –o que tenemos- que preparar
la llegada del Señor. Hay obstáculos en esas sendas por las que transitamos.
Hay soberbias o “montes” que necesitan abajarse; hay baches en la vida de cada
uno, que tienen que rellenarse de buenas obras. Hay vericuetos torcidos por los
que no caminamos derechamente según el deseo de Dios… Todo eso tiene que
enderezarse para que el adviento no quede en balde sino que realmente nos
conduzca a una novedad mejor en nuestra vida, con la que dejemos que la venida
diaria del Señor sea una realidad, y al mismo tiempo nos estemos preparando
para ese momento de encuentro definitivo personal en el que tenemos que
encontrarnos con Jesucristo.
Las características que se señalan de esa venida es la
bondad y la misericordia…; la justicia
por la que Dios quiere hacernos personas justas, centradas, abiertas a la
gracia, y así hacer patente la misericordia con la que el Señor se viene
acercando a nosotros, que ha puesto de manifiesto la 1ª lectura, que exhorta a
Jerusalén a ponerse en pie para esperar con el corazón bien dispuesto al Mesías
salvador, que viene.
La otra característica en la se nos quiere hacer hincapié
es en la respuesta de amor al amor de Dios (2ª lectura Fil.1,4-6.8-11), que
provoca en nosotros confianza en que Jesús, que ya vino en su momento, nos
quiere atraer hacia sí para presentarnos debidamente preparados ante la
presencia del Padre: así llegaréis al día
de Cristo santos e irreprochables, cargados de frutos de bondad, por medio de
Jesucristo, a gloria de Dios Padre.
Todos pensamos en esas fechas entrañables, familiares y
muchas veces nostálgicas de la Navidad. Hemos de llegar a ese momento con el
alma blanda para acoger el misterio de la humanidad de Jesús, que abrió sus
ojos por primera vez en aquel momento humilde y sublime de Belén. Pero nos
disponemos a vivirlo con espíritu religioso: tener el alma abierta a la llegada
a nosotros de ese Jesús al que celebramos.
Solemos decir que son días de familia. Y vale sentirlo así,
siempre que no se reduzca la celebración a reunirse la familia o a echar de
menos a los que no pueden reunirse. Navidad es a propósito para sentir el calor
familiar pero siempre que lo hagamos alrededor del acontecimiento que
celebramos.
Navidad es tiempo de paz, y así lo proclamaron los ángeles
en Belén. Pero no lo reduzcamos a una paz de tranquilidad y de convivencia,
sino a la paz profunda que pone en el alma la presencia de Jesús. La paz es
signo de Jesús, pero esa paz honda del espíritu, que está por encima de los
sentimientos o resentimientos.
Navidad es tiempo de canciones, pero que no sólo salgan de
las gargantas sino del corazón, porque sentimos dentro de nosotros que nos
brota la alegría del fondo de nuestro ser, al sentirnos con Dios viviendo en
medio de nosotros, porque un día Dios decidió implicarse en la vida de la
humanidad.
Realidad que se nos hace tan presente y real en la
EUCARISTÍA, donde tenemos la dicha de acoger al Señor en nuestro corazón, y
emular la actitud de alma dispuesta que tuvo María o José en aquel momento en
que se encontraron con Jesús entre sus brazos.
Pedimos a Dios que nos dé su fuerza para que vivamos un
adviento muy comprometido.
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Para que en la Iglesia y en todos los que constituimos la Iglesia se
nos dé una actitud de mejora y cambio de nuestras actitudes. Roguemos al Señor.
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Para que vivamos según la bondad y justicia que el Señor pone en
nosotros. Roguemos al Señor.
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Para que vivamos con el corazón abierto al amor a los que nos rodean. Roguemos al Señor.
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Para que la EUCARISTÍA nos haga vivir con anticipación la felicidad de
la Navidad. Roguemos al Señor.
Que las preocupaciones y tensiones de la vida no nos
oculten el espíritu de la Navidad, que se centra en la venida a nuestro mundo
de Jesús, el Señor.
Lo pedimos por el mismo Señor nuestro Jesucristo que vive y
reina con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de
los siglos. AMÉN.
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