Primer Viernes el 7
5’30.-Acto.- 6’30. Rosario.-6’50. Exposición y Hora santa.- 7’30: Misa
Liturgia:
Martes de 1ª semana de adviento.
Primera lectura (Is.11,1-10), toda ella excitando al
optimismo. Estamos ante un período de expectación y esperanza. No es tiempo
litúrgico propiamente penitencial, como es posible que susciten los ornamentos
morados. Es un tiempo abierto a la alegría de la espera, esa que se desarrolla
en tres niveles: el más inmediato y no el más importante en su contenido, que
es disponernos al nacimiento del Hijo de Dios en Belén. Otro, de suma urgencia
y realidad: nos preparamos y disponemos a nuestro personal encuentro con el
Señor, que vendrá a nosotros, y al que nosotros hemos de salir a su encuentro
con la cabeza bien levantada. Y entre una y otra, las múltiples venidas del
Señor, bajo mil apariencias diversas, que son gracias y visitaciones con las
que nos quiere ir enriqueciendo y haciéndonos caminar hacia el último
encuentro.
Yendo al texto, tenemos diversas manifestaciones de esa
alegría: Aquel día,
brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Anuncio
mesiánico.
Sobre él se posará el espíritu del
Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor. Siempre
que en la Biblia aparece la palabra “temor” referida a Dios, hemos de estar con
el chic preparado para leer: AMOR. Lo que distinguirá al Mesías será el amor.
Lo que nos conducirá al Mesías, es el amor. Y en esa línea, No juzgará por apariencias ni sentenciará de
oídas; juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los
sencillos de la tierra; pero golpeará al violento con la vara de su boca, y y
con el soplo de sus labios hará morir al malvado.
La justicia será ceñidor de sus
caderas, y la lealtad, cinturón de sus caderas. “Justicia”,
otro término que expresa un sentido mucho más comprensible en la palabra:
bondad, misericordia, acogida. Y eso enmarca lo que viene a continuación: Habitará el lobo con el cordero, el leopardo
se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho
será su pastor. La vaca pastará con
el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león con el buey comerá paja. El niño
de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente, y el recién destetado
extiende la mano hacia la madriguera del áspid. Comparaciones todas muy
orientales pero que dejan una sensación de paz y convivencia, aún de los
aspectos más extremosos que vendrán a unirse bajo la presencia del Mesías.
Dicho en
lenguaje muy comprensible, continúa la lectura diciendo: Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está
lleno el país del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar.
“Conocer al Señor” no es un mero conocimiento externo. “Conocer” bíblico es
entrar en el corazón de la persona y experimentar la atracción profunda del
marido hacia la esposa. Es un conocer íntimo.
Aquel día, la raíz de Jesé será
elevada como enseña de los pueblos: se volverán hacia ella las naciones y será
gloriosa su morada.
Atraído por esa lectura, se escoge el evangelio del día,
que está tomado de Mt.10,21-24, en el que se recogen las exclamaciones de gozo
del Corazón de Cristo que, lleno de la
alegría del Espíritu Santo, exclamó: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y
de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las
revelado a la gente sencilla. La alegría profunda del espíritu la entiende
el alma sencilla. Y la espera de esa llegada del Señor es precisamente la que
produce esa alegría: viene el Hijo del hombre a mostrarse a nosotros. Ese es el
adviento que empezamos a recorrer. Con esa alegría se llega al conocimiento del
Padre, llevado por la acción de Jesús, que quiere revelarnos al Padre. Y por la
acción del Padre, por su Gracia, podemos llegar al conocimiento de Jesucristo.
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