LITURGIA
Empecemos el día con una inmensa acción de gracias por todo lo
que hemos vivido y se nos ha dado en el transcurso del año que acaba. Demos
gracias a Dios por lo bueno que pudo haber en nosotros, e incluso porque de los
menos bueno, él sacó la fuerza de su misericordia. Demos gracias por todas las
gracias que nos ha dado su amor.
Es curioso que esta 1ª lectura (1Jn.2,18-21) coincida con
el último día del año. A mí me impresiona siempre porque es como una
advertencia muy seria al llegar a la culminación de un año civil: Hijos míos, es la última hora. Nos invita a un balance, un inventario, una
parada de retiro espiritual. “Es la última hora” suena a aldabonazo en las
postrimerías de un período de la vida que se va. Y nos ayuda a preguntarnos
cómo fue ese año que ahora llega a su final, a su “última hora”.
Yo sé que se presta a un cierto examen pesimista, que
recordara solamente lo que no se ha hecho, las oportunidades perdidas, los
fallos no corregidos… Y aunque eso debe ser también materia de ese
“inventario”, no debe quedarse en la visión negativa, sino debe ser la
catapulta que nos haga reaccionar. Es una “última hora” que da paso a una
primera hora, a una nueva oportunidad.
Por otra parte, ¿por qué no vamos a reconocer también los
pasos adelante que dimos en el año que se acaba? Porque seguro que hay aspectos
que se han desarrollado bien en este periplo de 365 días. Y reconocerlos es una
manera de dar gloria a Dios, que estuvo siempre “detrás” de ese proceso de
renovación. O que lo está ahora mismo para hacernos dar el paso que no llegamos
a dar todavía, pero al que no hemos renunciado. A mí me gusta decir que no renuncio a ser como Dios me quiere. Y
aunque hay tanto lastre en la vida personal que parece dejar alejado ese ideal,
sigo aspirando, sigo no renunciando. Sigo queriendo de corazón que lo que no di
en el pasado, quede como una llamada interna en mí para dar el paso adelante.
San Juan explica que ha surgido de entre su comunidad un
anticristo…, muchos anticristos, por lo
que nos damos cuenta que es la última hora. Es verdad que mirando el mundo
que tenemos delante, nos acucia el pensamiento de que “muchos anticristos” están
ahí haciendo la guerra a la venida del Señor, y a que aparezca a las claras la
fuerza de su Reinado.
Confiesa Juan que “no son de los nuestros” aunque salieron de entre nosotros. Si hubieran
sido de los nuestros no se habrían apartado de la verdad y de la luz.
Por eso, en cuanto a
vosotros, estáis ungidos por el Santo y todos vosotros lo sabéis. Conocéis la
verdad y ninguna mentira viene de la verdad. He ahí la piedra de toque:
proceder con la sinceridad de quienes se han situado de cara a Jesucristo, que
es la Verdad por excelencia, y buscar día a día el modo de seguir sus planes y
proceder con la limpieza de alma que corresponde a los que estamos “ungidos por
el Santo”.
El evangelio nos vuelve al Prólogo de San Juan (Jn.1-15),
en el que el evangelista une el extremo del nacimiento de Jesucristo, según su
humanidad, con el nacimiento eterno del Verbo/Palabra de Dios, que no tiene
principio, que existe junto al Padre y que es Dios. Que es palabra de Luz
verdadera que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino –nacimiento de Jesús en la plena humanidad- y
en el mundo estuvo. Ese mundo fue hecho por él. Y a ese mundo vino él, aunque
el mundo no lo conoció. Vino a su casa –el mundo que él había creado- y el
mundo no lo recibió. Es la historia real que nos puede contar ya Juan cuando
escribe al cabo de muchos años, y tiene constatada la experiencia de un mundo
que ha rechazado a su autor: un pueblo judío que lo llevó a la cruz; un mundo romano
que mata a los seguidores de Jesucristo. Y si Juan habló en lenguaje profético,
un mundo de hoy que se aleja progresivamente de la fe cristiana, y sigue
persiguiendo y matando a muchos seguidores de Jesús. Esos a los que él hizo
hijos, no nacidos de la carne y de la
sangre sino de Dios. Y a otros muchos los anestesia para que no tengan el
valer verdadero de la fe y de la fuerza de arrastre apostólica y testimonial
que se requiere en los creyentes. Y cediendo hoy un poco de aquí y mañana otro
criterio de allá, va dejando un mundo amorfo que cada día tiene menos capacidad
de reacción frente a la realidad destructora a la que nos somete el ambiente
del mundo.
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