LITURGIA
Adelantándose a los acontecimientos que suceden propiamente tras
el paso de los Magos, hoy se celebra la fiesta de los Santos Inocentes,
aquellos niños de Belén que, según cuenta San Mateo, fueron masacrados por el
tirano Herodes, por la sospecha de que entre ellos estuviese el “recién nacido
rey de los judíos”, que podía arrebatarle el trono.
Herodes era un sanguinario o un obseso. Por su temor a que
pudieran arrebatarle su trono había matado a 30 personas, una tras otra, en cuanto
sospechaba que podían aspirar a mandar. Incluso la esposa adorada por la que
sentía pasión, cayó bajo el ataque de celos del monarca.
En esa tesitura se presentan los magos de Oriente
preguntando por el recién nacido rey de los judíos. ¿Dónde podían preguntar
mejor que en el palacio del Rey? Pero aquello perturbó la tranquilidad de
Herodes quien puso a los sabios a investigar “para dar respuesta a sus
visitantes”, desconocedores de la realidad que se cocía en el corazón del rey.
Averiguado que era en Belén, allí encaminó a los magos, con
el encargo de que, tras adorarle, volviesen al Palacio para informar
detenidamente dónde estaba. Su perversa intención fue la de matarlo y acabar
así con su pesadilla. Pero los magos fueron advertidos por Dios y se volvieron
a sus tierras por otro camino.
Herodes se sintió burlado y tomó su venganza particular.
Como el tiempo de aparición de la estrella databa de cerca de dos años antes,
él daría la orden de matar a todos los niños menores de dos años, y ahí caería
el “recién nacido rey”.
Dios tuvo otros planes y José, con María y el Niño
escaparon huyendo a tierras de Egipto, y la muerte sentenciada para los niños
no le cogió a él.
Obsérvese la segunda intención del evangelista San Mateo,
que quiere hacer un paralelismo con Moisés, el caudillo que condujo al pueblo
de Dios en la antigüedad. Un Faraón que da la orden de matar a todos los niños
judíos. La madre de Moisés que salva a su hijo escondiéndolo en un cestilla de
mimbre a la orilla del Nilo, y que tras diversos avatares en su vida tiene que
huir perseguido de muerte. Y precisamente volverá a Egipto sano y salvo, desde
donde emprenderá la salvación de su pueblo. Murieron los demás niños y él se
salvó. Y fue el salvador de su pueblo. Por eso, cuando Mateo narra el episodio
de la huida, y posteriormente el aviso del regreso, se le aplica la frase: De Egipto llamé a mi hijo, que
corresponde a la liberación que hizo Moisés.
Estamos en el evangelio de hoy ante la muerte de aquellos
niños inocentes, que mueren sin culpa de nada, bajo la saña del tirano.
(Mt.2,13-18)
La 1ª lectura sigue la exposición continuada de la primera
carta de san Juan, 1,5-2,2 en el que el autor lleva adelante ideas
fundamentales: que lo que él enseña lo ha aprendido de Jesucristo, que es luz
sin ninguna oscuridad. Y los que estén con él no pueden vivir en oscuridad
alguna.
Y la luz nos enseña algo básico: que somos pecadores. Y el
que dijere que no ha pecado, no es sincero. Y quien se reconoce pecador,
resalta la bondad y la misericordia de Dios, que será quien nos purifique y
lave nuestros pecados.
El que dice que no peca, hace a Dios mentiroso y no vive su
palabra. No nos avergüence ser pecadores. Tenemos un abogado en Jesucristo, que
ruega por nosotros al Padre. Y así también, por los pecados del mundo entero.
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