LITURGIA
La liturgia del día de la SAGRADA FAMILIA tiene un centro
especial en la 2ª lectura (Col.3,12-21), que es un verdadero himno al amor
familiar, y una pauta de conducta que ojalá tuviera eco en la realidad de cada
persona y de cada familia.
Establece San Pablo unas actitudes generales que requiere
toda convivencia para que fluya debidamente: sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la
humildad, la dulzura, la comprensión. Solamente eso ya resuena en el
corazón de cada uno y le hace pensar que
eso es el modo de poder vivir en paz y armonía la vida familiar.
Luego baja a concreciones diversas: Sobrellevaos mutuamente. Y como en la vida hay situaciones que así
lo requieren, perdonaos cuando alguno
tiene quejas del otro. La razón es muy fuerte: El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo.
Otra pauta de acción, que las resume todas: Sobre todo esto, el amor, que es el ceñidor
de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestros
corazones. Es condición básica para el amor sincero: que en el corazón no
se alberguen resentimientos. Que viva la paz y no una paz de compromiso sino la
paz de Cristo, esa que actúa como
filtro para todo: como árbitro, que detiene la jugada cuando ha habido infracción,
y restaura el orden para continuar la partida.
Y sed agradecidos,
que significa que toda esa buena actitud de dentro se exprese también por
fuera…; que haya reconocimiento expreso de las bondades de la otra persona.
Y todo eso deberá estar avalado por una vida espiritual: por el rezo en común, por la participación
en la Eucaristía, y por el sentido de la vida que traspasa las minucias
humanas.
Entre la 1ª lectura –Ecclo.3,3-7.14-17- y el final de la
lectura 2ª hay una serie de recomendaciones concretas a los hijos, a las
esposas, a los maridos, que no son meras normas sociales sino el efecto de todo
lo dicho antes: los hijos respecto de sus padres (y eso les toca a todos los
hijos, no sólo a los jóvenes), donde ha de haber un respeto y un cariño, aun
cuando los padres mayores puedan ya no tener sus facultades perfectas.
También recomendaciones a las esposas y a los esposos para
que se viva en orden en la familia, donde cada uno tiene su puesto y se ha de
cuidar con verdadera delicadeza para que fluya el sentido familiar.
En el evangelio de Lucas (2,41-52) tenemos un caso
excepcional del que hay que aprender. Es natural que María y José habían
cuidado mucho del niño, y que no hubo en ellos descuido alguno para que el hijo
pudiera perderse. Ellos situaron al niño en el lugar que correspondía en la
caravana de regreso a sus hogares tras la celebración de la Pascua.
Por su parte el Niño se deja llevar del impulso superior
por el que debe permanecer en el Templo. Y de hecho se queda sin que sus padres
lo supieran. Cuando hacen la jornada y
van a recoger al Niño, no está donde tenía que estar. El Niño, por su
parte queda en el Templo escuchando las explicaciones de los rabinos y
sacerdotes.
Y cuando al tercer día sus padres lo encuentran, María
ejerce su autoridad responsable llamándole la atención al hijo porque lo ha hecho así con nosotros; mira que tu
padre y yo te buscábamos angustiados. Y el hijo da una respuesta
misteriosa: ¿No sabíais que yo tenía que
ocuparme en las cosas de mi Padre? Evidentemente no lo sabían y de ahí el
sufrimiento de la búsqueda. Y el misterio que desvela el evangelista para que
quede claro: su padre no es José. Su Padre es el del Cielo, y Jesús ha dejado
claro que debe ocuparse de sus cosas.
Cada uno en la familia ha cumplido su papel. Y la
conclusión es volver otra vez a la realidad de una familia normal: Él bajó a Nazaret y siguió bajo su autoridad.
Pero como el misterio ha quedado patente, María tiene que
meter todo aquello dentro de su corazón y meditar
todas esas cosas y conservarla en su corazón, que es el arca de los
secretos y de los misterios que le ha tocado vivir. El Niño por su parte, como
cualquier niño, iba creciendo. Crecía en
conocimientos, en estatura y en gracia
ante Dios y ante los hombres.
Quiera Dios que la EUCARISTÍA nos ponga hoy de cara a
nuestros comportamientos familiares para purificar y para crecer en el proceso
de la vida de cada día.
Pongamos a las familias bajo la mano del Señor.
-
Para que la Iglesia sea una gran familia que cobija a las iglesias
domésticas familiares, Roguemos al Señor
-
Para que cada familia sea un reflejo de la santidad de la Iglesia, Roguemos al Señor.
-
Para que la relación de esposos, padres e hijos, fluya con sencillez,
comprensión y recíproco amor, Roguemos
al Señor.
-
Para que la paz de Cristo sea la forma que marque el comportamiento de
los miembros de la familia, Roguemos al
Señor
Concede, Señor, a las familias el don de ser agradecidos, y
que se sepan reconocer y alabar las cualidades y esfuerzos de los otros miembros.
Lo pedimos por medio de Jesucristo N.S.
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