Liturgia:
Comienza el Adviento, un período con
amplio significado para la vida de los creyentes en Jesucristo. Llamativamente
comienzan los evangelios con los mismos textos con que acabó el año litúrgico
anterior. Y sin embargo tienen un sentido diferente. Si todos esos relatos de
fin de los siglos en el final del año litúrgico están mirando a nosotros para
que nos dispongamos a vivir de acuerdo con los planes del Señor para que la
muerte no nos coja desprevenidos, ahora en el Adviento viene a centrarse en la
gran esperanza de la venida del Señor.
El Adviento no es sólo una preparación a la Navidad, al
Nacimiento del Hijo de Dios en el mundo de los humanos, sino también un anuncio
de la llegada de Jesucristo en el último momento de la historia. A eso va
dirigido el evangelio de hoy (Lc.21,25-28.34-36). Los signos del final de los
tiempos no son sólo la llamada a nuestra preparación, sino que anuncian la
llegada del Señor. A esa venida del Hijo del hombre es a lo que va dirigido
este tema. Y para poder recibirlo con alegría, tened cuidado no es os embote la mente con el vicio, la bebida y las
preocupaciones del dinero. A la llegada del Señor hemos de estar dispuestos
con el corazón limpio para poder recibirlo con la alegría del encuentro, en
amistad con ese Dios que se nos viene encima.
Todo eso quedará focalizado a la inmediata con las
disposiciones con que hemos de prepararnos a la Navidad, desde un punto de
vista creyente y cristiano, en el que el centro de todo sea Él. Ese es el
testimonio que hemos de ofrecer a quienes nos pueden observar, empezando por
nuestra misma familia. Los símbolos exteriores de las velas de adviento o del
árbol, sólo tienen sentido si en el centro de la habitación principal de la
casa, luce un misterio del nacimiento. Los festejos de la Navidad están bien,
siempre que no ocupen el aspecto principal de las celebraciones. Todo es bueno
si conduce a centrarnos en lo esencial, y todo sobra y estorba si nos desvía la
atención. Y si hoy, más que nunca, hace falta el valor del testimonio, la
lección oculta que podemos dar en nuestras casas y familia empieza por esos
detalles, que son importantes para no caer en una mera fiesta profana.
La 1ª lectura –Jer.33,14-16- nos lleva al anuncio de que llegan días en que se cumplirá la promesa que
hice a la casa de Israel y a la casa de Judá… En aquellos días y en aquella
hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la
tierra. En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos y la
llamarán: “El Señor-nuestra-justicia”. Es anuncio de salvación para la
tierra, a la que vendrá el bien y la bondad. Es el signo principal que va a
marcar la venida del “hijo de David”, el Mesías, que está anunciado ahí de una
forma muy clara.
¿Cómo se tiene que plasmar eso en la vida de los creyentes?
1Tes.3,12 a 4, 1-2 (2ª lectura) nos lo concreta en el amor mutuo en el que hay que rebosar. Así cuando Jesús nuestro Señor
vuelva acompañado de sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante
Dios nuestro Padre. Éste es sentido directo y principal del Adviento: que
Jesús viene a nosotros y que nosotros hemos de salirle al encuentro con el
corazón limpio.
Hay, además, un tercer sentido de este tiempo litúrgico: la
llegada diaria del Señor al corazón de sus fieles. Jesús no se hará esperar
tanto que sólo vayamos a encontrarlo al final de la vida. Jesús está viniendo
día a día, haciendo en nosotros un “belén” permanente en el que no son ya las
figuritas de barro las que adornan el misterio, sino somos nosotros
personalmente los que tenemos que estar alrededor de ese misterio de amor que
es el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros, y precisamente con la
sencillez con la que Él se presentó por primera vez en la cueva de Belén.
Ni que decir tiene que en la EUCARISTÍA se nos presenta
Jesús de forma real para vivir en nosotros y para que nosotros estemos unidos a
él. Lo que reclama una limpieza en nuestros corazones, liberados de los vicios
(como decía el evangelio) y abiertos a amor mutuo, como nos decía la 2ª
lectura.
Entramos en adviento con la disposición de acogida del Señor, que viene
a salvarnos. Por eso pedimos.
-
Para que la Iglesia viva un adviento lleno de esperanza, Roguemos al Señor.
-
Para que nos dispongamos a vivir estos días con espíritu abierto a las
diferentes venidas del Señor. Roguemos
al Señor.
-
Que sepamos descubrir en nosotros algún aspecto en que podemos mejorar.
Roguemos al Señor.
-
Que la Eucaristía venga a ser para nosotros el gran estímulo a
presentar nuestra vida limpia a irreprochable. Roguemos al Señor.
Ven,
Señor Jesús, llena nuestros corazones con la esperanza de tu presencia, y que
tu venida a nosotros sea lo que nos mueva a una mejor celebración.
Por el mismo Jesucristo N.S.
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