PRIMER VIERNES Jornada de Oración del Papa
Liturgia:
Seguimos con esas comparaciones
atrevidas que usa Isaías para anunciar los tiempos mesiánicos. En el texto de
hoy (29,17 -24) se anuncia un vergel en el Líbano, pero sobre todo los sordos oirán las palabras del libro y
verán los ojos de los ciegos. Dos realidades nuevas que se han de realizar
con la venida del Señor. Los oprimidos
volverán a alegrarse con el Señor, y los pobres gozarán con el Santo de Israel,
porque se acabó el opresor. Es una nueva realidad, una nueva “economía”,
que es la economía de la salvación, la que llega con la venida del Mesías.
Es lo que recoge de forma significativa el evangelio
(Mt.9,27-31) en el que encontramos a dos ciegos que vienen buscando a Jesús
para la solución de su ceguera: Ten
compasión de nosotros, Hijo de David.
Jesús les pregunta si ellos creen que puede hacerlo –la fe
de ellos es fundamental-, y ellos responden que sí. Jesús les toca los ojos y
les dice: Que se haga conforme a vuestra
fe. Lo que ellos están convencidos que es una señal del tiempo mesiánico,
Jesús se lo corrobora. Y se les abrieron
los ojos.
Es curioso que Jesús no quiere que aquello sea proclamado,
y que pretende imponerles silencio. Pero, como es natural, no consigue que sea así,
porque los ciegos lo proclaman a los cuatro vientos. ¿Cómo no iban a clamar
aquella alegría de volver a ver y, en consecuencia, salir de aquella situación
de desprecio social en que estaban?
Será uno de los efectos que nos pide a nosotros la era
mesiánica, la venida a nosotros de Jesucristo: que tenemos que proclamarlo a
voz en cuello, y que su obra de salvación sea
comunicada alrededor nuestro. Porque HA VENIDO EL SALVADOR y eso no nos
permite permanecer callados.
Del libro mío: ¿Quién es Este?
Zacarías podía
estar perplejo, intentando comprender y asimilar cada palabra del mensajero
divino. ¿Qué le anunciaba realmente? Se clarificó Zacarías cuando “el ángel” le
dijo: “ese niño Juan precederá delante
del Mesías, para retornar los corazones de los hijos (=los judíos actuales) a
la de sus padres (=los que vivieron fieles a la promesa de Dios), y de los
rebeldes, a la prudencia de los que fueron justos, y así preparar un pueblo
bien dispuesto a la llegada del Señor”.
Zacarías, en su
atolondramiento, no sabía si escuchaba o soñaba; si le hablaban en realidad o
en figura. Yo digo que no sabía ya ni lo que decía, y que “se coló” en pedir
una prueba. ¿No le habían bastado todas las pruebas de Dios en aquella
conversación? ¿No le bastaban los diversos ejemplos parecidos de la historia de
la salvación? Y preguntó aturdidamente: ¿en
qué conoceré yo eso? Porque soy viejo, y mi mujer también. Y el ángel se
identifica como el de las gestas sublimes de Dios, Gabriel, que asiste a la
derecha del trono de Dios, y le da la prueba: “permanecerás mudo hasta que se cumplan estas promesas” ¿Querías
una prueba? Pues esa será la prueba
Y cuando salió
fuera, con todos los fieles extrañados por la tardanza, Zacarías “dio la
prueba”. Realmente –advirtieron todos- que había tenido una visión. No era
menester preguntar. La “prueba” estaba patente. Y poco habría que explicar
cuando Zacarías salía del Santuario con la señal en su semblante de las
experiencias profundas vividas.
Los demás
sacerdotes pretendieron saber… Zacarías hizo señales de que “más tarde”.
Primero cumpliría su ritual al quitarse los ornamentos de lino…; tendría tiempo
para reflexionar, orar y pensar. El silencio tranquilo, la serenidad que
necesitaba, serían el gran medio para poner un poco su mente en orden. Zacarías
se retiró. ¿Qué pensó en ese tiempo?; no es fácil de imaginar. Desde el
misterio vivido, a la imprudencia de su pregunta, a la ventaja de espacio de
silencio para poder entender un poco mejor a Dios y sus maravillas misteriosas.
No sé hasta qué
punto los fieles valoran este comienzo de Lucas con la narración de Zacarías.
Acabado su turno, ha marchado a la montaña.
Y todo va como “el ángel” le había dicho.
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