Día
21: ESCUELA DE ORACIÓN.- Málaga. 5’30
LITURGIA
Nos presenta la liturgia dos narraciones de sucesos paralelos,
uno del Antiguo Testamento y otro en los umbrales del Nuevo: se trata de dos
matrimonios sin hijos porque las mujeres habían sido estériles. Dos varones que
llevaban sobre sí el baldón de no tener hijos.
El primer caso se trata de Manóaj (Jue.13,2-7.24-25) cuya
esposa recibe la visita de un ser sobrenatural, que le hace consciente –como
primera providencia- de que ella es estéril. Pero en adelante guárdate de beber vino ni bebida fermentada y manjares
impuros, porque vas a concebir y dar a
luz un hijo. También le impone unas condiciones externas, porque el niño será
consagrado al Señor, y él comenzará a
salvar a salvar a Israel de la mano de los filisteos.
Y en efecto aquella mujer tuvo un hijo con su marido, dio a
luz y le puso el nombre de Sansón.
En el evangelio (Lc.1,5-25) es a Zacarías, sacerdote del
templo de Dios, al que se le hace una revelación semejante, aunque con unas
connotaciones mucho más internas.
Zacarías estaba casado con Isabel.
Los sacerdotes servían al Templo por turnos. Y ahora le toca el turno a
Zacarías.
Zacarías entró en
el Santuario, como tantas otras veces y se disponía a ofrecer el incienso con
todo su recogimiento y emoción… Lo que no contaba él era con la inesperada
visita de “un ángel”. Zacarías se quedó quieto, admirado, temeroso, casi
petrificado. No podía reaccionar. Miraba, casi sin ver. El “ángel” habló como
todo lo que es intervención de Dios: “No
temas”. Por ahí se empieza cuando el mensaje es de Dios. “Zacarías: tu oración ha sido escuchada”.
De verdad pienso que Zacarías no podía hacerse cargo de qué “oración” suya era
la que hubiera escuchado Dios. A estas alturas de su vejez y la de Isabel,
“aquella oración” había ya pasado de su punto de mira. ¿Qué oración suya era la
que nada menos que un ángel le anunciaba como “escuchada por Dios”.
Y el ángel sale
por donde menos esperaba Zacarías: “Tu
mujer, ISABEL, te dará un hijo, a quien pondrás por nombre JUAN”. ¡Ahora sí
que era para echarse a temblar, porque allí había varios elementos
sobrenaturales, casi como dichos de paso, pero bien comprensibles a un
israelita. Dos ancianos –estériles-, a quien se les anuncia un hijo…, y tal
hijo que trae NOMBRE ya puesto de antemano! Aquí es donde Zacarías se encuentra
ante lo sagrado…, ante el terror interno reverencial…
Más aún: Un hijo,
en cuyo nacimiento, se gozarán muchos. Un
niño que será grande a los ojos de Dios, consagrado [no beberá vino ni licor];
y será lleno del Espíritu Santo…, y convertirá a muchos de los hijos de Israel
al Señor su Dios… La gente esperaba fuera extrañada. ¡Algo especial ocurría
allí dentro! ¡¡¡Y vaya si ocurría!!!
Zacarías podía
estar perplejo, intentando comprender y asimilar cada palabra del mensajero
divino. ¿Qué le anunciaba realmente? Se clarificó Zacarías cuando “el ángel” le
dijo: “ese niño Juan precederá delante
del Mesías, para retornar los corazones de los hijos (=los judíos actuales) a
la de sus padres (=los que vivieron fieles a la promesa de Dios), y de los
rebeldes, a la prudencia de los que fueron justos, y así preparar un pueblo
bien dispuesto a la llegada del Señor”.
Zacarías, en su
atolondramiento, no sabía si escuchaba o soñaba; si le hablaban en realidad o
en figura. Yo digo que no sabía ya ni lo que decía, y que “se coló” en pedir
una prueba. Y preguntó aturdidamente: ¿en
qué conoceré yo eso? Porque soy viejo, y mi mujer también. Y el ángel se
identifica como el de las gestas sublimes de Dios, Gabriel, que asiste a la
derecha del trono de Dios, y le da la prueba: “permanecerás sin poder hablar hasta que se cumplan estas promesas”
¿Querías una prueba? Pues esa será la prueba
Y cuando salió
fuera, con todos los fieles extrañados por la tardanza, Zacarías “dio la
prueba”. Realmente –advirtieron todos- que había tenido una visión. No era
menester preguntar. La “prueba” estaba patente. Y poco habría que explicar
cuando Zacarías salía del Santuario con la señal en su semblante de las
experiencias profundas vividas.
Acabado su turno,
marcha. Y todo va como “el ángel” le
había dicho. Isabel queda embarazada. Gozosa. Y gozoso Zacarías. Son padres, lo
más hermoso para un matrimonio israelita. Piensan, con razón: “Aquí ya ha
entrado Dios”. Lo viven en el obligado silencio de la mudez de Zacarías,
entrecortada por esos signos cómplices de gozo profundo. E Isabel recluida en
casa, porque está anonadada por lo que en ella ha hecho el Señor.
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