Liturgia:
Una llamada de confianza hacia el
pueblo de Dios: Consolad, consolad a mi
pueblo, hablad al corazón de Jerusalén: está pagado su crimen. (Is.40,1-11).
La llegada del Mesías será la salvación de aquel pueblo y de aquella ciudad que
es emblema de todo el pueblo. Dios ha pagado su crimen.
Lo que se le pide a cambio es que preparen el camino al Señor: allanad la calzada, que los valles se
levanten y los montes se abajen, lo torcido se enderece y lo escabroso se
iguale. Estamos ante el mismo tema del domingo pasado, muy explicitado por
Isaías. Se trata de que la llegada del Mesías no sea en hostilidad por parte
del pueblo, sino de un terreno llano por
el que la llegada del Mesías se hace como quien entra en su propia casa. Di a las ciudades de Judá: aquí está vuestro
Dios. Dios, el Señor, llega con fuerza… Lleva en brazos los corderos, cuida de
las madres. Es el panorama que dibuja el profeta para anunciar el cambio
que va a suponer al pueblo la llegada del Mesías. Y que debe tener aplicación
práctica en nosotros, que también tenemos que enderezar caminos y abajar
soberbias o corregir los baches de los vicios.
La última frase ha dejado lugar al tema del evangelio
(Mt.18, 12-14) en el que Jesús cuenta su acción misericordiosa con la oveja
perdida, a la que busca con denuedo, y cuando ha encontrado a aquella que se
perdió, se alegra más por ella que por las 99 que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere
que se pierda ni uno solo de estos pequeñuelos.
También Jesús nos busca a nosotros y espera de cada uno una
actitud conforme a esa espera de la llegada a nosotros del Salvador. Y será de
gozo y alegría para él, encontrarnos mejor dispuestos para llegar hasta nuestra
alma.
De mi libro: “¿Quién es
Este”?
Nazaret era una aldehuela sin fama ni renombre, allá en el
norte de Palestina. Había allí una niña –una muchachita de 12 años-, honesta,
fiel, obediente a Dios en todo. Prometida a un muchacho, y ambos vivían soñando
aquel hogar que un día tendrían lleno de hijos: la aljaba llena de flechas…
Ella era Myriam.
Y Dios miró en aquella dirección… Encajaba muy bien con sus
grandes infinitos proyectos…, en pequeñas vasijas de barro.
Y el cortejo divino se puso lentamente en marcha… Gabriel se
adelantó. Debía ver…, hablar a aquella joven… Hablarle sueños de Dios...
Myriam se encontró ante Dios… Y Dios la piropeó: Alégrate, llena de Gracia, el Señor está
contigo… Pero ¿realmente era a Ella? – Sí. Nadie más había allí. Ya
era para sentir rubor y turbación, emoción y lágrimas en los ojos. ¡Y no había
acabado aquello!
Concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás
por nombre Jesús.
María estaba atónita. No sabía qué pensar ni qué decir. Le
comunica Dios que ha hallado su Gracia, y que no tema. A partir de ese momento
María sólo necesita saber una cosa: ¿Debe casarse ya con José? ¿El Hijo que se
le anuncia, JESÚS, el Salvador, el HIJO DEL ALTÍSIMO, ha elegido entrar en el
mundo así…? Necesita hacer esa pregunta para ser fiel con exactitud a los
planes de Dios. No pide una prueba para “saber” (como hizo Zacarías). Pero
necesita saber lo que Dios propone, lo que Dios quiere. Y la humilde palabra de
María, que no tiene con José relación marital, es sencillamente: ¿Qué tengo que hacer?
La respuesta es tan inmensa, tan sencilla, tan divina…, que
una muchacha bien formada en las Escrituras divinas, no necesita mucho para
entender: El Espíritu Santo
vendrá sobre ti, y te cubrirá con su sombra. Ya sabía Ella de esas Presencias activas de Dios desde los
mismos comienzos de la
Historia de Israel. Y comprendió rápidamente: Allí llevaba
Dios toda la iniciativa. Lo que a Ella se le pedía…, lo que a Ella le tocaba,
era asentir, pero con tal respeto por parte de Dios, que Dios no le imponía.
Dependía exclusivamente de Ella y de su libre SÍ…
Y aunque Gabriel siguió hablando, explicando (y hasta dándole
una prueba que Ella no necesitaba para creer y entregarse), lo que sintió fue
la prisa por responder a Dios. Y sin fijarse en nada más, sin querer saber nada
más, lo que estalló en su alma fue aquel inmenso: YO SOY LA ESCLAVA DEL SEÑOR…, no me pidas permiso. HÁGASE EN MÍ TAL COMO TÚ QUIERES.
Con velocidad vertiginosa, atravesando espacios infinitos, el
cortejo divino se plantó ante la casa de María. El Espíritu CUBRIÓ el misterio… El Verbo de Dios Altísimo ENTRÓ allí donde le habían aceptado incondicionalmente. Murmullo
celestial de ángeles que susurraban… Y EL HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE en el seno de María. Gabriel y las miríadas de ángeles se
retiraron de puntillas, y dejaron a María con su silencio infinito. Ella,
ahora, ni hablaba, ni pensaba, ni podía hablar.
Nosotros podemos adorar en enorme silencio.
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