LITURGIA
Adentrados ya en la segunda
parte del adviento que va abocada a la navidad, el texto de la 1ª lectura va a
excitar el gozo de un pueblo al que se le anuncia, de parte de Dios, una
salvación, que ahora es más próxima que cuando empezaron a creer. Jer.23,5-8 le
dice a aquel pueblo hundido por la desesperanza: Mirad que llegan días –lo ha dicho el Señor- en que suscitaré a David
un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la
tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y lo llamarán con
este nombre: “El Señor-nuestra-justicia”. De donde se seguirá que ya no
será el paso de Egipto y la victoria contra los egipcios lo que quedará en
primera línea, sino el reconocimiento de una salvación universal que abarcará a
todos los países del norte y del sur.
Para
nosotros esta lectura, en los umbrales de la Navidad, nos está poniendo ante
ese acontecimiento como una llamada decisiva a nuestros encuentros diversos con
el Señor, que deben crear en nosotros “justicia” (=santidad, bondad).
Como
ayer se tomó el evangelio de San Mateo para darnos la ascendencia humana de
Jesucristo: Judá engendró a José, esposo
de María, de la cual nació Jesús, el responsable de elegir la liturgia de
hoy ha preferido acabar con las referencias de ese evangelista sobre los hechos
previos al nacimiento del Señor. La realidad es que el evangelio de hoy esta cronológicamente
fuera de momento porque aún no se ha producido la anunciación de María y por
tanto no hay nada del problema que se le plantea a José. Pero como Mateo no va
a tratar esos momentos, acaba la referencia al misterio con este texto sobre
José. Mt.1,18-24 dice así: La concepción
de Jesucristo fue así: la madre de Jesús estaba desposada con José y, antes que
vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo.
Ese es el hecho. Con eso se encuentra José.
Y
ahora viene esa decisión que él siente que debe tomar, como varón israelita
cuya esposa está embarazada sin que él haya tenido parte. Hay dos posibles reacciones:
la primera es denunciar a su esposa. Era su derecho legal. Pero él amaba mucho
a aquella muchacha y no quería hacerle daño. Le queda la opción de huir,
perderse donde nadie le conociera y le pudiera echar en cara el baldón de varón
burlado. Y con esos pensamientos se retiró a acostarse, aunque no pensaba que
fuera a dormir mucho. Sea que el mazazo le rindió, sea que Dios intervino con
un sueño peculiar, el hecho es que José se quedó dormido. Y un ángel del Señor de le apareció en sueños
y le dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María tu mujer,
porque la criatura que hay en ella, viene del Espíritu Santo.
José
dio un salto en el lecho. No sabía si soñaba o si verdaderamente había recibido
un anuncio de Dios. Lo cual, en parte le complicaba más, porque ahora podría
aparecer como rival de Dios, y José no se permitiría eso nunca. Si Dios había
tomado posesión de María, a él le tocaba retirarse.
Sin
embargo el anuncio le había dicho que no tuviera reparo en llevarse a María, su
esposa. Y más aún: Dios lo implicaba directamente en aquel misterio, porque el
ángel le ha dicho que a ese hijo de María, tú
le pondrás por nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de los pecados.
¡Dios contaba con José! José recibía el encargo de un padre de familia, que era
quien imponía el nombre. Más aún: un nombre que le venía dado, lo que era clara
señal de la acción de Dios, y tal nombre que significaba que él era el Salvador
que salvará a Israel.
Ahora
podía entender José con claridad por qué
había sido saludado con su nombre propio y como hijo de David. “Hijo de David” él, y “Jesús Salvador”, completaba
el puzle. José entraba en el proyecto salvífico de Dios.
José volvió a
quedar rendido en su lecho. No sé si durmió ya. Lo que sí era cierto es que se
había hecho día su propia noche, y que brillaba el sol antes que llegara la
aurora. Y que era evidente que lo que ahora “soñaba” era con que empezara a
despuntar el día, para irse a casa de María, y con la solemnidad y el gozo
emocionado de aquella familia, ir derechamente al punto que le había mandado
Dios: “Se llevaría a María a su casa”… Contraería el
matrimonio. Una nueva era –misteriosa, desconocida- estaba por comenzar.
Por
eso, cuando se hizo de día, José se fue a casa de Joaquín a verlo y contarle lo
sucedido…, y ¡a ver a María! que ahora se le antojaba más luminosa que nunca.
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