LITURGIA
Sigue la 1ª carta de San Juan (2,3-11). Al estilo de esta
carta estamos ante una afirmación
repetitiva de una misma verdad, vista desde varios ángulos. En realidad es una
lectura para leerla a solas en silencio y meditarla, y hacer cada cual su
propio balance personal. Por eso, copio y dejo al lector la reflexión.
En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos.
Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y
la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de
Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él.
Queda clara la
argumentación de Juan. Conocer a Jesús y no ser fiel a enseñanza, revela una
mentira. Para más de uno será fácil decir que conoce y ama a Dios. Pero a la
hora de vivir acorde con lo mandado por el Señor, no surgen actitudes serias
consecuentes. Es aquello que ya avisó el Señor de quienes le dicen mucho:
“Señor, Señor”, pero no hacen la voluntad del Padre del cielo. Y la cosa no es
de poco más o menos: es la señal
inequívoca de estar en él o no estarlo, de vivir su amistad o no vivirla. Y el
que la vive, vive la plenitud total del amor.
Quien dice que permanece en él debe
caminar como él caminó.
Por lo demás, Queridos míos, no os escribo un mandamiento
nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este
mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. San Juan vive
empapado de aquel momento de la Cena en que Jesús se desvistió de la túnica y
se puso a los pies de sus apóstoles, para enseñarles que cada uno tiene que
amar a su hermano como él ha amado. Y que si él, Maestro y Señor, les lavaba
los pies a ellos, ellos tenían también que lavársela entre ellos y a los otros
hermanos. Es mandamiento, pues, “antiguo” pero a su vez es moderno y actual: Y, sin embargo, os escribo un mandamiento
nuevo - y esto es verdadero en él y en vosotros -, pues las tinieblas pasan, y
la luz verdadera brilla ya.
Junta ahora esa
idea del amor al prójimo con esa otra que ya había iniciado: vivir en la luz o
no vivir en la luz sino en las tinieblas: Quien dice que está en la luz y aborrece a su
hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y
no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en
las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
En el relato evangélico, a la breve reseña de Lucas sobre
el nacimiento de Jesús sigue la también muy breve reseña de la circuncisión del
Niño, a los 8 días de su nacimiento, de acuerdo con lo prescrito por la Ley.
Ese relato se dejará para el día 1 en que se cumplen los 8 días desde la
Navidad. Y sigue por lo ocurrido ya a los 40 días del nacimiento: (Lc.2,22-35),
que se repetirá con todo detalle cuando llegue esa fecha de la Presentación del
Niño en el Templo: era el final de la cuarentena de María, y había que hacer el
rescate del primogénito, de acuerdo con la ley.
Pero el relato se detiene en la figura de Simeón, anciano
venerable que vivía en la esperanza de ver al Mesías antes de morir él. Y
cuando los padres de Jesús traen al Niño, inspirado Simeón por el Espíritu, lo
reconoce y toma al Niño en sus brazos y hace una doble profecía: respecto del
Niño, que va a ser signo ante quien las
gentes se van a dividir, por la aceptación o el rechazo. Realidad que ya se
cumplió en vida del Señor y que sigue siendo una realidad patente en la
historia de la humanidad y en nuestra historia contemporánea.
La otra profecía es consecuente con la primera, y va
dirigida a María, que –como madre- una
espada le atravesará el alma.
Por lo demás, Simeón dice a Dios que ya puede morir en paz porque sus ojos han visto al Salvador, que es luz
de las naciones y gloria de Israel.
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