Liturgia:
La liturgia de adviento mantiene el
mismo argumento desde que comenzó, lo que hace difícil el comentario porque se
dan vueltas sobre un mismo tema: la novedad que supone la venida del Mesías, y
–por tanto- el anuncio repetido de que, cuando él llegue, el mundo va a dar la
vuelta. La segunda parte de la 1ª lectura es la que define el por qué de
haberse tomado Is.40,25-31: El Señor es
un Dios eterno…, no se cansa, no se fatiga… Él da fuerza al cansado, acrecienta
el vigor del inválido. Se cansan los muchachos, se fatigan; los jóvenes
tropiezan y vacilan. Pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, les
nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan si fatigarse.
Es un cuadro con dos visiones contrarias. Los mismos
jóvenes –pese a su juventud- se cansan, tropiezan y vacilan. En cambio Dios no
se cansa sino que da fuerzas al cansado. Y cuando los jóvenes creen en Dios y
se apoyan en Dios, renuevan sus fuerzas.
Es la diferencia del antes y el después…, de antes de hacer
aparición el Mesías, y cuando luego aparezca.
Nosotros pertenecemos ya a la era mesiánica. Nosotros hemos
recibido el impulso de Dios. Nosotros hemos de vivir como seguidores de ese
plan nuevo que trae Jesucristo, que para nosotros ya ha venido, y a nosotros
nos llama a un nuevo continuado encuentro con él. Esa es la mística del
adviento: un sentirnos reforzados para acoger las venidas del Señor a nuestra
vida personal.
Ahí encaja directamente el evangelio (Mt.11,28-39) en el
que Jesús nos invita a ir con él –Venid a
mí todos los que estamos cansados y agobiados-. La Salve nos define como
habitantes de “este valle de lágrimas”. Pues en medio de esa realidad, tenemos
a quién acudir; somos llamados: “Venid a mí”, porque Jesús nos va a
suavizar la carga y el yugo de la vida. No nos promete el Señor que vaya a
quitarnos la carga ni a levantar totalmente el yugo, pero se compromete a
suavizarlo, a confortarnos, a hacérnoslo más llevadero, menos pesado.
Para ello nos pide una colaboración: Aprended de mí, lo que supone enfrascarnos en el conocimiento
interno del Señor desde la oración contemplativa que se meta en los
sentimientos mismos de él y en buscar enfocar la vida al modo de él: aprended de mí que soy manso y humilde de
corazón. Ir asumiendo en nuestra vida ese estilo de Jesús, con la
mansedumbre del que todo lo resuelve con delicadeza y cariño, y mucha humildad
para saber ceder en lo que se puede ceder, e imitar así su propia manera de
actuar. Y concluye Jesús afirmando que encontraréis
vuestro descanso.
Verdaderamente la vida sería muy diferente en nosotros si
tuviéramos esa serenidad y dulzura, y enfocáramos los problemas con humildad y
mansedumbre. Otro sería el resultado de muchas cosas, en las que nos es tan
fácil caer en tensiones al dejar que sea el amor propio el que determine
nuestros comportamientos.
A esos matices son a los apunta el adviento en la realidad
nuestra. No vamos a dar un vuelco a nuestra vida, por norma general. Pero
“matices” sí pueden tenerse como consecuencia de sentir la llamada del Señor. Los jóvenes mismos se cansan…, pero si creen
en el Señor, les nacen alas como de águila para avanzar en la vida con
alguna manera más eficaz…, porque el yugo se hace más soportable y la carga
pesa menos.
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