LITURGIA
Otra celebración en días de Navidad, la de San Juan Evangelista,
que nos lleva a otro contexto que nada tiene que ver con las celebraciones
principales de la octava de la Navidad.
Comienza la 1ª carta de san Juan, que nos acompañará
estos días. El prólogo (1,1-4) nos hace
rememorar el del evangelio de este autor, y encierra connotaciones emocionadas
de parte de este testigo directo. Si en el evangelio nos eleva a la mirada a la
eternidad, en que la Palabra de Dios está ya con el Padre “en el principio”,
ahora lo personaliza porque lo hemos
visto, lo hemos contemplado con nuestros propios ojos, y lo que contemplamos lo
palparon nuestras manos. Es una unión entre lo divino y humano, porque la
Palabra de la Vida, hecha Hombre, ha podido ser tocada y tratada desde la
cercanía de su humanidad. Y Juan es testigo de ello: puede hablarlo en primera
persona: nosotros lo hemos visto, os
damos testimonio y os anunciamos que la Palabra que estaba junto al Padre, se
nos manifestó. Y eso es lo que ahora Juan puede manifestarnos a todos ,
y pretende con ello que estemos todos unidos con esa unión que supone un Padre
común y su Hijo Jesucristo. Os escribimos
esto para que vuestra alegría sea completa.
Con razón el Salmo nos presenta una antífona clara y breve,
que incita a la alegría: Alegraos, justos
con el Señor.
Al escoger la liturgia el evangelio que ha tomado para esta
fiesta, da por hecho que el “otro discípulo” que acompaña a Simón Pedro al
sepulcro es el evangelista. (Jn.20,2-8). Seguiremos esa idea para estar acordes
con la intención del liturgo que escogió ese texto.
Cuando la resurrección del Señor y ante las alarmantes
noticias de María Magdalena, dos discípulos se deciden a subir al sepulcro y
comprobar los datos que ha traído la discípula. Y aunque el texto no nombra
para nada a Juan, se da aquí por supuesto que Juan fue uno de los dos que
subieron, y el discípulo que corría más que Pedro, aunque con la delicadeza de
no adelantársele en entrar en la sepultura, sino esperando a que llegara Pedro.
El discípulo que observó más con la cabeza y con la fe que
con la emoción, y que pudo por eso reflexionar que si el cadáver hubiera sido
robado, no estarían allí las sábanas plegadas (caída la parte superior
sobre la inferior) y el sudario de la cabeza doblado en un sitio aparte. Ese
discípulo piensa que allí hay algo más que un robo del cuerpo, y por eso
conforme vio, creyó, se encendió de
fe, tuvo la convicción de que allí se había cumplido lo que tantas veces Jesús
había anunciado, y ellos lo pasaban por alto: Para el discípulo innominado (que
aquí se identifica con Juan), el hecho real era que Jesús había resucitado,
como lo dijo. Se constituía en el primer testigo de la fe en la resurrección.
Con razón en su primera carta, que abre la lectura primera
de hoy, San Juan puede decir que sus manos palparon a la Palabra de la Vida.
Mi principal visión de este relato es que el evangelista
procuró no identificarse porque su evangelio tiene otros vuelos y nos quiere
llevar a que seamos nosotros –cada uno de nosotros- quien se acerque al
sepulcro vacío y descubra desde la fe que JESUCRISTO HA RESUCITADO. Que, por
tanto, nosotros también tenemos la dicha de “tocar la Palabra de la Vida”
porque la Vida se nos hace visible en nuestra fe. Y nosotros hemos de ser así
los testigos válidos de la resurrección, que comunicamos a los demás nuestra
experiencia de fe.
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