LITURGIA
Llegamos al último domingo de adviento. La lectura que marca el
sentido de esta fiesta es la 1ª –Miq.5,2-5, que nos habla de Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de
Judá, pero desde donde está anunciado que va a salir el jefe de Israel, cuyo origen es sin tiempo (eterno). En pie pastoreará con la fuerza del Señor, y
se mostrará grande hasta los confines de la tierra. Es un anuncio concreto
del misterio que va a suceder en Belén. Está puesto ya en los umbrales del
nacimiento como el último aviso que nos
señala la liturgia para prepararnos a la Navidad.
Pero no se pretende en el conjunto de estas lecturas dejar
a la noticia de la venida del Mesías toda la atención. Por eso el evangelio nos
lleva a la forma en que María preparó el tiempo de su parto: no encerrada en sí
misma, no replegada sobre su acontecimiento, sino yendo a prestar un servicio
(Lc.139.45). Precisamente la manera de recibir al Señor, que ella lleva en sus
entrañas, es marchando a la casa de Isabel y sirviéndola en sus necesidades en
aquellos tres meses previos al nacimiento de Juan.
Su llegada provoca la inesperada admiración de Isabel que
recibe el Espíritu Santo y descubre bajo su influencia que María es portadora
del Mesías esperado. El hijo de Isabel da saltos en el vientre de su madre, y
ella prorrumpe a voz en grito: -Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre
Se admira de que la madre de su Señor haya venido hasta
ella, y la alaba: Dichosa tú que has
creído, porque lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá. La fe no es sólo
creer en unas verdades, cuanto entregarse a la voluntad de Dios, que tiene
predilección por los más necesitados. Y María lo ha cumplido exactamente así.
Precisamente la 2ª lectura, de la carta a los Hebreos
(10,5-10) nos presenta el verdadero valor de hacer la voluntad de Dios. Cristo
en su sacerdocio en favor de los hombres, no quiere holocaustos ni sacrificios.
No quiere el mundo ritual externo, que hasta puede ser contraproducente. Lo que
él ofrece al Padre es un: Aquí estoy, oh
Dios, para hacer tu voluntad, que vale más que todos los holocaustos y
sacrificios que se ofrecen según la ley externa.
Y precisamente por ese hacer Cristo la voluntad de Dios, quedamos todos santificados por la oblación
del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.
Es la gran enseñanza que se nos ofrece a dos días del
nacimiento de Jesús, queriendo prepararnos esta liturgia a una salida de
nosotros mismos y de nuestras propias devociones, para entregarnos a la vida
profunda de hacer lo que a Dios le agrada, que no está en las formas externas
sino en la disposición profunda del alma, y en su proyección en el servicio de
los que nos pueden necesitar.
A ello nos conduce la EUCARISTÍA. San Pablo recriminó a la
comunidad de Corinto que se reunía para celebrarla, pero sus disposiciones
interiores no eran las buenas. Y les advierte que eso no es celebrar la cena del Señor. Entonces les exhorta a
analizarse interiormente para que se dispongan a vivir el momento de compartir
y comulgar como acto de una asamblea que participa de los mismos ideales
espirituales y comunitarios.
Concédenos prepararnos al misterio del nacimiento de Jesús con un
corazón desprendido del propio yo.
-
Para que recibamos con alegría la llegada del Señor Jesús a cada uno de
nosotros. Roguemos al Señor.
-
Para que, con espíritu generoso, compartamos la alegría, el gozo, y
bienes personales. Roguemos al Señor.
-
Por la santidad de la Iglesia y el respeto hacia ella, Roguemos al Señor.
-
Porque la Eucaristía nos levante el sentido de participación
comunitaria. Roguemos al Señor.
Danos un sentido de felicitación interior para vivir con
espíritu cristiano las fiestas pascuales.
Por Jesucristo N.S.
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