Liturgia:
La 1ª lectura de hoy es del
Ecclo.48.1-4.9-11 y un tanto en la línea de ayer la liturgia quiere advertir
que el adviento requiere respuesta por parte nuestra. De ahí que se presente a
Elías como un profeta de “palabras de
horno encendido” que actuó frente a los que fueron infieles. Fue arrebatado
al cielo, reservado para el momento
oportuno, para restablecer las
tribus de Israel.
Jesucristo habla en lenguaje figurado en Mt.17,10-11,
hablando de “Elías” como si hubiera de volver de ese cielo al que fue
arrebatado, aunque en realidad está refiriéndose a Juan Bautista, cuyas
características son semejantes a las de Elías: palabras de fuego. Pero sus
contemporáneos no quisieron recibirlo, como no recibieron a Elías sus
contemporáneos. Y entonces es cuando los discípulos caen en la cuenta de que
Jesús no habla de Elías sino del último profeta del Antiguo Testamento, que fue
Juan Bautista.
Con este texto se cierra la primera parte del adviento
litúrgico, porque mañana llega el domingo, y ya el lunes empezamos la segunda
parte, con los evangelios correspondientes a los de la “infancia” que nos narra
San Lucas (y algo San Mateo). Si en la primera parte han llevado las primeras
lecturas la voz cantante, a partir del lunes ya es “la historia” que precedió a
la primera Navidad. Por eso también cobra más actualidad la lectura de “Quién
es Este” para acompañar en ese tiempo previo al acontecimiento de Belén.
De mi libro: ¿Quién es Este?
El “pero” se lo
segó Ana antes de que lo pronunciara: Joaquín: no es eso
todo; hay más…, mucho más… Dios la ha visitado y Myriam está embarazada". Joaquín dio un
salto. Joaquín sintió el dolor del varón herido. Ana, con delicadeza de mujer y
de esposa, y con el cariño de madre, tocó en el hombro de Joaquín y le hizo
sentarse y serenarse, cuanto fuera posible. Es claro, Joaquín,
que tú tienes que hablar con ella. Ella te va a contar todo. Y aquí hay algo
tan inaudito, que necesitamos de inmensa prudencia. Porque, por si faltaba
algo…, José, el bueno de José…
Joaquín apenas podía
asimilar. Hundió su cabeza entre las manos. Ana se retiró. Había que digerir
mucho, y Joaquín necesitaba su tiempo. Joaquín permaneció así largo rato…
Pensó. Devanó su mente… Las ideas de mil tipos se le iban y se le venían…
¡Tenía que hablar con María…, pero qué difícil era aquello! Y con José ¿quién tendría que hablar?
Avanzaba la
mañana. Joaquín estaba serio. No disgustado. Ana le indicó a María que se fuera
a su padre. María, con aquellos ojos blancos de su inocencia, se llegó a su
padre y lo besó: “Buenos días, papá”. – Aquí estaba yo
queriendo hablar contigo. Tu madre ya me ha
dicho lo que sabe. Pero yo quiero que tú me cuentes. Y María se puso a
sus pies y le fue desgranando paso a paso lo que había ocurrido.
Joaquín estaba
entre admirado y lleno de extrañeza. Pero la mirada de su hija siempre estuvo
fija en él, y la verdad es que traslucía azul de cielo. Joaquín no podía dudar
de lo que ella le contaba, pero no alcanzaba a poder creer todo lo que le
decía. Joaquín sabía que Dios puede hacer eso y más. Pero le había tocado a
ellos y a ella que, de verdad, no eran nadie (pensaba él).
Cuando acabó María
su relato, Joaquín sólo pudo añadir una palabra: -“Myriam, hija. Y
ahora José ¿qué? ¿Qué se le puede decir? ¿Quién se lo dice? En realidad debo ser
yo quien afronte este paso. Me duele por él”. María no supo
hacer otra cosa que echarse a llorar. Quería ella mucho a José, y aquella
situación le desgarraba el alma.
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