Liturgia:
Las gentes sencillas expresan el
contenido del dogma de la Inmaculada con una expresión muy simple: la caída que
todos tenemos al nacer, María no la tuvo. El paso entre las dos riberas del no
ser al ser, en nosotros es el momento en que el hombre primitivo tiene
conocimiento. Y en ese instante sucede la elección equivocada en la que en vez
de dirigirnos por la razón, nos dejamos llevar de nuestras apetencias. De tal
manera que, teniendo la posibilidad de no fallar a los proyectos de Dios, se
toma el camino errado y se acaba cayendo en el foso de la propia voluntad y
deseo.
De ello nos tendrá que liberar la redención de Jesucristo,
que pone lo esencial de la vida en hacer
la voluntad de Dios. Y eso lo hace por su vida, pasión y muerte de cruz, y
su resurrección. El hombre, acogiéndose a esa obra de la redención, puede
levantarse de su caída imitando la vida de Jesucristo, y alcanzando así la
ribera de la gracia, de la vida evangélica, de la mirada centrada en Dios.
María no ha caído en ese foso. La cruz de Jesucristo
tendida de ribera a ribera, ha hecho que ella pase manteniéndose siempre en el
cumplimiento de la voluntad de Dios. Y no sólo en el momento de ella nacer,
sino en toda su vida, marcada por su palabra dicha a Dios: Hágase en mí según tu palabra, y definir su vida como la persona
que escuchó la palabra de Dios y la puso
en práctica.
No hubo, pues, en ella, ningún momento de condescendencia
con el mal. Es lo que recoge la 1ª lectura de hoy (Gn.3,9-15.20): la promesa de
Dios sobre una mujer futura en la que pondrá
enemistades entre el pecado y la mujer y lo que se deriva del pecado, que
es la desviación de la voluntad. Serán hostilidades perpetuas, de modo que ni
cae María en el foso del mal al nacer, ni luego en su vida personal. En ella no
hay “mácula” (=mancha). Por eso María es INMACULADA CONCEPCIÓN (o inmaculada en
su concepción en el vientre de su madre). [Que dicho sea de paso, es diferente
de la virginidad de María, que se refiere a la concepción de Jesús en el
vientre de María].
La 2ª lectura (Ef.1,3-6.11-12) es una alabanza a Dios que,
por Jesucristo nos bendecido con toda clase de bienes espirituales y
celestiales, que, en María, se dan en tal plenitud que la hace santa e irreprochable ante Dios.
Nosotros estamos destinados a esa perfección, y a ella nos llama el Señor. Y si
no lo hemos sido antes, ahora sigue en pie esa llamada. Y tenemos nuestro imán
en el modelo que es María, que llegó a la suma perfección de no tener pecado.
El evangelio, el muy conocido evangelio de la anunciación
del ángel a María y la encarnación del hijo de Dios (Lc.1,26-38), nos muestra
el paso de la obediencia de María a Dios, acogiendo plenamente la voluntad de
Dios, y ofreciéndose toda ella a que Dios realizara sus planes en su persona.
Cuando el ángel le expresa el deseo de Dios y que habrá de
realizarse por la aceptación libre de su voluntad, María sólo necesita que le
aclaren el cómo será eso, porque ella no
vive maritalmente con varón. Y en cuanto le explica el ángel que todo es
obra de Dios y que Dios lo hace todo, María se entrega incondicionalmente a ese
proyecto: Yo soy la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra. Y se realiza en ella el misterio.
Al celebrar la fiesta en la EUCARISTÍA nos estamos abocando
a exigirnos nosotros un acercamiento a ese proyecto de Dios: hacer su voluntad; no sólo escuchar su
palabra sino la labor de cada día para irla llevando a cabo, hasta que se
cumpla esa vocación a la que nos dirigía San Pablo en la segunda lectura:
hacernos progresivamente santos e
irreprochables ante Dios por el amor.
Por medio de María dirigimos nuestras peticiones a Dios nuestro Padre
-
Por el Papa y la Iglesia para que viva acorde al modelo que tenemos en
María. Roguemos al Señor.
-
Por nosotros, para que nos vayamos acercando a ser consecuentes con los
proyectos de Dios. Roguemos al Señor.
-
Por España, para que la devoción a la Inmaculada la haga más fiel a la
voluntad de Dios. Roguemos al Señor.
-
Para que nos acerquemos a la Eucaristía con un corazón cada vez más
limpio. Roguemos al Señor.
Alcánzanos, Madre inmaculada, la gracia de ser fieles a
nuestra vocación cristiana, y agradar a Dios en todas nuestras cosas.
Por Jesucristo N.S.
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