Liturgia:
La 1ª lectura de hoy es una historia
amplia (Dn 1,1-6.8-20) a la que se asiste con gusto y la que nos deja una
lección-resumen muy importante: Dios ha intervenido a favor de aquellos jóvenes
que guardaron la fidelidad a sus leyes judías aun en tierra extranjera. Y la enseñanza
que queda clara es cómo sale victorioso quien vive de acuerdo con la ley de
Dios, aun por encima de las leyes naturales.
El evangelio (Lc.21,1-4) es el conocidísimo texto de la
viuda pobre que deposita en el cepillo del templo lo poco que tiene ese día,
incluso para comer. Jesús, sentado ante el cepillo, observa las apariencias de
los ricos que hacen visajes para que se vean sus importantes aportaciones al
templo. Jesús no se inmuta ante aquello porque sabe que echan de lo que les
sobra. En cambio se queda mirando con interés a la viuda que saca una monedita
pequeña, de poco valor, y la echa casi avergonzada de no tener más…, pero en
realidad ha echado el todo del todo. Hoy ya no le queda más. Y como dice Jesús:
ha echado lo que tenía para vivir. Y eso vale mucho más que las otras
cantidades de los ricos.
Pero nos quedaríamos muy cortos de vista si nos fijáramos
sólo en la moneda de la viuda y en nuestras pequeñas monedas de colecta, cuando
no tenemos más. Hay que ampliar el objetivo y pensar que “lo pequeño” no está
solamente en lo económico y en la limosna depositada en el cestillo. Hay muchos
pequeños detalles humanos que pueden ser de inmenso valor cuando se ejercitan
con cariño y caridad. El tiempo propio que se dedica a otra persona que lo
necesita; la mano sobre el hombro que indica presencia ante un mal momento de otro;
la sonrisa que destensa el sufrimiento de alguien; la compañía a un enfermo o
persona solitaria; la caricia a un niño; la atención a un anciano que ya está
apartado de la normalidad social… Y tantas cosas más que se pueden ocurrir y
que de hecho se brindan en el momento menos esperado en el que hay que salir al
paso. Son “pequeñas monedas” que sin embargo tienen mucho valor cuando se hacen
en la presencia de Jesús y por el amor que se pone en la otra persona.
Son pequeñas cosas que, además, no restan nada a quien las
da y suman mucho a quien las recibe. No arriesga uno nada de su vivir, salvo eso
que ofrece y que puede suponer un pequeño sacrificio propio. Y con ser la cosa
tan pequeña en sí, su valor es grande a los ojos de Dios y en el provecho de
quien recibe esa ayuda.
Hoy también se queda este comentario en una aportación más
pequeña, y sin embargo con unas lecciones muy amplias y posibles de vivir, de
aplicar a la vida diaria. Nos queda que echar mano de esa inventiva a la que
nos conduce el amor a algo o a alguien. Como la inventiva de una madre que
siempre está sacando de su tesoro nuevas realidades que manifiestan su cariño
maternal o esponsal. Una madre es una fuente de inventivas para llegar a la
necesidad ajena. Una fuente de pequeños detalles que valen un potosí y que
ganan a todas las fortunas del mundo. Pues algo de eso es lo que hoy nos está
poniendo delante el evangelio. Ahora nos toca que traducirlo a nuestro mundo
personal.
Yo hago honor a mi madre, recordando “su monedita” (entre
tantas otras). Tiempos de hambre y carencias. No había pan. Y ella era muy
panera. El poco pan de que se podía disponer, lo administraba para mi padre y
para los hijos. Ella se hacía unas tortas de harina con su poquito de sal para
poder acompañarse en las comidas a modo de pan. Y como eso, tantas otras cosas
que pasarían desapercibidas y que, sin embargo, eran fruto de su amor.
Vaya el homenaje a tantas personas que en el silencio de su
secreto personal, se privaron de lo que a ellas mismas les podía gustar, para
apostar a otros esa pequeña moneda que admira y agrada a Jesús y da una muestra
de acogida a un prójimo.
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