Liturgia:
Otra historia concreta en
2Mac.6,18-31. Si ayer era la historia de un rey que obligaba a apostatar a los
judíos, o los castigaba con la muerte, hoy es la historia de un personaje de 90
años que se mantiene recio en sus convicciones y prácticas religiosas, y no
cede ni ante propuestas de falsa compasión, ni ante los latigazos de su
martirio.
Falsa compasión de sus aparentes amigos que pretenden
salvarlo a base de una simulación que supondría un mal ejemplo para todos,
jóvenes y mayores. Le ofrecían el simulacro de comer carne admitida por la ley
judía como si se tratara de carnes de cerdo. Con eso salvaba su vida porque
hacía creer que había cedido, aunque él podía tener la tranquilidad de no haber
comido nada que no pudiera comer legalmente.
Eleazar se niega rotundamente porque sería un escándalo
para los otros, que creerían que había hecho lo prohibido. Y Eleazar no juega
esa farsa y se obtiene la enemistad de los que venían antes como amigos. Y
acaba azotado, consciente de que pudo librarse pero a costa de una infamia.
De esta manera
terminó su vida, dejando no sólo a los jóvenes, sino también a toda la nación,
un ejemplo memorable de heroísmo y virtud.
En el evangelio tenemos la narración conocida de Zaqueo
(Lc.19,1-10). No es casual la connotación identificativa que da el evangelista
para presentarnos al personaje. Era jefe
de publicanos y rico…, bajo de estatura. Trataba de ver a Jesús pero le impedía
el gentío ver pasar a Jesús.
Yo no puedo menos que repetirme en el análisis de cada una
de esas características porque para mí son el retrato exacto de ese hombre,
Zaqueo, que ha sido dibujado con pincel maestro por San Lucas.
Publicano, igual a pecador público; despreciado por el
pueblo. Y “jefe de publicanos”, que llevaba no sólo su carga personal sino la
de ser el jefe del clan.
Para más inri, “rico”. Lo más contrario al pensamiento de
Cristo y al fondo del evangelio de Lucas, que es evangelio de los pobres. En
las antípodas de Jesucristo.
“Bajo de estatura”, con lo que el evangelista no sólo
indica una connotación física sino un estado de enanismo humano. Y por tanto en
las condiciones más adversas para ver a Jesús.
Y sin embargo “trataba de verlo”. ¿Mera curiosidad? De
hecho, lo más que aspiraba era verlo pasar. Pero un gusanillo interior le
impulsaba a verlo. Y por eso se olvida de su posición social y se encarama en
un sicomoro (una higuera loca) para salvar su bajeza. Hasta ahí, lo que Zaqueo
podía hacer. Lo vería pasar y satisfaría su deseo. Y ahí acabaría la cosa.
Pero no fue el pensamiento de Jesús, que, al pasar por
aquel sitio, se detiene, mira al árbol, y toma la iniciativa: Zaqueo, baja enseguida, que me quiero alojar
en tu casa.
Era algo inesperado que no hubiera podido ni soñar. Bajó rápidamente
y abrió a Jesús las puertas de su casa. Y como una reacción inmediata, como
tocado en las fibras más íntimas de su ser, se puso en pie, en posición de
acción inmediata, y dijo: Mira, la mitad
de mis bienes se la doy a los pobres y si de alguno me ha aprovechado, le
restituiré cuatro veces más.
Era una conversión muy honda. No sólo era acoger a Jesús
sino renunciar a la mitad de sus bienes (hacerse pobre)… Pero es que si hubiera
sido injusto con alguno y se hubiera aprovechado de él, le devolvería lo
perjudicado, multiplicado por cuatro.
Con razón Jesús dijo que había llegado la salvación a aquella casa, pese a las críticas que
el vulgo emitió en aquellas circunstancias.
Yo me quedo pensando en esas realidades de pecados
arrastrados por años enteros, sin que se produzca una auténtica conversión.
Años enteros flirteando con defectos y pecados repetidos y confesiones
repetitivas con las mismas materias. Y miro a Zaqueo y digo: este hombre fue
profundamente honrado y su encuentro con Jesucristo fue un auténtico aldabonazo
en su vida. ¿Cómo nos encontramos con Jesús en nuestra vida real?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!