Liturgia:
2Mac.7,1.20-31 es la conocida
historia de la madre de los siete hermanos que se van negando uno tras otro a
aceptar la orden del rey por la que tenían que abominar y desertar de su fe y
costumbres judías. Los espolea la madre que ve perecer en un día a sus siete
hijos. Incluso al hijo menor ella le anima a morir por fidelidad a la ley de
Dios: No temas a ese verdugo; ponte a la
altura de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te
recobraré junto con ellos. Y el muchacho se declara fiel a la ley de Dios y
arrostra el sacrificio de su vida.
Admirables los hermanos, por supuesto. Pero admirable la
madre, capaz de sobrellevar la pérdida de sus hijos, con tal de que sean fieles
al Dios que creó todo de la nada y lo
mismo da el ser al hombre. El dolor de la muerte de un ser querido es
siempre muy fuerte, por muchos ideales que se tengan. Con todo la muerte de un
mayor es más asumible porque parece que es la regla de la vida. Pero el dolor
de una madre por la muerte de un hijo se presenta como “contra natura” porque
rompe todos los esquemas. De ahí la admiración que provoca esta madre de la
historia, que no sólo padece el ver la muerte de sus hijos, sino que ella los
arenga para que sean fieles a la Ley de Dios. Esto es de verdad el amor
a Dios sobre todas las cosas, el posponer todo amor al amor que se debe
a Dios.
Difícil es tocar hoy el evangelio de Lc.19,11-28 cuando el
domingo pasado hemos tenido la parábola paralela de los talentos (una moneda
romana). Hoy se habla de las “onzas” o de “las minas”, otra moneda de la época.
La diferencia substancial es que a cada empleado le dan la
misma cantidad: Llamó a diez empleados
suyos y les repartió diez onzas de oro (una a cada uno), diciéndoles: Negociad mientras vuelvo.
A la hora de rendir
cuentas, el primero entrega diez minas: Tu
onza ha producido diez. Es considerado por su amo como “empleado
cumplidor”, y recibe el mando de diez ciudades. Es una persona de fiar. Otro viene con cinco minas: Tu onza ha producido cinco. También a
éste le confía el mando de cinco ciudades. También es persona de fiar, que ha
sabido negociar con la onza recibida.
Otro viene con la mina recibida que ha guardado en un
pañuelo, y viene a devolverla. Aquí está
tu onza. Sabía que eres exigente y te tenía miedo, y temía que la mina se
perdiera. A lo que el amo responde que le
quiten la onza a ese y la den al que tiene diez. Le arguyen que ya tiene
diez. Y es cierto. Pero es de los que saben sacar provecho de lo que se le ha
confiado. Se puede confiar en él. En cambio al pusilánime que no se ha atrevido
a hacer negocio con la mina recibida, se le quita hasta lo que tiene. No sabe
sacar provecho de lo que recibe. La sentencia es clara: el que rinde bien,
recibe más. El que no rinde, pierde lo que se le dio.
Entremezclado con esa parábola hay otra: ese dueño se
ausentó porque se fue a agenciarse el título de rey. Sus adversarios no lo
quieren por rey y mandan embajadas para que el monarca no dé por investido a
ese ciudadano. Esta parábola se retoma al final con el castigo de los que
conspiraron contra el proyecto del amo. Y el castigo es el de los traidores
tiránicos y rebeldes que han actuado contra la autoridad.
¿Realmente dijo Jesús el final de esta parábola, tal como
nos ha quedado? Si lo dijo era parte del cuento general, y pretendía llamar la
atención contra los judíos que no aceptaban a Jesús como Mesías-Rey. Yo
atribuiría mucho más al historiador judío (y por tanto más extremoso en sus
conclusiones) esa orden de sacar afuera a los insubordinados y degollarlos.
La secuencia completa sería, traducida a conocimientos
fácilmente asequibles: Jesús se va a ausentar; él no va a permanecer en la
tierra todo el tiempo. Encarga a sus apóstoles esas minas que han de dar prueba
de su trabajo y sus merecimientos. Y junto a los apóstoles, la historia de la
Iglesia durante siglos. Pero Jesús ha de volver para hacer justicia (para
salvar a los que son fieles empleados y cumplidores). El pueblo judío va a
tener como consecuencia de no aceptar a Jesús, no sólo la destrucción del
templo y de la ciudad (que sería una salida meramente material y temporal) sino
unas consecuencias escatológicas mucho más duras. No aceptar a Jesús equivale a
no aceptar la salvación que él trae. Y eso es peor que acabar degollados.
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