Liturgia:
Concluye la carta a los romanos que
nos ha acompañado durante las últimas semanas. Concluye (16,3-9. 16. 22-27) con
una serie de saludos y despedidas de múltiples personas, a las que suele
acompañar alguna referencia a la colaboración suya a la obra de Dios. Y acaba
con una doxología: Al que puede
fortaleceros según el evangelio que yo proclamo, predicando a Cristo Jesús…, al
Dios único sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos.
En medio de ese final ha intercalado una emocionada referencia a Jesucristo, revelación del misterio mantenido en secreto
durante siglos eternos y manifestado ahora en la Sagrada Escritura, dado a
conocer por decreto del Dios eterno para traer todas las naciones a la
obediencia de la fe. Jesucristo, en la mente eterna de Dios, y secreto
durante siglos, y finalmente revelado por ese designio divino que quiere traer
la humanidad a la fe y a la obediencia a Dios.
El evangelio de Lc 16,9-13 es continuación y explicitación
del de ayer. Decía ayer que había que ser astutos para el bien como los hijos
de las tinieblas son astutos para el mal. Hoy baja a un dato concreto: que el
dinero (que es llamado “injusto” –engañoso-, no porque sea dinero mal ganado
sino porque el dinero no salva a nadie), que el dinero –digo- sea una vía de
redención de la conciencia. Haciendo bien con el dinero, podamos ser recibidos
en las moradas eternas, el paraíso, que son la antítesis de esas casas que el
mayordomo infiel se ha buscado a costa de sus trampas en los recibos.
San Lucas, el evangelista de los pobres, ha reunido aquí
una serie de dichos de Jesús sobre el dinero, en una segunda aplicación de la
parábola. Da su visión sobre la riqueza y expresa la verdadera sabiduría
cristiana, reproduciendo el pensamiento
de Jesús.
Expone cuál debe ser el verdadero uso de las riquezas.
Aquella previsión de futuro que tuvo el administrador injusto, es aplicada
ahora a la prudencia en el uso del dinero. Haceos
amigos con las riquezas, puede estar apuntando al verdadero amigo, Dios, al
que podemos hacer amigo desde la limosna y la ayuda al necesitado.
Aunque sea
poco lo que se puede compartir, el que es
honrado en lo poco, también en lo importante es de fiar. Como es verdad lo
contrario: el que no es honrado en lo
poco, tampoco en lo importante es honrado. Y si no fuisteis de fiar en lo
vil, ¿quién os confiará lo que vale de
veras? Lo que se dice del dinero se puede decir de cualquier otra cosa.
Somos en la vida lo que somos en las cosas pequeñas. Parece que no tienen
importancia esos detalles de la vida y sin embargo definen a la persona. Lo que
pasa es que la limosna tiene una importancia mayor que muchos otros detalles,
porque la limosna se hace en aras de la caridad, que es la verdadera sabiduría
cristiana.
Ese principio
general que ha escrito Lucas, es perfectamente aplicable a las riquezas
espirituales: la pequeña riqueza material ha de conducir a la importante
riqueza grande espiritual. La verdadera riqueza sería la eterna, o bien los
bienes espirituales que preparan a lo eterno, y que Dios da en la medida que
uno administra bien sus riquezas materiales. Las riquezas materiales no son
nuestras; son bienes que administramos y que dejamos en la muerte. Los bienes
espirituales son los auténticos bienes nuestros, que no se dejan con la muerte
porque perduran y abren caminos hacia esas “eternas moradas”.
La sentencia
que sigue está en relación con los bienes materiales: Ningún siervo puede servir a dos amos, porque o sirve a uno y aborrece
al otro o hace caso del primero y no hace caso del segundo: no se puede servir a Dios y a las riquezas.
Aquello colmó
el aguante de los fariseos, amigos del dinero, y se lo tomaron a burla. Y Jesús
les dijo abiertamente: Vosotros presumís
delante de la gente, pero Dios os conoce por dentro. La arrogancia con los hombres,
Dios la detesta.
La conclusión
es importante: no es lo que aparentamos sino la verdad que Dios conoce de
nosotros. Lo que importa es que nuestra “apariencia” vaya cada vez
encontrándose más con la realidad y, por tanto, con eso que Dios sabe que somos.
Y que acabemos no cayendo en la trampa de “servir a dos señores” (uno de ellos
es el YO mismo) sino que busquemos servir a Dios sobre todas las cosas.
No se puede servir a Dios y al dinero. Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos comparaban el valor del dinero a la idolatría porque eran incapaces de compartirlo con los demás. No es malo tener dinero si se hace buen uso de él. El dinero hace falta para vivir con dignidad, para poder adquirir la vivienda, la comida, el vestido, incluso algún capricho; pero sin que nuestro corazón viva apegado a la riqueza. En nuestra sociedad hay personas que han perdido su dignidad y la autoridad que les daba el dinero .Algunos han ido a la cárcel por no haber sabido administrar sus entradas y no haber pensado en los demás.
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