Liturgia: La ascensión del Señor
La 1ª lectura es la más significativa en esta fiesta de la
Ascensión. San Lucas nos ha narrado la secuencia completa de los últimos
momentos de Jesús en la tierra. Una vez
que comían juntos les recomendó: No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se
cumpla la promesa de mi Padre…: seréis bautizados en Espíritu Santo. Hech
1,1-11.
Los apóstoles le rodean y preguntan si es
ahora cuando va a restaurar el reino de Israel, que era la obsesión que
ellos concibieron siempre, pensando en el fin de la dominación romana y el
comienzo de un Israel libre y llevado de la mano de Dios. Jesús les responde
que no les toca a ellos saber esas circunstancias; que cuando venga el Espíritu Santo recibirán fuerza para ser testigos de
Jesús en todo el mundo.
Y allí debió quedar aquello, y Jesús los citó para que
ellos y los discípulos estuvieran en el Monte de los Olivos en un determinado
momento. Allí se reunieron ellos, junto a la Virgen Santísima, y allí apareció
Jesús en medio de ellos. Se despidió de ellos, les tuvo palabras muy personales
y consoladoras, y en un determinado momento alzó sus brazos en movimiento
ascendente y comenzó a elevarse… Una oportuna nube se interpuso de modo que no
pudieron verlo más, y de la nube surgió la figura de dos hombres vestidos de
blanco, que les hicieron recapacitar: no
hay que seguir mirando al cielo. Ahora hay que volver los ojos a la tierra, porque
ahí está ahora la nueva presencia de Jesús, del mismo Jesús que volverá como le habéis visto marcharse.
La 2ª lectura (Ef 1,17-23) nos lleva hasta el triunfo de
Cristo en el Cielo, donde se dice que resucitado
de entre los muertos, está sentado a la derecha de Dios en el cielo, por encima
de toda criatura, no sólo de lo conocido de este mundo sino que todo lo puso a sus pies. Eso, sí, sin
desligarse de la tierra en donde queda en
la Iglesia como Cabeza. Ella es su cuerpo.
Y el evangelio, tomado de San Mateo (28, 16.20), como
corresponde a este Ciclo A en el que estamos, nos lo pone ya en los efectos que
esta presencia de Jesús tienen que darse entre nosotros, aquí abajo, donde
vivimos. Por lo pronto, Jesús afirma: Se
me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra, de modo que la ascensión
no ha sido un despegarse Jesús de nuestro mundo. Todo lo contrario: elevándose
desde Jerusalén hacia el Cielo, lo que ha hecho es acercarse a toda la
humanidad, que lo tenemos ya igualmente cercano, vivamos donde vivamos.
Y lo que Jesús presente quiere ahora es que con ese poder
que él ha recibido y que nos lo pone en las manos, nosotros vayamos al mundo entero, bautizando en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…, consagrando a los
hombres al amor de Dios, y enseñándoles a
guardar todo lo que ha mandado. Su presencia actual entre nosotros es una
presencia misionera, para que no dejemos de posibilitar a las gentes a
continuar en la tierra la presencia de Jesús. Aquella palabra de la 1ª lectura:
el mismo Jesús que habéis visto subir,
así bajará, se cumple en esta realidad de los creyentes bautizados que son
la presencia actual de Jesucristo en la vida de este mundo. Por eso, sabed
que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Realidad que se hace presente en la EUCARISTÍA, que se
viene celebrando más de 20 siglos en la Iglesia, y donde tenemos la dicha de encontrarnos
con Jesús cada día, y así lo será hasta el fin de los tiempos. Y que, como cae
de su peso, debe convertirse en
presencia activa y real en cada uno de nosotros hasta hacer real esa
pertenencia nuestra adquirida en el Bautismo, que nos consagra y dedica a Dios
de por vida.
La resistencia que estamos comprobando en muchas familias
que no bautizan a sus hijos, nos está poniendo delante la inconsistencia de
personalidad de estos momentos históricos, en los que el compromiso formal de
la vida está por los suelos, y sólo se pretende gozar del momento presente sin
mirar más hacia adelante y a lo que supone tomar postura personal ante la vida.
Vivimos una era en la que la palabra de Jesús; estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo, lejos de
crear atracción, provoca aversión, porque se tiene un miedo cerval a todo lo
que es duradero y perenne. Para nosotros, los creyentes, es la inmensa
satisfacción de saber que Jesucristo siempre nos acompañará y que su presencia
es salvadora.
A Jesús que sube al Cielo y se sienta a la derecha del Padre, dirigimos
nuestras súplicas.
-
Seamos conscientes de que Jesús se ha acercado a nosotros el día que subió al Cielo. Roguemos al Señor.
-
Jesús, sentado a la derecha del Padre es nuestra seguridad de salvación.
Roguemos al Señor.
-
Gozamos con la presencia de Jesús entre nosotros hasta el fin del
mundo. Roguemos al Señor.
-
Agradecemos nuestro bautismo y pedimos por todos los que deben ser
bautizados. Roguemos al Señor.
Señor Jesús:
tiende tu mano a este mundo para que sepa descubrir la riqueza que encierra la
fe, el bautismo y la continuada presencia de Dios entre nosotros.
Lo pedimos por el mismo Jesucristo N.S.
Recordándole hoy.
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