Madre de la Divina Gracia
Es lo mismo que “Madre de Cristo, “Madre del Salvador”, pero
acentúa un aspecto concreto: es la Madre del dador de las gracias y quien nos
hace presenta LA GRACIA, que es Dios mismo.
Nuestra vida se compone de gracias, dones, regalos gratuitos
de Dios. Desde ver la nueva luz del día a volver a descansar por la noche,
somos un cúmulo de dones del Señor. Cada instante se convierte en una gracia o
regalo de Dios, que siempre se hace visible cuando lo que nos va viniendo es
bueno, agradable, constructivo, creativo en nosotros… Y que otras veces va
envuelto en fundas oscuras que nos ocultan el regalo que hay dentro, y que sólo
se descubre al cabo de un tiempo a través de los prismáticos de la providencia.
En ese entramado de gracias y en esa donación que hace Dios
de sí mismo –LA GRACIA-, Jesucristo ha sido el redentor, el que con su
vida ha pagado la deuda del hombre, que había desgajado el árbol de la vida y se había cerrado el paso al Paraíso. Dios
devuelve al mundo la Gracia por medio de Jesucristo, que se hace así Divina Gracia para devolver al hombre su
historia perdida. Desde él y por medio de él, el ser humano puede mirar de
nuevo al Cielo, y puede descubrir su vida como puro don de Dios.
En ese caudal de las Gracias de Dios, por medio de Cristo,
Cristo ha asociado a SU MADRE, que es constituida CANAL de esas gracias de Dios y de esa obra de la redención de Cristo,
de modo que –a partir de la voluntad gratuita de Jesucristo- todas las gracias
que llevan a la tierra se canalizan a través de María. Ella es constituida así la
Madre por la que llega a nosotros la Divina Gracia, el don mismo que es
Cristo, y todos los dones que Cristo nos hace. Las letanías invocan a María
como MADRE DE LA DIVINA GRACIA, explicitando así al pueblo que por ella hemos
de llegar a Jesús y con ella recibimos los dones de Dios, y muy particularmente
recibimos al propio Jesucristo, Señor de la Divina Gracia, quien por su obra
redentora ha hecho en nosotros la nueva historia de la Redención.
¡Tenía que reventar! ¡Y reventó! Jn 6, 61-70 es el momento
en el que la última frase de Jesús ha hecho crisis: Le han soportado que se
defina a sí mismo como “enviado de Dios”, como “pan de la vida”, “bajado del
cielo”… Todo eran expresiones chirriantes para aquel pueblo, pero ha aguantado
mecha y ha sido capaz de sobrellevar todo aquel chaparrón que nos condensa el
evangelista San Juan.
Pero de pronto Jesús ha traspasado lo que hoy se llaman “líneas
rojas” y no se ha contentado con decir que “Yo soy el pan de la vida” sino que quien come mi carne y bebe mi sangre, es el
que tiene vida eterna. Y eso ha colmado el vaso. Ha resultado escandaloso y
repugnante, y ya no han podido aguantar más. Reconocen que es duro ese modo de hablar y “¿quién puede resistirlo?” ¿Quién puede
hacerle caso Y el resultado es que el grupo empieza a desinflarse y que hasta
los discípulos –no apóstoles- que venían siguiendo a Jesús acaban por
abandonarlo.
San Juan –que no pierde puntada- sea que lo ha vislumbrado,
sea que aprovecha la ocasión para soltar “la píldora”, llega a decir que bien sabía Jesús quiénes no creían y quién
lo iba a entregar. Si eso responde a un cierto movimiento de repulsa que
tuvo Judas, puede pensarse. El hecho es que en los mismos apóstoles parece que
hay en alguno una cierta displicencia, y que surge el escándalo en él.
Jesús sintió la angustia por un instante. Se volvió a sus
apóstoles y les preguntó doloridamente si
ellos también querían marcharse como los otros discípulos que se han ido.
Yo estoy seguro que los apóstoles no habían entendido
tampoco qué significaba todo aquello que había dicho Jesús. Pero Pedro y los
apóstoles sí tenían muy claro que se fiaban de Jesús. Y las palabras de Pedro
lo expresan: Señor, ¿dónde vamos a ir sin
ti, si solo tú tienes palabras de vida eterna? Y nosotros sabemos que tú eres el
santo consagrado por Dios. Sencillamente: no entendemos. No sabemos
explicarnos. No sabemos cómo se entiende lo que has dicho. Pero sabemos que tú
tienes palabras de vida eterna. Lo que digas, aunque no podamos entrar más en
el tema, nos basta porque lo has dicho tú. Es la fe integral. Es la fe sin
explicaciones. Es la fe en la Persona. Es saber que sin ti no sabemos ya adónde
ir. Hemos centrado nuestro sentido de vida en ti, y vamos a ojos ciegas adonde
tú nos llevas. Y no es que somos inconscientes: es que sabemos que tú eres el santo de
Dios.
La Divina Gracia...Es decir que MARÍA,nuestra Madre es Quién nos hace presente la Divina Gracia que es DIOS MISMO.¡Otro regalo inmerecido del Señor!
ResponderEliminarBueno, Jesús también tuvo que luchar con la incredulidad de la gente; porque les hablaba en unos términos como para pensar que estaba bastante loco..."En vesdad os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros; el que come mi carne y bebe mi Sangre tien vida eterna y yo lo resucitaré en el último día" Parece que Jesús les estaba pidiendo mucho más y, así fue como muchos lo abandonaron. Los Apóstoles tampoco lo entienden ; pero se quedan por su fe y su amor en Jesús, sobre todo Pedro. Seguir a Jesús no es fácil, para seguirlo hay que conocerlo y en ese punto, ya surge el amor por necesidad.