Estrella de la mañana
Los marinos tenían un punto fijo de orientación en sus arribadas
a puerto cuando regresaban de sus faenas. Una estrella en el horizonte le marcaba
el rumbo. Era lo que ellos llamaban “la estrella de la mañana”. Y les era señal
inconfundible para llegar de nuevo a su hogar.
A María se le vio entonces como la Estrella de la mañana,
como ese punto que siempre marca el camino para llegar sin tropiezos al Puerto
y desembarcar felizmente en el punto de la salvación. Durante la faena y la
lucha diaria, en medio de temporales más o menos favorables o peligrosos, un punto en
el horizonte les estaba siempre diciendo al pescador la dirección que tenía que
tomar para no errar y no naufragar.
El día que las nubes ocultaban la estrella, el pescador
tenía que ir a tientas y dejarse guiar por su propio instinto. Pero en el caso
de María, la Estrella no se oculta nunca y siempre aparece en el más allá de
las nubes, y siempre sirve de orientación.
Hoy, con los elementos modernos de que se sirve un
pescador, María podría llamarse “brújula”
o “radar”. Y siempre estaría haciendo la misma función que por siglos
enteros estuvo dirigiendo los remos de aquellos pecadores que se buscaron la
vida en los mares, y siempre siguieron el rumbo de la estrella de la mañana.
Hoy, con todos los adelantos, María –La Virgen del Carmen-
viene a estar en cada embarcación y acompañar a sus hombres en sus faenas, de
mucho calado, a veces en tierras y tiempos alejados, en los que el punto común de
apoyo es LA ESTRELLA DE LA MAÑANA, la Virgen Santa María, la Virgen del Carmen,
que los marinos de creencias cristianas conservan en lo más hondo de sus
corazones, y muchas veces en las proas de sus embarcaciones.
Ocasión para todos los creyentes de encomendar a las gentes
del mar, que viven la mayor parte de su vida en un medio tan lábil, el que les
da el sustento –por una parte-, el que los mantiene en vilo en tantas otras
ocasiones, el que acaba siendo el sepulcro de muchos… A todos ellos tenga
consigo María, y les conduzca al último Puerto donde encuentren el Hogar donde
vivan la firmeza de lo que ya no se hunde, y en los brazos de aquella Señora de
los mares a la que veneraron con especial devoción.
En evangelio de hoy deja poco margen a una explicación
porque prácticamente repite por dos veces la misma idea. Pero intentaremos
sacarle jugo para que San Juan nos deje el néctar de su exposición. 14, 21-26.
Afirma Jesús a sus Once que “el que sabe
mis mandamientos y los guarda, ese me ama”. Primera parada digna de
reflexión. ¿Cuál es el termómetro del amor de la persona a Jesús: ¡guardar sus
mandamientos! Y los mandamientos de Jesús no se reducen a 10. El evangelio
entero con “mandamientos” de Jesús. Y estrechando el círculo, el amor a Dios y
el amor al prójimo como yo os he amado
(expresión que encierra todo el evangelio). El que eso vive, ese es el que ama
a Jesús.
Y al que me ama, lo
amará mi Padre y lo amaré yo y me mostraré a él. Dos nuevas realidades. A
ese que ama, a ese que vive los mandamientos de Jesús, lo ama el Padre y lo ama
Jesús. Pero un amor tan cercano y tan fuerte que se concretará en que Jesús se
mostrará a él. Punto interesante para muchos de los que creen que no saben
sacar nada del evangelio. Jesús se muestra al que ama. Y ama al que cumple sus
mandatos. Penetrar en el evangelio es cuestión de amor.
Y mi Padre lo amará y
vendremos a él y haremos morada en él. Al que ama –al que vive los
mandamientos de Cristo- se le asegura algo inaudito: que Dios va a vivir dentro
de él. Que el Padre y el Hijo van a hacer murada en él. Y explicita de nuevo lo
que es ese amor: el que escucha esa
palabra que estáis oyendo, que no es mía sino del Padre que me ha enviado.
La intervención de Judas (no el Iscariote) no influye
demasiado en la línea de explicación, a no ser para que se explicite un tanto
más la línea esencial del texto.
Y para remate, y porque estas alturas de la Palabra
necesitan de un Maestro que esté ahí iluminando la palabra, Jesús promete la
venida del Espíritu Santo, que será quien
os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. De ahí la enorme importancia de la Iglesia,
como el vehículo a través del cual la verdad de Cristo y el Padre se va
clarificando a lo largo de los siglos, y en el desarrollo constante de la vida
interior del que ama y cumple los
mandatos de Jesús.
El Espíritu Santo nos va corrigiendo de nuestros errores y, si somos fieles a nuestro Bautismo, y cumplimos los Mandamientos, nos vamos santificando día a día. Nos convertimos en morada de Dios. La santidad es un Don que el Señor da a todos los cristianos. No es un privilegio. Sólo es un deseo y una decisión formal de seguir el Evangelio.Es imprescindible que la escucha sea atenta a lo largo de la vida, todos los días. No se aprende de una vez.Hay que actualizar la escucha.
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