LA VIRGEN DE FÁTIMA
Reina de la paz
La paz es el fruto de la armonía y lo opuesto a la tensión.
Un autor antiguo decía: Si quieres la
paz, prepara la guerra. Nuestros Papas han cambiado tal concepción y han
afirmado: Si quieres la paz, prepara la
paz. El saludo distintivo del Cristo resucitado –sin la más mínima
referencia a lo sufrido- es: PAZ A
VOSOTROS. Y el signo de una obra de Dios es LA PAZ. Viene expresada de
diferentes maneras a través de los episodios evangélicos: No temáis.
María, la filigrana nacida de las manos de Dios, tiene que
ser Virgen de paz. No hay una Virgen de la guerra, de las tensiones, de la
violencia, del miedo… Cuantas veces aparece María en situaciones bélicas o
desagradables, no es tomada como defensora de esas realidades sino como
protectora frente a ellas. Y si en alguna ocasión la mente humana ha pretendido
hacer de María una patrona para guerrear contra el enemigo, habrá habido
fanatismo, ignorancia… Y de lo que podemos estar seguros es que María intervino
entonces como protectora del bien y no como instigadora del mal.
María está en “la región de Dios”. Y Dios es Dios de paz.
Ha hecho mucho daño la visión judía plasmada en el Antiguo Testamento por la
que a Dios se le ha entremezclado como instigador de las guerras, protector de
los ejércitos victoriosos de Israel, o causante de las derrotas enemigas. Los
títulos de “Dios guerrero” o “Dios de los ejércitos” no definen precisamente al
Dios Yawhé, salvo en aquellas mentes hebreas belicosas (bien reflejadas aun hoy
día en el carácter judío actual). Pero la verdadera guerra que Dios mantiene es
contra el mal, que es el antagonismo de Dios. “Dios de los ejércitos” es sólo
un modo de expresar: “Dios poderoso”, que lucha abiertamente contra el pecado.
El corazón de María es un reflejo del corazón de Dios. La
paz que rezuma el corazón de María es un trasunto de la paz que irradia Dios.
Por eso María, vive en su interior toda es paz que es propia del DIOS DE LA
PAZ, y la que sintoniza perfectamente con el saludo de Jesús, que enseña a sus
discípulos a entrar en una casa saludando con la PAZ DE DIOS…, y si en alguna casa no hay paz, os salís de
ella y sacudíos hasta el polvo (de no paz) que se os haya pegado a los pies.
En una era de violencia, de odios diabólicos, de luchas
contra todo y contra todos, ¡y, muchas veces, lucha contra uno mismo!, María
está haciendo mucha falta para poner serenidad en los pensamientos, equilibrio
en las reacciones, sosiego en las ideas, paz en las conciencias y PAZ EN LAS
ALMAS. María es REINA DE LA PAZ y está
allí donde hay paz o se busca la paz; será patrona de la paz siempre que se
busque vivir en paz.
No es la paz de los cementerios, la paz de donde no hay
vida ni valor. Es la paz que se alcanza en el dominio de las propias reacciones
y que refleja la paz del resucitado, que fue yendo de unos a otros hasta que se
recuperara la paz que se había perdido en la tensión del viernes santo.
Que María nos dé la paz al mundo. Nos traiga la paz a
nosotros, y nos infunda la paz en nuestras conciencias, que son muchas veces
las cubas en donde se fragua la guerra del amor propio y del odio al contrario.
Jesús le dice a los Once que ya conocen al Padre (Jn 14,7-14). Felipe pide entonces; Muéstranos al Padre y nos basta. Y Jesús
hace una de sus solemnes confesiones de divinidad (en el evangelio de Juan): Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.
¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? El Padre permanece en mí.
Yo me voy al Padre y
lo que pidáis al Padre en mi nombre, Yo lo haré para que el Padre sea
glorificado en el Hijo. [“Pedís al Padre”-“en mi nombre”… Y lo que pedís al
Padre. YO LO HARÉ].
Todavía dice más: Os
lo aseguro: el que cree en mí, hará las obras que yo hago y aun mayores.
Admira esa afirmación y hasta parece que sobrepasa la verdad. Y sin embargo es
posible que haya “ciegos” que no veían y que gracias a una palabra o un gesto
nuestro, acaben “viendo”. Y quizás a lo largo de la historia de cada uno, pueda
encontrar ese momento sublime en el que supo consolar a la “madre viuda” que ha
perdido un hijo. Obras granes, y aun mayores…
El que lee el evangelio de San Juan queda ya metido dentro
de esa realidad de relación entre el Padre y el Hijo, y le queda dicho todo lo
que puede necesitar. Por eso la pregunta de Felipe huelga porque el haber
compartido vida y obras con Jesucristo es haber estado al tanto de la acción
misma de Dios: Quien me ha visto a mí, ha
visto al Padre.
Hoy hace ya cien años en que los tres pastores, Lucía dos Santos,Francisco y Jacinta Marto, tuvieron unos encuentros con la Virgen. Fueron varias las Apariciones y en cada una, María les invita al rezo del santo Rosario, a la penitencia y a orar por la paz del mundo:Es el año 1917 y viven las calamidades de la Primera Guerra Mundial. El Papa Francisco, que llegó a Fátima como Peregrino, hizo una Oración, ¡preciosa! Le pidió a la Virgen por la Paz del mundo y que proteja las vidas de sus hijos entre sus brazos.
ResponderEliminarQuién me ve a Mí, ve al Padre...quién ve a sus seguidores verá al Señor...Debia de ser así pero, cada uno de nosotros conoce sus puntos flacos y a veces nos ponemos muy tristes Esto Jesús no lo quiere. Él quiere que seamos portadores de vida y de alegría y para conseguirlo nos da un arma infalible: la Oración , y nos pide que no confiemos tanto en nootros mismos.