Salud de los enfermos
María es consuelo de tantos enfermos que padecen sus
carencias, debilidades, dolores, sufrimientos… Para muchos de ellos es el ancla
que les une a la eternidad; para otros es la unión a la que fue madre del martirizado
del dolor, Jesús su Hijo.
Cada día se construyen más hospitales. Cada día hay más
personas necesitadas de atenciones médicas. Cada día se multiplican los
geriátricos. Miles y miles de personas que sufren en la vida. Unos, desde su
edad ya avanzada; otros, en edades en que la vida debiera sonreírles y
depararles el gozo de cada mañana. Unos enfermos terminales y otros que
aguardan su curación. Las “urgencias” repletas cada día, las enfermedades cada
vez más raras y más resistentes.
Para los que sufren cada situación de esas sin una mirada
de fe, son realidades más desesperanzadas: sufrir para morir, sufrir para más
sufrir. Para quienes tienen fe, la enfermedad les une a los padecimientos de
Cristo, y a la esperanza en la fuerza sobrenatural. Siempre hay una puerta de
salida que se vive con confianza y en paz. Ahí en esa puerta, está siempre María.
Y está María en el grupo de muchos creyentes difusos, que
han perdido o no han alcanzado una madurez en su fe, pero que siempre
estuvieron acogidos a la figura de la Madre del Cielo. Ahí está María como “salud de los enfermos”, como consuelo,
como agarradero, como invocación perenne: ¡Madre
mía!
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Enfermos que a sí mismos se hacen enfermos por las drogas,
el vicio, la maldad inoculada en sus sentimientos por una educación mala, por
unos ambientes hostiles, por un desmembramiento de sus hogares… Enfermos
humanamente irrecuperables porque les faltan los resortes donde poder acogerse
para levantarles el sentido de los valores. Porque han perdido su conexión con
el espíritu que eleva y da valor al alma. ¿No es ahí donde tenemos que recurrir
a María, porque es ese hilo tenue que puede liberar a esas pobres criaturas
desahuciadas de la vida?
¿Y los enfermos actuales, enfangados en el sexo, buscado
alocadamente, sin contenido alguno que no sea la mera sensación egoísta? Sexo
impersonal, encerrado en páginas pornográficas como penoso alimento de gentes
que no consiguen ya dominar su afán de
sensaciones bajas? ¡Qué lejos de la limpieza del Corazón de María! ¡Y sin
embargo en muchos se siegue manteniendo el lazo que les aferra a la Madre, verdadera
salud de su enfermedad!
Y los enfermos del alma, los “crónicos” del pecado, de la
ausencia de lo espiritual, ignorantes de la Gracia, ajenos al valor de lo
sobrenatural, alejados ya de todo valor ético, moral y religioso… Pues María no
los ha dejado de su mano. María sigue siendo salud de los enfermos, y tanto más cuanto que ahí se juegan la
salud eterna, y María no está por dejar perder a esos hijos que –de seguro- le
rezaron de niños, le felicitaron con sus Avemarías, llevaron colgada su medalla
o puesto el escapulario… Son verdaderas maromas que unen a María con esas almas
hoy desgraciadas, pero que no han abominado de esa Madre…
María salud de los enfermos, que todos
necesitamos sentirnos muy cogidos de su mano, y a la que nos aferramos hoy en
este día del mes de Mayo que le dedicamos con las mejores oraciones de que somos
capaces. Que ella dirija a nosotros sus
ojos misericordiosos en este valle de lágrimas, y después de este destierro nos
muestre a Jesús, el fruto bendito de su vientre.
El evangelio de hoy (Jn 15, 26 a 16, 4) es muy simple de
explicar. Jesús ha prometido su Espíritu Santo, que Él enviará desde el Padre,
el Espíritu de la Verdad que procede del Padre, que será el que dé testimonio
de Jesús.
Pero juntamente tenemos que dar testimonio nosotros por la
fuerza de ese espíritu, sabiendo que la muerte de Jesús es presagio de nuestro
morir, cuando los enemigos de la fe actúen contra los creyentes (porque primero
han atacado a Jesucristo). Lo harán porque no han conocido al Padre ni a Jesús.
Jesús nos lo avisa con tiempo para que no nos escandalicemos el día que la
persecución se vuelva contra nosotros. Los mártires numerosos de final del
Siglo XX y lo que va del XXI son un presagio de esa muerte que anuncia Jesús.
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