Madre y Virgen
Son dos términos humanamente contradictorios. Pero en María
pueden estar juntos: Una virgen concebirá
y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel (Dios-con-.nosotros).
El término castellano “virgen” expresa
una realidad anterior al matrimonio consumado. Y aunque el argumento bíblico no
va por ahí, sino por la señal ofrecida
por Dios en el cielo o en el abismo
(fuera de las posibilidades humanas), la realidad es que una mujer que
permanece virgen es que no ha consumado el matrimonio. Y sería ciertamente
fuera de toda posibilidad humana que una doncella virgen concibiera y diera a luz permaneciendo virgen.
Pero “en el cielo o en el abismo”, en los dominios donde
sólo puede actuar Dios (porque el hombre no puede llegar), Dios tiene el poder
de hacer el inconcebible milagro de que una mujer pueda al mismo tiempo ser
virgen y concebir un hijo y luego –virgen- darlo a luz (con aquella bella
comparación del Catecismo de Astete, de que Jesús entró en María como el rayo
de sol pasa por el cristal sin romperlo ni mancharlo. Y quien hace esa
excepción maravillosa, lo mismo puede hacerla “al revés”: salir sin romper los
sellos de la virginidad.
Y Dios, constructor insospechable de lo maravilloso, hizo
lo uno y lo otro; y aquella muchacha María, que tuvo la valentía de aceptar a
ciegas el proyecto de Dios, sin pedirle ni pruebas ni condiciones, resultó ser
esa filigrana de Dios que entró y salió del seno virginal sin más intervención
que el poder del mismo Dios.
Por eso veneramos en María a “LA VIRGEN” por excelencia
y por antonomasia, y la ponemos en el
primer plano de nuestra devoción cristiana, porque ella es icono de lo
imposible al que hizo posible Dios. Dios es así. Y cuando se fraguó una madre
“a su gusto”, la hizo única e irrepetible. María es, en efecto, MADRE Y VIRGEN.
A la azucena, por su misma delicadeza, se le ha hecho símbolo de María, que es
incólume.
El cap. 10 de San Juan (22-30) parece por un momento
abandonar la comparación de Jesús “Pastor Bueno” y nos introduce en una fría
tarde de invierno en la que se celebraba la Fiesta de la Dedicación del Templo.
Jesús combatía aquel frío paseándose por el pórtico del templo, el llamado
pórtico de Salomón). Pero nunca lo dejaban tranquilo y hasta allí donde él se
había situado al margen de discusiones, vienen a presentársele unos judíos para
volver a decirle lo que tantas veces: ¿Hasta cuándo nos vas tener en suspenso? Si
tú eres el Mesías, dínoslo abiertamente.
No servía para nada que Jesús hablara abiertamente porque
si decía que sí lo era, lo consideraban blasfemo que suplantaba a Dios; y no
podía decir que no. Y Jesús, muy a su estilo, les da una vuelta y les responde
que se lo tiene afirmado muchas veces y no lo creen. Pero es que lo peor es que
no creen en las obras que él hace, que son precisamente las que dan testimonio
de él y de su mesianismo.
¿Cuál es el problema, tal como lo afirma Jesús? –Que ellos
no son de “sus ovejas”. [Y vuelve el tema que habíamos dejado]. Vosotros no creéis porque no sois ovejas
mías. Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les
doy la vida eterna.
Evidentemente ellos llegan a ver el tema salido por la
tangente. No les ha respondido “abiertamente”. Pero es que Jesús más que a palabras
quiere remitirse a los hechos. ¿Por qué hay quienes le siguen y le oyen y le
creen? –Porque en ellos hay buena fe…, son “ovejas suyas que escuchan su voz”.
Vosotros no os enteráis porque no entráis en mi rebaño y no escucháis mi voz. Mi Padre, que me ha dado a mis ovejas,
supera a todos y nadie puede arrancarlas de mi mano. YO Y EL PADRE SOMOS UNO. ¡Ahí es nada! ¿No querían respuesta
“abierta”? –Pues ahí la tienen como un grito inmenso en medio del templo.
Podrán creer o no, pero les ha dicho –finalmente- de forma completamente
abierta QUIÉN ES ÉL: ES Dios mismo. Yo y
el Padre somos uno. Aquí ya se pierde todo el que no es oveja del rebaño de
Cristo. O se le cree o no se le cree. O se fija uno en sus obras o no las
descubre. Pero la respuesta ha quedado dicha y grabada en oro para todo el que
tiene fe.
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ResponderEliminarJesús, todo lo hacía bien; actuaba tal como su Padre le inspiraba y no podía equivocarse. Nuestros hechos también hablan de nosotros mismos, depende de lo que queda luego...puede ser bueno para los demás y para nosotros mismos. El valor de nuestros hechos depende del origen y de cómo los hemos vivido:.Si nos dejamos llevar por el mundo, perdemos nuestra libertad porque necesitamos agradar. La verdadera libertad tiene su origen en Dios, nace de sustentarse en Dios y en este caso, nuestros hechos son buenos y dan testimonio de Dios. Son positivos para los demás y para nosotros mismos porque estaremos haciendo lo que agrada al Señor.
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