“Queridos
muchachos: Qué gran responsabilidad nos confía hoy el Señor. Nos dice que la
gente conocerá a los discípulos de Jesús por cómo se aman entre ellos. En otras
palabras, el amor es el documento de identidad del cristiano, es el único
“documento” válido para ser reconocidos como discípulos de Jesús. Es el único
documento válido.
Si este documento caduca y no se renueva continuamente, dejamos
de ser testigos del Maestro. Entonces les pregunto: ¿Quieren acoger la
invitación de Jesús para ser sus discípulos? ¿Quieren ser sus amigos fieles? El
amigo verdadero de Jesús se distingue principalmente por el amor concreto, no
el amor en las nubes. El amor siempre es concreto, lo que habla de amor y
no es concreto es telenovela, un romance. ¿Quieren vivir este amor que él nos
entrega? ¿Quieren o no quieren? Entonces, frecuentemos su escuela, que es una
escuela de vida para aprender a amar. Esto es un trabajo de todos los
días, aprender a amar.
Ante todo, amar es bello, es el camino para ser felices. Pero no
es fácil, es desafiante, supone esfuerzo. Por ejemplo, pensemos cuando
recibimos un regalo: esto nos hace felices, pero para preparar ese regalo las
personas generosas han dedicado tiempo y dedicación y, de ese modo regalándonos
algo, nos han dado también algo de ellas mismas, algo de lo que han sabido
privarse.
Pensemos también al regalo que vuestros padres y animadores les
han hecho, al dejarles venir a Roma para este Jubileo dedicado a vosotros. Han
programado, organizado, preparado todo para vosotros, y esto les daba alegría,
aun cuando hayan renunciado a un viaje para ellos. Esto es lo concreto del
amor. En efecto, amar quiere decir dar, no sólo algo material, sino algo
de uno mismo: el tiempo personal, la propia amistad, las propias capacidades.
Miremos al Señor, que es invencible en generosidad. Recibimos de
él muchos dones, y cada día tendríamos que darle gracias. Quisiera
preguntarles: ¿Dan gracias al Señor todos los días? Aun cuando nos olvidamos,
él no se olvida de hacernos cada día un regalo especial. No es un regalo
material para tener entre las manos y usar, sino un don más grande para la
vida. Nos regala, ¿qué nos regala?, nos regala su amistad fiel, el Señor es
siempre un amigo que no la retirará jamás. Aunque lo decepciones y te
alejes de Él, Jesús sigue amándote y estando contigo, creyendo en ti más de lo
que tú crees en ti mismo. Y esto es muy importante.
Porque la amenaza principal, que impide crecer bien, es cuando
no le importas a nadie. Es triste esto. Cuando te sientes marginado. En cambio,
el Señor está siempre junto a ti y está contento de estar contigo. Como hizo
con sus discípulos jóvenes, te mira a los ojos y te llama para seguirlo, para
«remar mar a dentro» y «echar las redes» confiando en su palabra; es decir,
poner en juego tus talentos en la vida, junto a él, sin miedo. Jesús te espera
pacientemente, espera una respuesta, aguarda tu ‘sí’.
Queridos chicos y chicas, a la edad vuestra surge de una manera
nueva el deseo de afeccionarse y de recibir afecto. Si van a la escuela del
Señor, les enseñará a hacer más hermosos también el afecto y la ternura. Les
pondrá en el corazón una intención buena, esa de amar sin poseer: amar sin
poseer, de amar a las personas sin desearlas como algo propio, sino dejándolas
libres. Porque el amor es libre, no existe amor si no es libre.
Esa libertad que el Señor nos deja cuando nos ama. Él está
siempre cerca de nosotros. Existe siempre la tentación de contaminar el
afecto con la pretensión instintiva de tomar, de poseer aquello que me gusta. Y
esto es egoísmo. Y también la cultura consumista refuerza esta tendencia.
Pero cualquier cosa, cuando se exprime demasiado, se desgasta,
se estropea; después uno se queda decepcionado y con el vacío adentro. Si
escuchas la voz del Señor, te revelará el secreto de la ternura: interesarse
por otra persona. Quiere decir respetarla, protegerla, esperarla. Y esto es lo
concreto de la ternura y del amor.
En estos años de juventud ustedes perciben también un gran deseo
de libertad. Muchos les dirán que ser libres significa hacer lo que se quiera.
Pero a esto es necesario saber decir no. Si tu no sabes decir no, no eres
libre, libre es quien sabe decir sí y sabe decir no.
La libertad no es poder hacer siempre lo que se quiere: esto nos
vuelve cerrados, distantes y nos impide ser amigos abiertos y sinceros; no es
verdad que cuando estoy bien todo vaya bien. No, no es verdad.
En cambio, la libertad es el don de poder elegir el bien. Esto
es libertad, es libre quien elige el bien, quien busca aquello que agrada a
Dios, aun cuando sea fatigoso. No es fácil. Pero creo que ustedes no tienen
miedo de las fatigas, son valientes, son valientes. Sólo con decisiones
valientes y fuertes se realizan los sueños más grandes, esos por los que vale
la pena dar la vida. Decisiones valientes y fuertes.
No se acontenten con la mediocridad, con “ir tirando”, estando
cómodos y sentados; no confíen en quien les distrae de la verdadera riqueza,
que son ustedes, cuando les digan que la vida es bonita sólo si se tienen
muchas cosas; desconfíen de quien quiera hacerles creer que son valiosos cuando
los hacen pasar por fuertes, como los héroes de las películas, o cuando llevan
vestidos a la última moda. Vuestra felicidad no tiene precio y no se negocia;
no es un “app” que se descarga en el teléfono móvil: ni siquiera la versión más
reciente podrá ayudaros a ser libres y grandes en el amor. La libertad es otra
cosa.
Porque el amor es el don libre de quien tiene el corazón
abierto; el amor es una responsabilidad bella que dura toda la vida; es el
compromiso cotidiano de quien sabe realizar grandes sueños. Pobres los jóvenes
que no saben, no osan soñar. Si un joven a vuestra edad no sabe soñar ya está
jubilado. No sirve.
El amor se alimenta de confianza, de respeto y de perdón. El
amor no surge porque hablemos de él, sino cuando se vive; no es una poesía
bonita para aprender de memoria, sino una opción de vida que se ha de poner en
práctica.
¿Cómo podemos crecer en el amor? El secreto está en el Señor:
Jesús se nos da a sí mismo en la Santa Misa, nos ofrece el perdón y la paz en
la Confesión. Allí aprendemos a acoger su amor, hacerlo nuestro y a difundirlo
en el mundo. Y cuando amar parece algo arduo, cuando es difícil decir no a lo
que es falso, miren a la cruz del Señor, abrácenla y no se suelten de su
mano, que les lleva hacia lo alto y levántense cuando se caen.
En la vida siempre se cae porque somos pecadores, somos débiles.
Pero está la mano de Jesús que nos levanta cuando nos caemos. Jesús nos quiere
de pié. Esa palabra hermosa que Jesús le decía a los paralíticos:
‘levántate’. Dios nos creó para estar de pié.
Hay una llinda canción de los alpinos cuando escalan que
dice: ‘En el arte de subir lo importante no es no caer, sino no permanecer
caídos”. Debemos, tener el coraje de levantarnos, de dejarnos levantar por la
mano de Jesús y esta mano viene muchas veces de la mano del amigo, de los
papás, de quienes nos acompañan en la vida, el mismo Jesús también está allí.
Levántense, Jesús los quiere de pie, siempre de pié.
Sé que son capaces de grandes gestos de amistad y
bondad. Están llamados a construir así el futuro: junto con los otros y
por los otros, pero jamás contra alguien. No se construye contra, esto se llama
destrucción. Harán cosas maravillosas si se preparan bien ya desde ahora,
viviendo plenamente vuestra edad, tan rica de dones, y no temiendo al
cansancio.
Hagan como los campeones del mundo del deporte, que logran
llegar a las metas altas entrenándose todos los días con humildad y duramente.
Que vuestro programa cotidiano sean las obras de misericordia. Entrénense con
entusiasmo en ellas para ser campeones de vida, campeones de amor. Así serán
conocidos como discípulos de Jesús. Así tendrán el documento de identificación
de los cristianos y les aseguro que vuestra alegría será plena.
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