A un
corazón duro que decide abrirse con docilidad, Dios da siempre la gracia y la
dignidad de levantarse, llevando a cumplir si necesario, un acto de
humildad. Lo explicó el papa Francisco durante la homilía de este viernes en la Domus Santa Marta, al
comentar la conversión de San Pablo.
El Santo Padre precisó que tener celo por las cosas sagradas no
significa necesariamente tener un corazón abierto hacia Dios. Y recordó que
Pablo de Tarso era fiel a los principios de su fe, pero con un corazón cerrado,
sordo a Cristo, al punto que pidió ir a exterminar y encadenar a los cristianos
que vivían en Damasco.
Es la “historia de un hombre que le permite a Dios cambiarle el
corazón”, así define el Papa el camino de Pablo a Damasco, cuando él es
envuelto por una luz potente y siente una voz que lo llama, cae y
permanece momentáneamente ciego. “Saulo el fuerte, el seguro cae al piso”
comenta Francisco.
Y “entiende que él no era un hombre como quería Dios, porque
Dios nos creó a todos para estar de pié con la cabeza levantada”. La voz del
cielo no le dice solo “¿Por qué me persigues?”, sino que lo invita a
levantarse.
Pero se da cuenta que está ciego, y se deja guiar. Los hombres
que estaban con él lo llevan a Damasco y por tres días no ve ni toma alimentos.
Saulo entendió que estaba por el piso y que tenía que aceptar esta humillación,
porque la humillación es el camino que abre el corazón. “Cuando el Señor
nos envía una humillación o permite que lleguen las humillaciones es para que
el corazón se abra, sea dócil, se convierta al Señor Jesús”.
El corazón de Pablo se abre. Dios invita a Ananía que le impone
las manos y los ojos de Saulo vuelven a ver.
El Papa subraya que “el protagonista de esta historia no son ni
los doctores de la Ley, ni Esteban, ni Felipe, ni el eunuco, ni Saulo….”.
Porque “el Espíritu Santo es el protagonista de la Iglesia que conduce al
pueblo de Dios”, y “la dureza del corazón de Saulo, Pablo, se transforma en
docilidad al Espíritu Santo”.
¡Es hermoso –concluye Francisco– ver cómo el Señor es capaz de
cambiar los corazones”. Todos nosotros tenemos durezas en el corazón, recordó.
“Pidamos al Señor –concluyó el Papa– que nos haga ver estas durezas que nos
tiran a la tierra. Y nos envíe la gracia y si necesario las humillaciones, para
que no nos quedemos en el piso y nos levantemos con la dignidad con la que Dios
nos ha creado, o sea la gracia de un corazón abierto y dócil al Espíritu
Santo”.
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