Liturgia
Hoy es la fiesta litúrgica de San Isidoro, un enorme personaje y pozo
del saber, no sólo en las ciencias teológicas y religiosas sino en otras ramas
del saber humano, por lo que fue llamado como consejero de reyes. Pero la
liturgia no le asigna lecturas propias. Por ello sigo la línea de la lectura
continua, con los Hech. 14, 18-27, que pone ante una nueva persecución, que
esta vez es directa contra Pablo, al que apalean y dan por muerto, pero al que
recogen sus compañeros y lo llevaron a la ciudad. Al día siguiente sale a
atender a las comunidades cristianas, a las que les deja un mensaje –que es
mensaje repetido- de que hay que pasar
por mucho para entrar en el Reino de Dios. Podía decirlo por sí mismo, y
porque él ha penetrado en el núcleo de la vida de Jesús. De nuevo en Antioquía
atendió a las comunidades de allí y les contó lo que Dios había hecho en los
gentiles, abriéndoles la puerta de la fe.
El evangelio –Jn 14, 27-31- comienza con una afirmación muy
valiosa; La paz os dejo, mi paz os doy;
no como la da el mundo. La paz del mundo es “pasota”, sin compromiso, sin
esfuerzo, dejándose llevar, yendo a lo fácil, a lo que apetece. La paz de
Cristo exige lucha, exige “ganar la paz” desde la guerra interna que cada cual
ha de hacerse. Pero que no tiemble
vuestro corazón ni se acobarde. Llega
el príncipe de este mundo y no tiene poder sobre mí, pero yo no salgo a
cada batalla, sino que voy al Padre
porque hago lo que el Padre me manda. Aquí está un misterio radical: podría
deshacer Jesús la acción del príncipe de este mundo con el solo soplo de su
boca. Pero no lo hace. Nos deja en la lucha que hemos de llevar nosotros sin
acobardarnos y sin temblar. Porque Yo he
vencido al mundo, pero ahora os toca la lucha a vosotros. Así es la
voluntad de Dios.
VIDA GLORIOSA
JESÚS SE APARECIÓ A MÍ, COMO EL ÚLTIMO, dice Pablo. Por
tanto, entre las apariciones, hay que contar la de Pablo. Una aparición muy
distinta de las otras. Cae más allá de haber ascendido Jesús al Cielo. Sucede
cuando ya existen comunidades cristianas y se ha establecido la lucha de los
judíos contra el nuevo Camino, el que siguen los que han aceptado la nueva fe.
Saulo, empedernido fariseo, activista cien por cien, y dispuesto a acabar con
esta “secta”, pide cartas que le den autoridad para ir a Damasco y apresar allí
a los cristianos y llevarlos a Jerusalén. Y reúne una avanzadilla de hombres
para cumplir esa misión. ¡Allí le esperaba Jesús! Y no con la dulzura de María
Magdalena o Simón Pedro… A un soberbio engreído no le podía servir la mano
aterciopelada de Jesús. Necesitaba un impacto mucho mayor.
Y sucedió, en efecto, que se pronto Saulo cae rodando por
tierra y que, además, se queda ciego, sin ver. A la soberbia, Jesús se le
aparece con la humillación. “La otra mano” de Dios. La única que podía entender
el fanfarrón. ¡Y la entendió! Caído en tierra, Saulo sabe que le ha vencido
alguien mayor… Y pregunta: ¿Quién eres,
Señor? Y la voz le contesta. Soy
Jesús, a quien tú persigues. Saulo era inteligente y se dio cuenta de que
Jesús eran aquellos cristianos a los que
él perseguía. Y no discutió. Aceptó su humillación, que se prolongaba ahora con
la nueva palabra de Jesús: Ve a la ciudad
y allí se te dirá lo que tienes que hacer. Ni siquiera Jesús le da la
solución. Ya se la darán en Damasco, adonde Saulo pretendía apresar a los
fieles.
Y en Damasco no tiene una visión nueva de Jesús. Tiene la
visita de uno de sus “perseguidos”, un tal Ananías, que entra en la casa, le
impone las manos y le dice: Saulo,
hermano, recobra la vista. Y precisamente de la mano de Ananías, caen de
sus ojos una especie de escamas y vuelve a ver. Todo se desenvuelve en ese
mismo terreno de la humillación. Ni siquiera ha venido Jesús en persona. Se le
aparece de muy diversa manera. Saulo ahora ve, y no sólo ve con los ojos de la
cara sino con los ojos de la fe. Más adelante nos dirá él que había tenido una
visión en la que fue llevado al séptimo cielo, momento en el que puede decirse
que VIO A JESÚS. Pero los pasos hasta tal visión fueron muy distintos de las otras
apariciones de Jesús.
También de esta aparición hay mucho que aprender y mucho que
descubrir como experiencia de aparición que nos llega a nosotros y no
precisamente con las dulzuras dl domingo de resurrección. Se aparece también
Jesús en la contradicción, en la humillación, en la dificultad, en la caída, en
la ceguera del no ver nada y tener que ser conducido…, en no ver…, y sin
embargo estar viendo. En el error, que también puede ser vehículo para VER: ¿quién eres Señor?, desde el suelo y cegado
por un extraño resplandor…, u oscuridad.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Continuación)
ResponderEliminarQUINTO MANDAMIENTO:"NO MATARÁS"
"Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios?. Y no os pertenecéis(Cor 6,19).
¿CÖMO DEBEMOS TRATAR NUESTRO CUERPO?.-El quinto mandamiento prohíbe también el uso de la violencia contra el propio cuerpo.Jesús nos exige expresamente que nos aceptemos y amemos a nosotros mismos:"Amarás a tu prójimo como a ti mismo".
Acciones contra el propio cuerpo ("incisiones", etc) son en la mayoría de los casos reacciones psíquicas ante experiencias de abandono y de falta de amor;por eso, en primer lugar, reclaman todo nuestro amor y cariño a estas personas. No obstante, en este marco de cariño debe quedar claro que no existe un derecho humano a destruir el propio cuerpo que recibimos de Dios.
¿QUË IMPORTANCIA TIENE LA SALUD?.-La salud es un valor importante, pero no absoluto. Debemos tratar el cuerpoi recibido de Dios con agradecimiento y cuidado , pero no caer en el culto al cuerpo.
El cuidado adecuado de la salud pertenece también a las obligaciones fundamentales del Estado, que debe crear condiciones de vida que garanticen el alimento suficiente, viviendas limpias y una asistencia médica básica.
Continuará
El Hombre no es dueño de su propia vida y por ser templo del Espíritu Santo, debe observar una vida ejemplar, intachable, viviendo con la dignidad que le corresponde a un hijo de Dios.
ResponderEliminarUn cristiano tiene que ser sal y luz en el mundo. Una Luz que pueda penetrar en todos los recovecos oscuros de la vida. Sal que ofrezca el buen sabor del Evangelio. Para que esto sea posible tenemos que ser unos testigos coherentes y valientes, que no sintamos miedo de ser evangelizadores. Como Pablo, creer en el poder del Espíritu para anunciar a Cristo muerto y resucitado y también en la fuerza del testimonio de la Iglesia.