ESCUELA DE ORACIÓN (Málaga)
Viernes 15, 17’30 horas
Liturgia
La 1ª lectura (Hech 8, 1-8) empieza por una persecución muy fuerte que
se desata en Jerusalén contra los seguidores de Jesús. La gente se dispersa
para librarse de la muerte. Los apóstoles siguen en sus opuestos. En la huida,
todos van dejando un reguero de Buena Noticia de modo que muchos de los lugares
por donde iban abrazaban la fe. Felipe baja a Samaria y allí predica a Cristo,
y el pueblo acepta con satisfacción, máxime cuando se están dando unos signos
que llaman la atención: paralíticos que caminan, posesos que quedan libres,
lisiados que se curaban. Y lo que había comenzado con un mal –la persecución-
acaba en una alegría.
El Evangelio corresponde a Jn 6, 35-40. Retoma el final de
ayer: Yo soy el pan de vida; el que viene
a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará nunca sed.
Es difícil de comprender lo que Jesús anuncia y reconoce
que no lo creen. Pero todo lo que me da
el Padre viene a mí porque he bajado del Cielo, no para hacer mi voluntad sino
la voluntad del que me ha enviado. Y esa voluntad es que no se pierda nada
de lo que el Padre pone en manos del Hijo, sino que tengan una resurrección al
final de sus días. Y tengan vida eterna
VIDA GLORIOSA
San Juan remató su evangelio con un final de mucha
proyección, porque dejaba una de las lecciones más importantes que ha de saber
quien se encuentra con los misterios de la fe.
Hecha por Simón su triple confesión de amor, Jesús se
volvió a Simón Pedro y le dijo: Sígueme.
Era una reafirmación de la primera llamada, precisamente ahora cuando ya se
sabía la historia completa. El primer seguimiento de Simón llevaba mucho de
novedad y de aventura, a la par que todo el mérito del desprendimiento de aquel
hombre que lo dejó todo para irse detrás de Jesús. Pero el paso de los días y
de las enseñanzas del Maestro demostraban que aquel seguimiento tenía mucha más
tarea que la de una primera emoción. Y tuvo sus tropezones, sus escándalos, sus
resistencias, y la dificultad que lleva consigo entrar en la verdad de la vida.
Cuando ahora, tras aquellos años, habiendo pasado por la
Pasión y ya con el triunfo de la resurrección palpado a las claras, Jesús
repite la palabra primera: Sígueme,
no cabe duda que lleva encerrado un sentido muy fuerte de lo que esa llamada
significa. Por su parte, Simón se encontraba ahora con una llamada particular,
muy personal. Era él quien tenía que dar respuesta. Y sintió el vértigo de la
soledad. Y preguntó por lo que podía ser del otro discípulo: Señor, ¿y éste, qué? No se hacía Pedro a
emprender el camino solo.
Y Jesús le respondió: Si
yo quiero que éste se quede hasta que yo vuelva, ¿a ti, qué? La llamada
era, en efecto tan personal que Pedro había de responder por sí mismo y sin
apoyaturas.
Se corrió la voz, entre los compañeros, de que ese
discípulo no moriría. Y ahora apostilla Juan: No dijo que no moriría sino: si yo quiero que éste se quede hasta que
yo vuelva, ¿a ti, qué?
A mí me impresiona este final porque me sumerge en el
misterio. No hay explicaciones. No se admiten explicaciones. Ante aquella
llamada no queda sino que liarse la manta a la cabeza y “echar la red” en el
nombre de Jesús. Sólo Él. No queda otra explicación. No la quiere dar Jesús.
Y a mí se me agranda el horizonte cuando me encuentro ante
este final del evangelio porque me dice claramente que a Dios no se le pueden
pedir explicaciones. Caben ciertas preguntas, las que son necesarias para
realizar un proyecto al que llama Dios. Como María preguntó al ángel cuando
necesitaba saber lo que ella tenía que hacer. Pero una vez que ha quedado en
claro lo indispensable, el resto se sume en el misterio. ¡Lo que Dios quiera,
como él lo quiera, cuando él lo quiera! Esa es la disposición válida en nuestra
postura ante el Señor.
Así siguió Simón Pedro a Jesús en aquel camino misterioso
en ese “viaje a ninguna parte y a todas partes” (que me gusta decir), que
representa el abandono pleno y absoluto en la voluntad de Dios. Y Él será quien
vaya marcando los tiempos y las horas y los pasos. Él sea bendito por siempre.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÒLICA (Continuación)
ResponderEliminarCUARTO MANDAMIENTO:"HONRARÂS A TU PADRE Y A TU MADRE"
"La vida de los padres es el libro que leen los hijos"(San Agustin)
¿A QUIÊN SE DIRIGE EL CUARTO MANDAMIENTO Y QUÈ NOS EXIGE?.-El cuarto mandamiento se dirige en primer lugar a los padres, pero también a la personas a quienes debemos nuestro bienestar, nuestra seguridad y nuestra fe.
Lo que debemos en primer lugar a nuestros padres, es decir, amor, agradecimiento y respeto, tiene que regular también nuestra relación con las personas que nos dirigen y están a nuestro servicio. Hay muchas personas que representan para nosotros una autoridad natural y buena, otorgada por Dios: padres adoptivos o de acogida, parientes mayores y antepasados,, educadores , maesros , empleadores, superiores. A ellos debemos honrarlos justamente en el cuarto mandamiento. Este mandamiento nos indica incluso, en un sentido màs amplio, nuestras obligaciones ciudadanas frente al Estado.
Continuarà
Oración
ResponderEliminarhttps://youtu.be/74N5NmamAAQ