Liturgia
Los primeros pasos de la Iglesia fueron excepcionales. Y una muestra es
el relato que hoy nos trae la 1ª lectura (Hech. 5, 17-26) con el hecho
prodigioso de la liberación de los apóstoles, sacados de la cárcel de forma
milagrosa. En una Religión que comenzaba, y con Dios como protagonista de
aquella realidad, el poder de Dios y la excepcionalidad de los hechos tenían
que ser pruebas irrefutables de que estaba fundamentada en la verdad, y que
Dios mismo avalaba aquel nuevo modo de vida y doctrina.
En el evangelio (Jn 3, 16-21) Jesús advertía a Nicodemo del
amor de Dios al mundo, hasta el punto de enviarle a su propio Hijo para
que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió su Hijo al mundo para
condenar al mundo sino para que el mundo sea salvado por él. El que cree en él
no será condenado.
El que no cree en él, ya
está condenado porque no creyó. No lo condena nadie. La condena (el daño”) se lo
ha buscado el que no cree por ese no creer, porque la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas. Pues todo el que actúa perversamente detesta la
luz (la verdad) para no verse acusado
por sus obras.
En cambio, el que
realiza la verdad se acerca a la luz para que se vea que sus obras están hechas
según Dios.
He dejado la palabra al texto mismo porque nadie podría
decirlo mejor ni más claro.
VIDA GLORIOSA
El encuentro de los apóstoles con Jesús no podía haber sido
más gratificante. Cuando Jesús desapareció, todos quedaron satisfechos y
emocionados, aun dentro de lo difícil que les podía ser todavía encajar
aquellas piezas en sus mentes. Lo que sí tuvieron todos en el pensamiento era
la ausencia de Tomás, que se había perdido aquel encuentro. Y estaban deseando
que el compañero llegara para darle la buena noticia.
En cuanto llegó se abalanzaron todos a la puerta para darle
la alegría: Hemos visto al Señor. No
se podían ni imaginar la que les caía encima. Porque Tomás se enfurruñó más
todavía. Encima de que él no se aguantaba a sí mismo, ahora resulta que se ha
equivocado con irse por su cuenta, y que vienen a decirle que han visto al
Señor. Y en su disgusto, tiró por la calle de en medio y soltó lo que se le
vino a la boca (lo que podía hacer más pupa en la alegría de sus compañeros): Si yo no lo veo, y si no meto mis dedos en
los agujeros de sus manos y no meto mi puño en su costado, no creo.
Se hizo un silencio sepulcral. Realmente les había tocado
en lo más sensible. Les había helado su alegría. Pero ellos comprendieron que
no estaba el horno para bollos y optaron por abrirle paso y dejarlo ir con su
soberbia. Y ellos se retiraron sin comentarios y sin susurros que podían poner
las cosas peores. Estaban heridos pero sabían que debían callar. Por aquella
noche era mejor el silencio y dejar dormir la situación.
Se abría un período de espera. Tomás mismo tenía que caer
en la cuenta de lo extemporáneo de su reacción. Algún compañero más afín a él
se puso a tiro por si Tomás quería desahogar su alma. Todos respetaron el
momento. Los días habían de apaciguar, y sin entrar en materia, salvo que él lo
hiciese, procuraron irse acercando con normalidad. Era evidente que Tomás
necesitaría de ellos.
Y no se le escapaba a Tomás que Jesús no había vuelto a dar
cuenta de sí. Todo lo que se dijo de sus presencias el primer día, y ahora
nada. ¿Estaría siendo él una rémora para una nueva venida del Maestro? Ahora
Tomás no se salía a la calle. Ahora quería estar allí con sus compañeros y
esperar acontecimientos, porque en el fondo ya estaba creyendo que era verdad
lo que le habían dicho, y que él se había dejado llevar de su temperamento…;
que había puesto muchas condiciones y que ahora querría dar marcha atrás pero
su carácter no le dejaba hacerlo. Lo que sí procuró es ponerse mucho más a tiro
de las conversaciones, y no rehuir el tema de las apariciones de Jesús. En
realidad él estaba ya necesitando como el comer que Jesús viniera, porque en su
hondón del alma quería pedirle perdón por lo que había dicho… Ya no necesitaba
cumplir las condiciones que había exigido aquella noche del domingo. Lo que
ahora deseaba era verlo, aunque Jesús pudiera reprenderle por su actitud. Sabía
que lo merecía y casi que lo deseaba. Bien conocía al Corazón de su Maestro y
no recelaba en absoluto de lo que sería ese deseado encuentro.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÒLICA (Continuación)
ResponderEliminarSEGUNDO MANDAMIENTO: "NO tomaràs el nombre de Dios en vano"
¿QUÈ SIGNIFICA PARA EL CRISTIANO RECBIR EN EL BAUTISMO UN DETERMINADO NOMBRE?
"En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" el hombre es bautizado con un "nombre". El nombre y el rostro son los que hacen único al hombre,tambien y finalmente ante Dios. "No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mìo".
Los cristianos tratan con respeto el nombre de cada persona, porque el nombre està profundamente unido a la identidad y a la dignidad del hombre.Desde antiguo los cristianos buscan para sus hijos un nombre en la lista de los santos; lo hacen en la creencia de que el patrono es un modelo para ellos e intercede de modo especial por ellos ante Dios.
"No borrarè su nombre del libro de la vida, y confesarè su nombre delante de mi Padre y delante de sus àngeles"(Ap 3,5).
Cntinuarà