Liturgia
Acaba hoy la historia de David como personaje concreto. 1Rg 2, 1-4. 10-12
nos cuenta la última voluntad de David, que se centra en su hijo Salomón a
quien exhorta a ser un hombre, lo que traduce el propio rey en guardar las consignas de Dios, caminando en
sus sendas, guardando sus preceptos, mandatos, decretos y normas escritos en la
Ley. Eso es SER UN HOMBRE. Es preciosa descripción y que habría que
escribir hoy en tantos lugares públicos y de formación y desenvolvimiento de la
vida de una nación. Y David enseña a Salomón que eso te dará éxito en todas tus empresas dondequiera que vayas.
Espera David el cumplimiento de la promesa de Dios, pero
sabe que esa promesa debe ser correspondida caminando
sinceramente en su presencia, con todo
el corazón, con toda el alma… Y así se perpetuará el trono de David.
De hecho se perpetuará ese trono no ya por razón de la
ejemplaridad de descendientes cuanto por la fidelidad de Dios, que sobrepasará
los mismos pecados y abandono del camino de Dios por parte de miembros de
aquella dinastía. Desembocará finalmente en la plenitud de la promesa,
realizada en plenitud en Cristo, a quien se le
dio el trono de David, su padre.
Mc 6, 7-13 nos trae la misión apostólica a la que habían de
ir los Doce, en 6 binas, con autoridad
sobre los espíritus inmundos. Era una señal muy clara de que iban en nombre
de Jesús, el único que tenía poder para echar demonios, y que él traspasa ahora
esa fuerza a sus apóstoles. “Echar demonios” tiene un sentido mucho más amplio
que hablar de posesiones diabólicas de endemoniados. “Echar demonios” era todo
un planteamiento nuevo de la vida de Israel, en donde no debería ser norma el ojo por ojo, y en donde había muchas
cosas que corregir de formas muy externas de religión que para nada
comprometían a la persona. Eran “demonios” muy arraigados en el pueblo y muy
metidos por los propios dirigentes judíos. “Demonios” basados en el poder y en
las influencias humanas, y de la fuerza del dinero y del fanatismo religioso
Por eso Jesús rompe los moldes de la predicación y envía en
pobreza: para el camino un bastón y nada
más; ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja. Que llevasen sandalias
pero no una túnica de repuesto. Y cuando llegan a un una casa y saludan,
allí se queden, si los reciben. Que si no los reciben o no los escuchan, no
porfíen ni se incomoden. Se van a otro sitio y aquí paz y después gloria.
Tan pobres que ni se lleven en los pies el polvo de aquel
lugar. Lo sacuden, que ya es una manera clara de probar que han perdido la
oportunidad. Y quien sea capaz de reflexionar sobre ello, reconozca su culpa y
entre en caminos de liberación de esos “demonios” que impidieron el paso a los
enviados del Señor.
Los apóstoles predicaron la conversión. Suele tomarse ese
término como “salida de una situación” (abandono de los ídolos, que dirá San
Pablo). Pero con eso sólo habría una parte. Una parte que abriría un vacío
porque se abandona algo pero ¿y luego? Ese LUEGO es el verdadero objetivo de la
conversión: la vida que se abre después: “abandono de los ídolos”, sí, pero
para abrirse al servicio del Dios verdadero. Y ahí es donde la conversión tiene
su plenitud y su sentido completo: cuando se ha desembocado en algo nuevo que
tiene un atractivo mucho más fuerte, y que está centrada en el amor a Dios, o
en el dejarse acoger totalmente por el amor del Dios misericordioso.
Por eso al hecho de “predicar la conversión” yuxtapone
Marcos ese segundo efecto: “echaban muchos demonios”. Se abandonaban muchos
ídolos de la vida diaria para ponerse ahora de cara a lo que agrada a Dios.
Aquí nos encajaría muy bien aquello de David: Sé un hombre. Porque la adultez llega cuando la persona se ha
desarrollado armónicamente, y si hay un avance en la ciencia, también lo hay en
la formación religiosa; si se es muy noble con los semejantes, nobleza ha de
tenerse con Dios; si crece en valores humanos, el primer valor humano es la
referencia que une y conecta con Dios que es quien nos hace crecer hasta la
plenitud de la “estatura perfecta”, la que eleva al hombre a la dignidad de
hijo de Dios.
El último dato (que podría apuntar de alguna manera al
futuro sacramento), ungían con aceite a
muchos enfermos y los curaban. No está identificado este hecho con la
institución de la Unción de enfermos porque no se dice en otros sitios que
Jesús lo utilizara, pero sí sirve como adelanto, como presagio.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÒLICA
ResponderEliminarLOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO.
Cuando de pequeños aprendìamos el catecismo de la Iglesia Catòlica,el RIPALDA, nos limitábamos a enumerar de corrida los doce frutos del Espíritu Santo y rara vez se le daba màs atención que una mención de pasada en las clases de formación religiosa.
Los frutos del Espíritu Santo son precisamente, eso, los frutos exteriores de la vida interior; producto externo de la inhabitaciòn del Espíritu.
En los frutos del Espíritu Santo, puede ver el mundo què pasa con las personas que se dejan totalmente tomar, conducir y formar por Dios.Los Frutos del Espíritu Santo muestran que Dios tiene un papel real en la vida de los cristianos.
Son doce: CARIDAD, GOZO, PAZ, PACIENCIA, LONGANIMIDAD, BONDAD, BENIGNIDAD, MANSEDUMBRE, FIFELIDAD, CONTINENCIA CONTINENCIA Y CASTIDAD.
Los doce frutos son las pinceladas anchas que perfilan esl retrato del cristiano eutèntico, como es la persona que vive habitualmente en gracia satificante y trata con perseverancia de subordinar su ser a la acción de la gracia.
Los iremos detallando en sucesivos comentarios
Continuarà
Al enumerar los frutos del Espíritu Santo, he repetido CONTINENCIA,en lugar de MODESTIA.Perdonen el despiste.
ResponderEliminarJesús "los fue enviando". El envío nunca se ha interrumpido y hoy, se dirige a nosotros. En el enviado es imprescindible su testimonio de vida y su capacidad para demostrar que es posible y muy bueno para los hombres un mundo según la propuesta de Jesús: muy ligeros de equipaje en actitud de peregrinación constante hasta que lleguemos a Casa. Lo peor que podría ocurrir a la Iglesia sería que se desanimara, que pensara que ya no debe salir a anunciar el Evangelio; que estuviéramos muy preocupados por nosotros mismos y que nos desentendiéramos de los demás.
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