Liturgia
Hoy le toca turno a LA PALABRA, otro componente esencial de la Cuaresma
(Is 1, 10. 16-20): cómo acudimos a LA PALABRA y cómo buscamos hacer vida esa
palabra. Por lo pronto requiere “lavarse y purificarse”: a la Palabra hay que
ir con corazón limpio y abierto; nunca “discutiendo” el valor de esa Palabra o
poniéndole sordina. Y en consecuencia, trabajando porque se traduzca en acción.
Y entonces podemos entrar en conversación con Dios. Y nuestra alma será
blanqueada aunque antes hubiera habido pecados que la enrojecían.
En el evangelio (Mt 23, 1-12) insiste Jesús en el valor de
LA PALABRA, aunque fuera comunicada por una persona poco fiel. La Palabra tiene
el valor por sí misma: haced según la
Palabra que os dicen los letrados y fariseos, pero no hagáis según sus obras.
Ellos dicen pero no hacen. Pese a todo, la Palabra no se desvirtúa por
ello. Sigue siendo Palabra de Dios que limpia y purifica.
De ahí la gran importancia que tiene que orientemos a
nuestros fieles hacia la Palabra de Dios, y muy en concreto a lo más cercano,
que es el evangelio. No sólo leído
sino pensado, meditado. Dejando entrar la fuerza intrínseca de la palabra en
nuestro corazón.
PASIÓN DE JESÚS
Cuando Jesús hubo curado la oreja del siervo del sumo
sacerdote, Jesús expresó su queja a los que le detenían: Como a un ladrón habéis salido a prenderme con espadas y palos.
Diariamente enseñaba en el Templo y no me prendisteis. Pero esta es vuestra
hora y la del poder de las tinieblas. Así se cumplirán las Escrituras.
Lo que sí dejó claro Jesús es que si lo buscaban a él,
dejaran ir a los amigos suyos. No utilizaba su autoridad para defenderse él,
pero sí para defenderlos a ellos. Los tres apóstoles vieron la causa perdida,
lo abandonaron y huyeron. Los criados de los judíos, “la cohorte”, el tribuno…,
prendieron a Jesús y lo ataron.
Entre las sombras de los árboles salió por allí un muchacho
envuelto en una sábana. Debía ser uno de los habitantes de aquel huerto, que
escuchó el murmullo de aquella hora y, envuelto en la misma sábana con la que
estaba acostado, salió a ver qué pasaba. Pretendieron echarle mano pero le
cogieron la sábana y él –dejando la sábana en manos de los captores- escapó
corriendo.
Jesús se había quedado solo. Solo entre aquellos esbirros.
Ahora ya salen triunfantes con el preso bien atado, camino de la casa de Anás.
Para mí es una escena que no puedo pasar por alto y darla
por un hecho que ya ha ocurrido. Y mi parada se hace intentando penetrar en el
pensamiento de Jesús, que se ve ahora con las manos atadas como un malhechor de
quien hay que guardarse. Y se me viene al recuerdo aquel hombre que yo traté,
que había robado un gallo hacía 30 años y ahora era esposado para llevarlo a la
cárcel, cuando era un hombre que se ganaba la vida honradamente, con su mujer y
sus hijos. Y aquel hombre me lo contaba con terror, mientras juntaba las manos
y me decía: me esposaron, Padre Y
sufría la vergüenza de aquel momento.
Que si fuéramos a pensar lo que significan las MANOS ATADAS
de Jesús, sería para sentir escalofrío. Porque aquellas manos curaron a los
ciegos, poniéndolas sobre sus ojos; curaron a los sordos tocándoles los oídos,
abrazaron a los niños, levantaron de su lecho mortuorio a la hija de Jairo,
bendijeron los panes hasta multiplicarlos. Y tantas otras circunstancias en que
fueron decisivas. Solo hacía unas horas que lavaron los pies de sus apóstoles o
habían partido el pan y pasado el cáliz de salvación. Esas mismas manos
acababan de curar al criado herido.
Pienso en Jesús. Cierto que a aquella hora de la medianoche
no iba a haber mucha gente que lo viera, pero le bastaba a él la vergüenza y el
dolor de sentirse con sus manos atadas. A cualquiera se nos puede ocurrir que
podría habérselas desatado, que podía haber confundido a aquellos hombres, que
podían haberse cambiado los pensamientos de ellos ante la curación de la oreja
del compañero. ¡Es que no nos tragamos que Jesus vivió la pasión como un hombre
cualquiera que hubiera estado en una circunstancia semejante! Como tantas
personas acusadas sin razón, presas sin argumentos, condenadas sin causa. Así
vivió Jesús toda su pasión. Y ahora mismo no había hecho más que empezar.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Continuación)
ResponderEliminarLA COMUNIDAD HUMANA.
"El Orden social y su progreso deben subordinarse al bien de las personas y no al contrario (Concilio Vaticano II).
¿EN QUÉ SE BASA LA AUTORIDAD EN LA SOCIEDAD?.-Toda sociedad depende de que su ordenamiento,su cohesión y su desarrollo sean ejercidos y fomentados por una autoridad legítima.Correponde a la naturaleza humana del hombre , creada por Dios,que el hombre se deje regir por la autoridad legítima.
Naturalmente la autoridad en la sociedad no puede proceder de la mewra arrogación, sino que debe estar legitimada por el derecho. Quién ha de gobernar y qué régimen político es el apropiado depende de la voluntad de los ciudadanos. La Iglesia no se vincula a ningún régimen político, sino que establece únicamente que no deben contradecir al BIEN COMÚN.
La IGLESIA aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las decisiones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica.
Continuará