Liturgia
Cuando llueve, el agua empapa la tierra y luego se evapora y sube de
nuevo. Pues así es la Palabra que pronuncia Dios (Is. 55, 10-11): sale de su
boca, desciende hasta nosotros y esa Palabra actúa en nosotros y vuelve a Dios
preñada de respuesta: hará mi voluntad y
cumplirá mi encargo. He ahí la fuera intrínseca que tiene la palabra de
Dios y el porqué de su enorme importancia en la oración que debemos hacer con
la Palabra por delante.
La palabra de hoy en el Evangelio es el PADRENUESTRO. Que
empieza por desprenderse la persona de su propio interés para pedir el honor de
Dios: la voluntad de Dios y su reino. Y sólo después pide para sí el pan
diario, el perdón y el no dejarse caer en la tentación. Pero el perdón tiene
coletilla: si se pide perdón es porque la persona ha perdonado ya a quien le
haya ofendido. Si no, ¿con qué cara podía pedir el perdón para sí?
PASIÓN DE JESÚS
La salida de Judas marca un vértice en la historia. Porque
Judas lo que iba a hacer, lo hace pronto.
Judas debió marchar directamente a los sacerdotes. Jesús estaba localizado y lo
que habría era que ponerle una discreta vigilancia para expiar sus movimientos.
A Judas no se le escapaba que Jesús no se iba a limitar a la cena, y que era
muy posible que quedara por algún lugar de la ciudad. A Betania no regresaba
ya, porque se había despedido.
Mirando a Jesús, la salida de Judas también le marca una
reacción de liberación y de amenaza: El
hijo del hombre es glorificado y Dios glorificado en él. Era una
manifestación de doble sentido, como digo. Liberación de aquel peso muerto en
el grupo. Pero una liberación que llevaba la muerte encima porque “la glorificación” apuntaba a la pasión
que se hacía más inminente. Dios es glorificado por cuanto que Jesus va
viviendo las etapas del camino de la redención que Dios marca. Dios le glorificará. La Pasión va a ser
el triunfo del mal sobre Jesús, pero en el libro del Cielo es gloria de Dios
que tanto amó al mundo que le entrega a
su Hijo. Pero no a la muerte y a la derrota sino al triunfo y a la gloria
que va a sobrevenir: por eso es
glorificado.
La cena pascual, si Jesús siguió el ritual completo de la
Pascua, se componía de varias partes. De hecho el Pan que entrega y el Vino que
“se derrama por vosotros” no van consecutivos: Jesús tomó el pan, lo bendijo y lo dio al principio de la Cena,
mientras que el cáliz lo dio al acabar: después
de haber cenado.
Ya había salido Judas. Ya estaban en familia. Todos estaban
con Jesús como amigos (que así lo expresará el Señor). Era el momento de dar
paso al misterio sublime del testamento
del amor. Y Jesús lo realizó de una forma sencilla y admirable. Primero
tomó el pan y bendijo a Dios y lo fue dando a sus apóstoles, diciendo: TOMAD
Y COMED; ESTO ES MI CUERPO. Los apóstoles tomaron aquel trozo que Jesús
les entregaba y comieron. La pregunta que siempre me hago es: ¿entendieron los
apóstoles lo que estaba ocurriendo? ¿Cayeron en la cuenta de que se estaba
realizando de lleno la promesa de hace tiempo por la que Jesús daría a comer su cuerpo? ¡Aquella
promesa que escandalizó a Judas y a muchos discípulos que se marcharon
escandalizados! ¿Supieron los apóstoles unir aquellos dos momentos? ¿Supieron
que Jesús se les había entrado dentro? Yo me inclino a pensar que no, y que
habría que pasar por la vida gloriosa y la venida del Espíritu para que
pudieran comprender lo que era de verdad partir
el pan.
A la cuarta copa, o al acabar la cena, Jesús da el nuevo
paso: Tomó la copa de vino y la pasó a
los apóstoles diciendo: TOMAD Y BEBED;
ÉSTA ES MI SANGRE DE LA NUEVA ALIANZA, que será derramada por vosotros y por
muchos, para el perdón de los pecados.
Y quedaba una parte, que no recogen los evangelistas pero que nos trasmite San
Pablo en la narración seguramente más primitiva del momento, y de mayor
trascendencia para nosotros: aquello no se quedaba en el cenáculo ni en aquel
momento de aquella cena. Jesús añadió: Cada vez que comáis este Pan o bebáis de
esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga. Lo que Jesús
acababa de hacer se perpetuaba en los siglos, “hasta que él vuelva”. Tenemos su
presencia y su redención a través de los siglos.
“Mi cuerpo” que será
entregado…, “mi sangre” que será
derramada…: dos términos de total significado de sacrificio y muerte.
Muerte gloriosa por ser salvadora. Y vuelvo a la misma de antes: ¿entendieron
los apóstoles aquellas dos expresiones? Porque son dos términos muy
significativos que –cuando menos- debieron hacerles mella y hacerles ver que la
cosa iba muy honda… Entenderían más o entenderían menos pero algo era muy
claro: Jesús estaba hablando de su muerte, eso que a ellos les era tan difícil
aceptar.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Continuación)
ResponderEliminarLA MISERICORDIA DE DIOS Y EL PECADO.
"Sed sobrios, velad, el diablo como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistidle"(Pe 5,8,9)
LAS RAICES DEL PECADO.-El siguiente en la lista de los pecados capitales es la LUJURIA.Es fácil darse cuenta que los pecados contra la castidad tienen su origen en la LUJURIA; pero también producen otros; muchos actos deshonestos, engaños e injusticias pueden achacarse a la lijuria; la pérdida de la fe, la desesperación en la misericordia divina, pueden achacarse e este pecado capital.
Para luchar contra este pecado está la virtud de la virtud de la CASTIDAD: comportamiento voluntario a la moderación adecuada y regulación de los placeres o actos sexuales.
Luego viene la IRA, o el estado emocional que nos impulsa a desquitarnos sobre otros, a oponernos insensatamente a personas o cosas. Los homicidios, riñas, injurias son consecuencias evidentes de la ira. El odio, la murmuración y el daño a la propiedad ajena son otras
A este pecado se opone la PACIENCIA que lleva al ser humano a soportar contratiempos y dificultades para conseguir algún bien.
Continuará
Cuando "miramos" a nuestro Padre con temor y ternura mientras rezamos el Padrenuestro, debe ser como lluvia suave y contínua que empapa y fecunda nuestro corazón y hace germinar en él actitudes filiales en relación a Dios y fraternas con los demás. Entre estas actitudes se pone el acento en nuestra capacidad de perdonar, que se pone como una condición para poder ser perdonado por el Padre celestial. Jesús nos lo ha enseñado: que recibiremos de Dios lo que estamos dispuestos a ofrecer a los demás.
ResponderEliminar