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Mesías, cruz y temores
Conectamos
con el final de ayer. Simón declaró que Jesús es el Mesías de Dios. Pero
desde la idea mesiánica que rondaba en las mentes judías: mesías guerrero,
poderoso, invencible, enviado de Dios y liberando al Pueblo de la invasión
extranjera. Precisamente Jesús se apresuró
a decir qué Mesías era Él: uno que va a padecer
mucho, desechado por los ancianos judíos, ejecutado…, y que resucitará al
tercer día. Es evidente que los apóstoles quedaban tan desconcertados con
lo primero, que nunca llegaban ni a barruntar las palabras finales. Jesús era bien consciente de que aquello
hombres no querían escuchar que el Mesías iba a padecer, y no se enteraban del
final.
Por
eso en la continuación de ese evangelio de ayer, viene enlazado el de hoy: Meteos bien en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en
manos de los hombres. El golpe
para aquellos apóstoles es mortal. Porque no sólo les habla de padecer…, no
sólo de los ancianos y sacerdotes judíos… (como venganza o celos domésticos)
sino que va ser entregado precisamente a los enemigos fundamentales que eran
los invasores extranjeros. Realmente era para perder la cabeza. Sencillamente no entendían…, no cogían el
sentido… Querrían comprender que era
“una parábola”; no una realidad. Pero no
entendían que aquello pudiera referir una realidad. Y al mismo tiempo se habían quedado tan de
piedra y tan temerosos, que no se atrevían a preguntarle. Es que si preguntan y la cosa se clarifica en
ese sentido que ellos no quieren ni escuchar, es mucho peor. Y optan por callar
como si callando pudieran ocultar y suprimir esa realidad.
Gran
foto de la vida. Pensar en Jesús como caramelo del espíritu es siempre un
regalo. Jesús, que hace milagros y saca de apuros, es una delicia. Jesús de corazón
todo misericordia, es un consuelo. Jesús meditado o Comulgar con Jesús, una
emocionada devoción. Hasta ahí es muy apetecible “el mesías”. Pero cuando Jesús
advierte que hay que padecer…, que la cruz es una realidad y que hay que
tomarla…, que cada cual tiene que pulir (y hasta negar) muchos aspectos de su
vida, y saber perder todo para que pueda entrar Cristo…, es ya un lenguaje “que
no entendemos y que nos da miedo preguntar”.
Mientras es “lenguaje”…, pase: se medita y se hacen películas de
santidad. Pero luego entra la realidad y
el golpe te lo da la persona en la que más esperabas. La cruz te viene porque
te echaron la zancadilla y te quedaste a las puertas de un puesto de trabajo
que necesitabas… Estabas pletórico de energías y el médico te detecta “un tumorcillo”. El hijo o la hija se te van de la casa. El
jefe te pospone y sitúa a otro en tu mesa de trabajo de tantos años… Los
problemas económicos tensan la relación de la pareja… (Nada mejor que escribir
aquí cada uno SU CRUZ…, esa con la que se ha encontrado…, a la que no había
sabido ponerle nombre, pero en realidad es que el Mesías tenía que padecer, y el
discípulo no es más que su maestro.
Por
tanto: no busques culpables, no te
escudes en justificaciones, no busques porqués… (salvo para lo que cada uno
pueda corregir). Nacimos ya con la cruz puesta.
Y caminamos con ella por la vida. Temporadas y años pueden pasar sin que
aparezca la punta del iceberg. Pero la cruz va ahí con cada uno: su cruz. Por
tanto, no nos escandalicemos cuando sale a flote la realidad. No hagamos el
avestruz como los apóstoles, como si no sabiendo y no preguntando va a ser
mejor. De todos modos está ahí.
Pero
también está ahí la frase con la que Jesús siempre acaba estos anuncios: pero al tercer día resucitará. Retomemos ese final que se pierde de la vista
cuando nos ofuscamos. Retomémoslo y mirémoslo de frente, porque es la gran
realidad mesiánica: Jesús no es un
fracasado. El sufrimiento no es una desgracia. La humillación no es el final.
El dolor no tiene la última palabra… Y no es que no existe el fracaso, el
sufrimiento, la humillación, el dolor…
Es que ¡al tercer día resucitaré!
Se pasa por todo ese túnel que parece interminable y oscuro como boca de
lobo. Pero es sólo túnel. Tiene final y es final triunfal y feliz. El “Mesías” padece. Pero desemboca en su
plenitud mesiánica de victoria: contra los enemigos, los invasores, los
blasfemos, los torturadores, los sacerdotes judío, el gobernador romano… Los “mesías” estamos también atraídos a una
victoria total. También nosotros resucitaremos…
Nuestro “tercer día” va a llegar. Y
tiene que llegar a “resurrección de victoria”
(que San Pablo contrapone a “resurrección de condena”).
RESUCITAREMOS, pero para resucitar hay
que dejarse morir…, o aun dejarse matar (que hay muchas maneras para ello). Lo
que hace falta es que AHORA, en este momento, seamos capaces de abrir las
ventanas para que salgan de nuestras mentes y corazones los miasmas del
egoísmo. [Mañana vendrá la liturgia del domingo a ponérnoslo claro]. Ventanas
abiertas para que entre aire fresco…, otro aire (que no sea el viciado de “nuestra”
habitación”. Ventanas abiertas al Evangelio porque sin evangelio cimentado
sobre roca en nuestras almas, pocos pasos vamos a dar. Que Jesús advirtió de la inconsistencia de “la
casa que se edifica sobre arena”, que se hunde al menos embate. ¡Materia tenemos para orar…!
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