El próximo viernes 20,
tercer viernes de mes, se reinaugura la ESCUELA DE ORACIÓN,
que -como siempre- comienza a las 5'50 de la tarde
en el SALÓN DE ACTOS de la Casa de los Jesuitas.
Acaba con la Santa Misa en el mismo Salón.
17 spbre: Otra
manifestación del Corazón de Cristo
Será
una percepción mía muy particular, pero yo sitúo este episodio de Naím (Lc 7,
11-17) a la altura de la parábola cumbre del PADRE BUENO. La narración que hace
el evangelista es de una ternura inmensa. Jesús caminaba hacia Naím. Nadie le
había llamado, no iba con un fin específico que no fuera su labor mesiánica, su
anuncio del Reino de Dios. En las puertas de la ciudad se topa con lo
imprevisto: un entierro. Eso ya pone en
reacción al Corazón misericordioso, porque se ha encontrado con el dolor. Tras
el féretro va una mujer destrozada, llorando con mucha amargura. No le acompaña
ningún varón en esa primera fila doliente. Jesús se acerca a alguno de la
comitiva e indaga. La información que le
dan ya pone en funcionamiento el dinamismo de su Corazón: aquella mujer era un
pobre viuda; el cadáver es el de su hijo, joven aún, y el único sustento de
aquella madre, que ahora pasa a la desgracia doble de perder a un hijo y quedar
en la miseria.
Se
han removido las entrañas de Jesús. Quien ahora mismo sufre es ella, la pobre
madre, un retablo de dolor por motivos diversos: el hijo que se le ha ido, y lo
que va a ser de ella… Jesús tiene un
impulso de compasión profunda [de sentir en su propio corazón el padecimiento
de aquella mujer] y se va a ella, rompiendo por entre los acompañantes y
deudos. Y yéndose a la madre, le dice
una frase que casi podría parecer absurda y poco respetuosa…: Mujer, no llores… Hubiera sido muy fácil responderle: ¿Cómo no
va a llorar con la doble tragedia que lleva encima? Claro: Jesús no había podido hacer las dos
cosas a la vez, y se fue a la parte doliente…
Y ahora se separa de la madre y se va hacia el féretro, que llevan varios
amigos.
La
sola presencia de Jesús, que se pone ante el cadáver ya les impresiona, y se
detienen. Jesús se acerca al cadáver y
le dice con voz fuerte: Joven, Yo te lo
digo: levántate. Son unos segundos pero allí hay muchas reacciones. Desde
quienes piensan que Jesús es un iluminado, casi un loco, a los que contienen la
respiración ante aquella fuerza de palabra con que ha mandado… La madre no llora
ahora: está expectante y extrañada. Jesús
toma de la mano al muchacho, que ha empezado a incorporarse… Un temor contenido
en la gente…, la madre que se lleva la mano a la boca, que se le ha quedado
medio abierta por la sorpresa y el espanto…
Y Jesús, que ayuda al joven salir
de su ataúd, y lo lleva de la mano para entregarlo a su madre. ¡Un gesto
colosal! No se ha limitado a poner su poder en acción. Es también su gesto de
ternura, de cercanía, de implicación personal… Es corroborar ahora por qué le
había dicho a la madre: “Mujer, no
llores! No había podido hacer las
dos acciones a la vez, pero era muy claro por qué había ido presto a la madre
para que no llorara.
El
muchacho está como quien sale de un sueño y casi no sabe aún lo que pasa. La
madre se ha echado al cuello de su hijo… ¡Había recuperado a su hijo! ¡Y había recuperado
su razón de vivir! La gente, admirada y
emocionada, se arremolina sobre la madre y el hijo para dar los parabienes y
porque están todavía bajo los efectos de aquella experiencia vista y vivida.
Jesús ha aprovechado el momento para recoger a sus apóstoles y seguir su camino
sin ser advertido. Cuando aquella madre
y aquellas gentes quieren expresar su agradecimiento y admiración, Jesús ya se
ha alejado. Ha hecho su obra, que en realidad era como un vértice de su misión
mesiánica: resucitar muertos. Como era de esperar aquello removió a la ciudad,
y se fue contando por los lugares cercanos y hasta por Judea…: un
gran profeta ha surgido entre nosotros, Dios ha visitado a su pueblo.
Quiero
observar que nadie había pedido nada a Jesús; que nadie le había advertido de
aquella situación. Jesús pasaba y se ha encontrado con el dolor. Su reacción
personal –sin nadie por medio- ha sido la que su Corazón ha dado de sí.
Encontraremos
muchas formas de encontrarse con Jesús: el ciego que oye el tropel, pregunta…,
y sale suplicando a gritos. Los leprosos que se plantan a distancia ante Él y
piden; Jairo, que viene a buscarlo para que imponga las manos en su hija, a
punto de morir. El paralítico que es
descolgado desde el techo para caer ante Jesús… Y María, la hermana de Marta,
que simplemente está a los pies de Jesús, embobada, escuchando… Y todas las
diversas formas de oración posibles.
Está
quien dice: “Dios no me oye” y quien
pide sin saber lo que pide, ni si es un bien lo que está pidiendo (hay
ocasiones en que se piden males o se pide mal). Jesús espera que nos
purifiquemos el alma… A aquel ciego le preguntó Jesús: qué quieres que haga contigo…, una pregunta que parece hasta tonta.
Pero quería Jesús saber si el ciego se conformaba con una limosna o si sabía
pedir lo más esencial… Jesús le dio la vista… Y si hubiera pedido la limosna,
Jesús no se la hubiera dado, pero le hubiera abierto otros ojos interiores para
saber pedir. Dios sí oye y siempre responde dando cosas buenas…, dando Espíritu Santo…, abriendo a LA FE… Porque en
definitiva la mayor parte de las veces, nuestra
fe nos salva…, obtenemos conforme a nuestra fe. En Naím no fue así. En Naím se desbordó el
Corazón de Cristo; se desbordaron sus sentimientos… En Naím quedó una foto viva
de cómo es Jesús…, de cómo necesitamos bucear en el Evangelio para ir
conociendo SU CORAZÓN.
Querido P. Cantero:
ResponderEliminar¡Gracias, por esta magistral y luminosa lección para mostrarnos la Misericordia todopoderosa del Corazón de Cristo en el Evangelio de la Misa de hoy!