22 Domingo C.
T.O.
He
regresado a mi “base” habitual.
Imprevistos de este amanecer me han impedido poner en el blog la
reflexión correspondiente. Ahora lo hago, con base a las lecturas del domingo
22-C
Desde
la primera lectura queda evidencia de que la intención de este día es acentuar
el sentido de la humildad en la vida
del reino de Dios. Ya aparece en esa 1ª
lectura la exhortación a proceder con humildad, poniendo –digámoslo así
como contrapartida bienaventurada que
lo querrán más que al hombre generoso. Hermosa es la generosidad que, además, tiene
una repercusión directa en el beneficio ajeno. Pues aquí se asegura que será
más querido el humilde. Y es que –en
la expresión de nuestra Santa de Ávila- “la
humildad es la dama que da jaque al Rey. Luego si eso es así, es que la
humildad, la sencillez, el saber hacerse pequeño
en las grandezas humanas, es de un valor que sobrepasa todo, incluso la
generosidad (siempre que esa generosidad no provenga precisamente de la
humildad sencilla, sin aspavientos).
Cuando
Jesús expone su discurso del Evangelio
de este domingo, lo hace con ese estilo rasgante con que suele Él poner acento
en algún detalle que quiere subrayar. Y aprovecha la invitación que le ha hecho
uno de los principales fariseos para observar el afán de tantos invitados a
ocupar los primeros puestos. Jesús se dirige a su anfitrión y le dice que “cuando invites, no lo hagas a quienes
pueden pagarte con otra invitación, sino que invites a los ciegos, cojos,
pobres y lisiados”. Razón: porque
esa es una invitación a fondo perdido y no puede uno esperar que ellos inviten
después. Se da uno a esos desheredados de la fortuna. Ahora bien: tales desheredados
no me podrán invitar. Y será mucho más generosa y valiosa mi invitación que no
busca para nada el propio contentamiento.
El
clásico estribillo final: el que se ensalza
será humillado; y el que se humilla será enaltecido, lo expresa todo. Y ya aparte de eso, Jesús explica con un
ejemplo muy gráfico. Imagina un banquete
en el que cada uno intenta procurarse los puestos preferentes. Y cuando viene
el anfitrión y acompaña a uno de sus invitados de más alcurnia, acaba por
enviar hacia atrás al que pretendió aparecer, distinguirse, y pidiéndole que
ceda su puesto al otro invitado. Resulta que ya cada cual está en su puesto. Y
el que pretendió puestos especiales acaba por tener que irse al final. ¡Eso sí
que es bochornoso!
Como
“lo gráfico” es tan del gusto de Jesús (porque es lo que entiende mejor un
oriental), aconseja “ponerse en el último
lugar”. El que invitó acabará
llamándolo a ocupar mejores puestos y mayores responsabilidades. Habrá quien
piense que es una estratagema de poca sinceridad…, un tanto interesada. La explicación no va en esa línea, porque lo
que Jesus pretende sacar adelante no es “la picardía” de situase atrás para ser
enaltecido cuando el dueño lo invita a subir más arriba. Picardía no es, pero
enseñanza sí.
Porque
si ahora lo vemos en la vida real, bien podemos constatar de una parte nuestra
propia reacción ante los dos tipos que señala Jesús: la persona humilde gana el
afecto de cualquiera, mientras que la persona que busca figurar en el primer
puesto, es poco amada y poco amable.
Jesús ha tomado un ejemplo del banquete, porque estaba en uno de ellos y
porque observaba lo que tenía delante.
Como
me gusta hacer tan viva nuestra ida al Evangelio, nos resulta muy claro que esa
misma situación de los invitados al banquete se nos pone delante en situaciones
muy de la vida diaria. La tendencia a figurar en el primer puesto es tan
evidente que viene a hacerse como un vicio. Y un vicio acaba dejando en mal lugar.
Ese vicio, trasladado al plano del Reino (o de las “cosas del Reino”),
dificulta precisamente la vivencia del Reino, porque el Reino empieza en los POBRES dichosos…, y “POBRE” es un
término amplio que abarca la sencillez, la humildad, la gran capacidad de
saberse uno “perder” y pasar desapercibido.
La
2ª lectura –aun a sabiendas de que
no forma parte del mensaje buscado-, puede tener una interesante dirección en
la pedagogía de este domingo: lo que señala el autor de esa Carta es que hemos
sido llamados e invitados a hallar a Jesucristo en algo tan pequeño como es la
Eucaristía, y luego poder acercarnos nosotros a Dios en la persona de Jesús, porque nos hemos acercado a Dios mismo, y
al conjunto de sus ángeles y santos… Mejor dicho: porque a nosotros, tan
débiles, tan carentes de valor, nos han ensalzado hasta esa cima sublime de la
Eucaristía…, de la participación en el Sacerdocio de Cristo, cuyo gran
exponente de amor es que nosotros podemos participar de la Eucaristía. Y en ese
gran banquete saber que hemos de ceder siempre nuestro terreno personal, porque
lo grande del momento está en Jesucristo, Mediador de la Nueva Alianza, el que
nos acerca tanto a la divinidad que nos hace participes de Ella y nos conecta
con el Padre por Cristo, con Él y en Él,
para que así demos a Dios la mayor gloria, y recibamos de Dios la llamada a los
puestos de “más arriba”, porque podemos alabarle y –juntamente- sentirlo en la
intimidad de un PADRE que es PADRE COMÚN, para que ninguno se ensoberbezca.
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