19 spbre. Amar mucho o amar menos
Lc
7,36-50 nos ofrece otra perla de su repertorio. Jesus es invitado a un banquete por un fariseo. Si hace poco comió
en el banquete de Leví el publicano, rodeado de publicanos y pecadores, sin que
eso le manchara. Para Jesús era la alegría de un hombre feliz, y la
participación de esos amigos de Leví que
participaban en la alegría de su amigo. Ahora acepta la invitación del fariseo,
con los otros fariseos. Y lo hace con toda naturalidad, aun a pesar de que el
fariseo no se ha desvivido en atenciones con su invitado. Luego se verá. Pero
si su anfitrión a tenido gusto de invitarlo al banquete, Jesús vive la realidad
normal de una persona normal y acepta la invitación.
Tercia
en el banquete una mujer; una mujer pública; una pecadora conocida y reconocida. Aquellos banquetes en lugares más abiertos
daban lugar a esas presencias no previstas. Los comensales están recostados en
sus divanes, con la cabeza hacia la mesa y los pies hacia afuera. Y la mujer
aquella se va directa a los pies de Jesús, y allí, sobre ellos, rompe a llorar, baña de lágrimas
los pies de Jesús, los seca con sus amplios cabellos, y hasta derrama sobre los
pies un perfume que traía. O sea: los
ojos con los que tanta lascivia había derrochado…, los cabellos largos
seductores…, el perfume atrayente con el que facilitaba sus desmanes…, todo
está ahora mismo depositado en los pies de Jesús.
El
fariseo empieza por sentir la incomodidad de aquella mujer en su casa. Luego,
la duda sobre su invitado, al que él consideraba profeta (y así lo había
querido tener en su mesa) y que ahora ve Simón que Jesús no es capaz de
advertir el tipo de mujer que le está tocando. La duda llega a trocarse en
interna indignación y posiblemente hasta sentirse arrepentido de haber invitado
a Jesús.
A
Jesús no se le escapa una. Pero con la finura que le caracteriza y la pedagogía
que le es propia, se dirige a Simón y parece destensar el momento consultándole
al fariseo una cuestión: Simón, tengo
algo que decirte. Simón hace de
tripas corazón y responde: Maestro, di. Y Jesís platea el caso de “terceros”…: un
prestamista, dos deudores: uno que debe mucho; otro, bastante poco. Y como ve
que no tienen para pagar, acaba perdonando las dos deudas. La
pregunta, Simón, es: ¿quién crees tú que amará más? Simón ve lo fácil de la respuesta, aunque
responde con cierto recelo: Supongo que
aquel a quien se le perdonó más.
Jesús
asiente: Has juzgado rectamente. Y
ahora salta Jesús de la “parábola de terceros” a la realidad presente (así es
como se hace oración y se le saca fruto a la oración del Evangelio). ¿Ves a esa mujer a la que tú estás
juzgando en tus adentros? Esa mujer ha
ofrecido lágrimas a mis pies, el agua que tú –el anfitrión- no me has ofrecido
(como se hace con cualquier huésped).
Esa mujer no ha cesado de besarme los pies, y ha suplido el ósculo de
paz que tú no me has dado al recibirme. Esa mujer me ha ungido con perfume. Tú
no ungiste mi cabeza a mi llegada… Por
eso te digo que se le perdonan sus muchos pecados PORQUE AMÓ MUCHO. El que no se siente pecador y piensa que a él
no se le tiene que perdonar, ama poco. [Aquí habría mucha tela que cortar. No
hay peor situación que de quien “no tiene pecados”, no sabe tener el gozo de
descubrir nuevos pecados que están en los repliegues de su alma. Porque
mientras no los descubre, ni puede arrepentirse, ni cambiar, ni amar más…].
Si
escandalizados estaban ya con las cosas de aquella mujer y la “pasividad de
Jesus”, ahora sube muchos grados el escándalo cuando Jesús ha hablado de perdonar
pecados porque ama mucho. Porque se ha metido Jesús en el avispero de hablar
de “perdón de pecados”…: ¿quién es éste que hasta perdona pecados? Y no pienso que era una pregunta de
descubrimiento y grata sorpresa, sino todo lo contrario: de reproche ante “la
blasfemia” de quien se atribuye poderes sobrehumanos…
Jesús
se vuelve ahora a la mujer y le dice: Tu fe te ha salvado; vete en paz. Y
ahí se queda el relato.
Pero
¿y después? Porque quiero pensar que
Jesús no se levantó de la mesa. Ni las buenas formas del fariseo iban a crear
una diatriba con su invitado. Muchas
ganas de conversar no le quedaban ni a Simón ni a los otros comensales. Jesús
supo destensar la situación cambiando la conversación. No se le ocurrió a Jesús
machacar el clavo. No era su estilo. No volvió a sacar temas sobre el
particular. Lo delicado es tomar otro derrotero en el que, incluso, Simón, su
anfitrión, pueda llevar la iniciativa, mostrar sus artes de conversar. Y Jesús
estuvo tan cercano como en cualquier situación. Ni significa que fue cómplice
de fariseos, como no fue cómplice de publicanos. Jesús es siempre el amigo leal, el creyente
fiel, el hombre más social y con mayores delicadezas… Tampoco Él rompía la caña cascada ni apagaba la mecha
titilante… Jesús siempre está ahí, y
siempre abierto a todos. Donde no se le
encontrará es en la actitud del que “no tiene pecados”, el que no ama lo suficiente
porque no sabe descubrir su deuda.
A
Simón le ayudó a descubrir “la viga de su ojo” antes de ver la paja en el
ajeno. ¡Ahí es nada…!, si lo tuviéramos
a nuestro lado.
NOTA: a lo mejor alguien se preocupa ahora por la minucia de si la mujer estaba de rodillas o postrada, o si llevaba traje azul o verde. Es pena perderse en lo trivial, que no es el contenido de la reflexión.
No se ocurre pensar en el ,vestido,ni el color de la mujer pecadora.Pienso que una vez más Jesús muestra la grandeza de su Corazón, y que esta mujer se sintió,apesar de su mala vida,comprendida,acogida y perdonada.
ResponderEliminarY saco de este pasaje evangélico una enseñanza¿Puede Jesús hacerme el reproche que le hace a Simón,por no haberlo recibido con las debidas disposiciones?:Preparo mi alma,para recibirlo todos los días con el honor y el amor que EL se merece?.JESÜS VIENE A NUESTRA ALMA CON AMOR,RECIBÄMOSLE CON AMOR.
He venido hoy, con especial interés, a buscar su comentario al Evangelio de hoy.
ResponderEliminarConfieso que este episodio que nos refiere San Lucas es la perla preciosa que más ilumina mi corazón, en las Sagradas Escrituras, sobre el estilo, la forma de la misericordia del Corazón de Cristo.
Me ha gustado mucho su comentario. Gracias, P. Cantero.