26 spbre.- LA
CONCIENCIA
Otro
evangelio sin mucho recorrido en sí mismo (Lc 9, 7-9): Herodes oye hablar cosas
extraordinarias –las que hacía Jesús- y como su conciencia no le deja tranquilo,
llega a pensar si habrá resucitado Juan Bautista, a quien decapitó él. Es lo primero que se le viene a la mente,
precisamente porque fue su felonía más llamativa y atroz. Y la imagen tétrica
de la cabeza sangrante sobre una bandeja, no podía haberle dejado
impávido. Y si no es Juan, puede ser un
Profeta antiguo. Sea como sea, un profeta no vendría a la vida si no es para un
enfrentamiento de Herodes con su propia conciencia. En su terror interno,
deseaba ver a ese “fantasma” porque al menos lo tendría delante y sabría quién
era y para qué venía. En ningún momento
presenta una reacción de su conciencia. Está atormentado, sí, y está receloso.
Pero no se adentra más.
Creo
que es llegado el momento de hablar de LA
CONCIENCIA. Por simplificar una explicación que esté al alcance de
cualquiera, la conciencia es el espejo
que refleja a Dios en el corazón de cada persona. Todos hemos jugado con un espejo que proyecta
el rayo de luz sobre alguna persona (generalmente sobre su rostro, para deslumbrarla).
Pues la conciencia toma ese destello
profundo de la verdad de Dios y la refleja en el corazón de la persona,
iluminándola. Por eso una conciencia bien formada es la que va contrastando
con Dios lo que es bueno o malo, y va haciendo lo bueno. Vive en paz. Refleja
la verdad de Dios. Refleja a Dios. Y
puede ser conciencia errónea –pero sana-
en la medida de una mala formación, un concepto falso que toma uno por
verdadero (voy de caza y creo ciertamente que aquello que se mueve entre
matojos es un animal, y disparo. Resulta que –en realidad- era un hombre). No
hay culpa.
Sí
la hay cuando es error culpable: que
puedo salir del error pero prefiero no investigar. ¿Es domingo o no? No pregunto y así me quedo libre de otras
obligaciones. En esa duda era
obligatorio salir de ella antes de actuar.
La
conciencia que no se cultiva, a la que no se atiende, a la que se le pasa por
alto, a la que se le da por supuesta…, acaba adormeciéndose…, acorchándose…,
atrofiándose. Una expresión que parece acuñada para quienes han dejado de atender
a su conciencia mediante el Sacramento de la Penitencia [confesión frecuente]
es: No sé por dónde empezar. Y es
fiel reflejo de la realidad. Se ha enmarañado tanto el ovillo, que no hay cabo
del que tirar. Consecuentemente, no hay cabo por donde empezar a buscar, a
profundizar, a corregir. No es solución la que proponen algunos: “pregúnteme Vd.”, porque apenas puede
adelantarse algo, porque –por hipótesis- es una conciencia sin reacción, a base
de no haberla atendido a tiempo. Y puede llegarse al embrutecimiento. Ese que
se palpa en la persona rústica de conciencia, incapaz de reflexión y de
adentrarse en su vida. Con comer y sobrevivir ya ha cubierto todo. Ni sabe por
dónde empezar, y ni siquiera ve que haya que empezar… Se ha roto el espejo.
Tiene
sus “formas menores” en quienes son incapaces de rumiar a solas, de valorar sus
actos u omisiones, de pensar que “tó er
mundo e güeno”…, empezando por esa postiza bondad de sí mismo. Bastaría
pararse con una suficiente reflexión sobre los detalles de finura que gustan a
Dios para, que pueda uno ir afinando su propia respuesta. Incluso saben captar
en su entorno natural cómo es valorada su manera de ser y de hacer. Y cuando se
toma en cuenta, uno descubre que alguna mota pude quitar. Eso es lo que distingue
al santo del vulgar, al de conciencia fina y conciencia “gruesa”.
En
conciencia
gruesa o, por el contrario escrupulosa también se puede pensar.
Herodes no era “escrupuloso”. Estaba atormentado por su mala acción. Temía por
sí. Para nada miraba a Dios. Ni siquiera puede decirse que era “grueso de
conciencia”: era un tirano, un oportunista, un vicioso, uno que vive la vida
para su conveniencia. Los terrores vienen por otro lado: por el propio egoísmo,
por el temor de lo que le puede pasar a él.
En
la conciencia gruesa con no robar y
no matar a mano armada ya se ha hecho todo. Cuela todo lo demás. “No hago mal a
nadie” (lo cual es totalmente falso). Lo que pasa es que hace “lo que le da la
gana” y lo reviste de “actúo según mi
conciencia” (pero ahí no hay nada de ese espejo del que hablamos
al principio. Simplemente se vive de inconsciencia, apetencias, goces… Muy actual. Sencillamente porque no sólo no
hay espejo. ¡Es que se ha quitado de en medio a Dios!, y no hay nada que
reflejar.
Y
no es mejor el escrupuloso porque
también ha sustituido a Dios por su enfermiza seguridad. El escrupuloso jamás
se queda tranquilo. Como no mira a Dios (al Dios verdadero) sino al Dios
condenador y policía, su labor es “barrer” su “conciencia” hasta que no quede
pelusa alguna en la que Dios pueda tener motivos para condenar su alma. Lo que
pasa es que jamás cree tener barrido el último pelo. Y vive repitiendo su
barrer y en temores patológicos de no estar nunca barrido. También ellos
perdieron la conciencia. Y la perdieron porque perdieron al Dios verdadero y ni
confían en Dios, ni Dios es EL SALVADOR,
ni Dios tiene poder para perdonarles su pecado.
Ellos tienen que “salvarse a sí mismos”…, y evidentemente nunca se ven
salvados. Ni atienden ni hacen caso al que les puede orientar y abrir el
alma. [Destino: psiquiatra…, y sin
remedio].
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!